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Las bienaventuranzas (8)
 

El hambre que satisface

"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos será saciados" (Mateo 5,6)
LA CLARABOYA AUTOR Félix González Moreno 07 DE DICIEMBRE DE 2012 23:00 h

A primera vista también esta bienaventuranza se nos antoja algo paradójica ¿"Bienaventurados los que tienen hambre y sed"? ¿Desde cuándo hay felicidad en el hambre y en la sed?

Pero hay más, un hijo de Dios, como dice esta bienaventuranza, tiene un hambre contínua, intensa y grande de justicia.

¿QUÉ ES JUSTICIA?
Pero ¿qué es justicia? Un diccionario de la lengua castellana nos dice que "justicia es la virtud de dar a cada cual lo que le corresponde". Otro más preciso dice que "justicia es la virtud que premia lo bueno y castiga lo malo." ¿Es esta la justicia que tan fervientemente anhelan los bienaventurados de nuestro texto bíblico? No, Jesús está hablando de la justicia de Dios, y ésta no es un concepto ni político ni social, sino religioso, espiritual. La bienaventuranza de Jesús nos habla de una relación divino-humana.

Jesús emplea la palabra justicia en el sentido en que esta aparece en el Antiguo Testamento. Esta palabra es clave para entender la piedad de Israel. Con ella expresa el israelita su relación con Dios y la de Dios con el pueblo escogido.

El Antiguo Testamento no entiende la justicia como la virtud que premia a los buenos y castiga a los malos. Si esto fuera así, no entenderíamos muchos textos bíblicos. En el Salmo 7,17 dice David: "Alabaré a Jehová conforme a su justicia." Si justicia significase premio de lo bueno y castigo de lo malo, entonces David no podría decir ésto, porque ya llevaría mucho tiempo muerto. En el salmo 51,14 vuelve a decir David: "Líbrame de homicidios, oh Dios de mi salvación; cantará mi lengua tu justicia." ¿Cómo? ¿Hemos entendido bien? David es culpable de un homicidio, del que pide ahora protección, ¿y después cantará la justicia de Dios? ¡Si justicia significase premio de lo bueno y castigo de lo malo, entonces Dios castigaría a David, en lugar de protegerle o perdonarle! ¿Cómo, pues, puede David cantar la justicia de Dios?

Lo entenderemos si miramos la declaración del versículo 7 del salmo 145. Aquí se dice: "Proclamarán la memoria de tu inmensa bondad, y cantarán tu justicia." Esta verdad está dicha en forma poética, y la poesía hebrea se caracteriza por el llamado "paralelismo membrorum", o sea, que el mismo pensamiento que expresa una frase vuelve a repetirse en la siguiente con otras palabras de idéntico significado. Las dos partes de un mismo verso corren paralelas, pero diciendo exactamente lo mismo. La primera frase dice: "Proclamarán la memoria de tu inmensa bondad". La segunda frase dice lo mismo, pero con otras palabras: "Y cantarán tu justicia."

Lo mismo podemos observar en el Salmo 116,5, donde se nos dice: "Clemente es Jehová, y justo." En nuestro idioma clemencia y justicia son términos que se excluyen. El condenado pide que la justicia se le vuelva en gracia. Pero según el idoma bíblico, clemencia y justicia es una misma cosa.

En Isaías 45,21 podemos apreciar la misma idea, dice: "Dios justo y Salvador". Según nuestro entender éstos son términos contradictorios. Nosotros nos escondemos del Dios justo, mientras buscamos al salvador. Sin embargo, para el profeta no hay aquí contradicción. El "Dios justo" es también el "Dios salvador".

Así que justicia en el sentido bíblico es algo muy distinto. La justicia divina es gracia restituyente.

Dios ve a los hombres vivir en pecado y morir por causa del pecado. Y es precisamente su justicia lo que le lleva a tener misericordia y a rescatarlos de su lamentable situación y condición. Dios quiere restituir al hombre a su estado primero. Y esto lo hace valiéndose de su "justicia". El pecador que se confía a esta justicia la encontrará dulce y consoladora, pero el que se resista a ella, conocerá toda su severidad. Para éste la justicia divina será algo terrible.

Así que, "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia" significa, en primer lugar: Dichosos todos los que anhelan fervientemente ser alcanzados por la justicia restituyente de Dios.

HAMBRIENTOS DE LA VOLUNTAD DE DIOS
Pero hay más. La justicia divina nos restituye a nuestra condición primera de hombres y mujeres justos. Por esta justicia Dios nos declara justos y nos hace hijos suyos. Así que esta justicia nos coloca en una nueva relación con Dios, y nos capacita para observar una nueva actitud hacia Dios, es decir, nos capacita para vivir de una manera que agrada a Dios.

La justicia de Dios perdona y transforma. La justicia de Dios nos hace justos, en virtud de la sangre de Cristo, y esta misma justicia provoca en los justos un continuo anhelo y aspiración de la justicia más elevada y perfecta.

Cuando María responde a las palabras del ángel, diciendo: "He aquí la sierva del Señor, hágase conmigo conforme a tu palabra" (Lucas 1,38), tenemos que estas palabras encierran más que un simple asentimiento de la voluntad. Encierran decisión, firmeza, prontitud solícita. Podemos parafrasear estas palabras diciendo: En cualquier caso y bajo cualesquiera circunstancias yo quiero que se haga tu voluntad. Y es este deseo absoluto de que se cumpla la voluntad de Dios el que está comprendido en las palabras "los que tienen hambre y sed de justicia".

Recordemos que Jesús dijo en cierta ocasión: "Mi comida es que haga la voluntad del que me envió"(Juan 4,34). Jesús vivía de la voluntad del Padre y vivía sólo para hacer la voluntad del Padre. De esta voluntad divina Jesús estaba hambriento y sediento, y quiere que todos sus discípulos tengamos también esta hambre apasionada, por eso nos enseñó a orar: "Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre, ... hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo." Jesús era un apasionado de Dios y de su voluntad y quiere que nosotros tengamos identica pasión. Recordemos sus palabras: "El celo de tu casa me consume." ¿Qué hay de tu celo por Dios y por su voluntad? La voluntad de Dios es que todos los hombres conozcan su gracia que restituye y salva. ¿La das tú a conocer apasionadamente?

HAMBRIENTOS DE AGRADAR A JESÚS
"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia" significa, pues, "bienaventurados los que aspiran con todas sus fuerzas a llevar una clase de vida en la que Dios tenga plena complacencia."

¿Estás hambriento y sediento de la justicia de Dios, hermano? Como dijimos al principio, tener hambre y sed es señal de vida sana. Si tù no tienes esta hambre y esta sed de las que habla esta bienaventuranza, es que algo anda mal en tu vida.

Por el contrario, ¡qué bueno cuando un hijo de Dios está hambriento y sediento de Dios, de su gracia y voluntad; cuando come y bebe y aún quiere más! El que coma y beba crecerá y se fortalecerá. Será útil y podrá trabajar. Será de alegría para otros y edificará a muchos. La salud espiritual está relacionada con el apetito espiritual. ¿Estás hambriento y sediento de justicia? ¡Oh, cuántos hijos de Dios hay desnutridos! En ellos no hay poder ni vida, no hay victoria sobre el pecado ni sobre el mundo, sus vidas no constituyen un testimonio en el lugar donde se desenvuelven a diario. ¡Quiera Dios provocar en nosotros esta hambre y esta sed!

PORQUE ELLOS SERÁN SACIADOS
"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados." Esta saciedad que Cristo alumbra en el horizonte es lo que llamamos seguridad de salvación.

Los que han encontrado en Cristo perdón de pecados y paz con Dios, han comido del pan que quita el hambre y han bebido del agua que quita la sed por la eternidad.

De esta manera esta bienaventuranza nos guía a esa mesa que ocupa el centro de la iglesia. Y de la que surge para todos los hombres la invitación que dice: "Tomad, comed, este es mi cuerpo que por vosotros es partido... esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, bebed de ella todos." Sólo los que tienen hambre y sed de esa justicia que sólo Dios da, pueden comprender y estimar la invitación de Jesús a que comamos y bebamos de su mesa.

Los que han saciado en Jesús su hambre y su sed, no cesarán nunca de anunciar a otros que en Cristo hay para todos abundante y eficaz provisión de perfecta justicia que satisface eternamente. Sea este ahora nuestro objetivo.
 

 


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