CONOCIENDO AL POETA
Julio Pazos, mi buen amigo ecuatoriano, uno de los poetas actuales que más reconozco en el país del Paralelo Cero, me había presentado a Bruno Sáenz Andrade (Quito, 1944), nada más llegar a su casa-restaurante, donde ofrecía una recepción a los poetas que participábamos en el III Encuentro Internacional de Poetas organizado por Xavier Oquendo Troncoso, catedrático de literatura en Quito y poeta a tener en cuenta.
Al día siguiente del acto inaugural, el 7 de junio, tras mi lectura en la Sala Alfredo Pareja Diezcanseco de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, se me acercó Bruno y quiso testimoniarme su afecto ofreciéndome un volumen de 550 páginas, un amplio compendio antológico de su poesía escrita entre 1963 y 2005.
Yo nada conocía de su obra. Por ello, mientras él hablaba con otros amigos, empecé a hojear el libro y, al instante, me percaté de su impronta cristiana, con poemas diáfanos donde no oculta o enmascara la entrega que tiene al Amado galileo. De inmediato extraje del maletín un ejemplar de
Cristo del Alma, que dediqué como se merece un hermano que, en su poema titulado “Del Génesis”, sabe encontrar su anclaje en el Principio:
En voz baja habla Dios: crea el oscuro polvo.
Mancha de sombra el ruedo de su manto.
Con su saliva amasa al hombre;
su solo aliento anima el barro.
No necesita abrir los labios:
nace la estrella de su silencio.
Sobre ella sopla Amor.
Aquí se inicia el vasto coro.
Se pone en marcha la galaxia.
BREVE ANTOLOGÍA DE LO PORVENIR
Dicho Génesis también está en estos versos: “Aliento de Yavéh,/ alarido que saca/ los astros de la nada,/ como el milagro de los ángeles,/ como el milagro de los hombres”. Sáenz Andrade, además de poeta, es abogado, dramaturgo, ensayista y narrador. Fue viceministro de Cultura de Ecuador. Sus poemarios publicados son:
El aprendiz y la palabra; La palabra se mira en el espejo; De la boca que, abriéndose, manda al silencio que se ponga a un lado; Oh, palabra otra vez pronunciada; La inicial de tu nombre en el umbral del sueño y, finalmente,
La máscara desnuda los trazos de mi cara.
Como poco, muy poco se conoce su poesía fuera de Ecuador, ahora muestro algunos poemas suyos cuajados de Esperanza. Bruno lo dice así: “Una de las ardientes promesas del Espíritu fue la Palabra. Una Palabra tal que, recién exhalada, así misma se escucha, se afina, medita, se recata, y en su íntimo sentido profundiza”. O también: “Sé que el Cristo vive. Ha descendido al abismo, más allá de las rumbas y las edades. Va a sacar de la Gehena a los patriarcas y a los santos. Se levantará de las tinieblas cuando llegue la hora. Volverá a atar la existencia divina a la carne perecedera de Adán”.
Por ello, tras largos años de silencio, pide al Amado galileo: “¡Señor, zafa de mi lengua de este paladar húmedo como tela de araña, aparta de ella el peso del silencio!”. Y escribe sobre lo venidero, sobre la venida del Cristo vivo que esperamos.
Bruno Sáenz Andrade debe ocupar un alto sitial en la poesía que tiene a Cristo en el centro de la Palabra.
ESTROFA PASCUAL (Mateo 27, 52-53)
Se alzaron de las tumbas.
Con las manos, se quitaron el sol de las pupilas.
Aún tenían los ojos cargados de tinieblas.
En las cumbres, ardían los linderos del cielo y de la tierra.
Los muertos aprendieron a anhelar, ese día,
los caminos del mundo.
DESPUÉS DEL DOMINGO
Dicen:
una mujer lo ha visto.
Aún no se alejaba de la tumba.
Dicen:
dos de sus compañeros
lo hallaron en la ruta.
Se había puesto la ropa del viajero.
Compartieron su pan. Lo convidaron
a una copa de vino.
Cuentan que lo acogieron
Pedro y los pescadores
a la orilla de un lago,
sin conocerlo.
Corre un rumor: el cuerpo
del hijo de María ha dejado el sepulcro.
Cuentan que se ha ido al Ciclo.
Su despojo, es verdad,
ha desaparecido de la faz de la tierra.
Los ciegos, los tullidos,
todos los sin fortuna
que andaban por la senda
abierta por sus pasos
han perdido el temor a los demás judíos.
Ya no ocultan el rostro.
Ninguno se ha atrevido
a negar al Maestro.
Alguno pensaría que han hablado con Él,
que le hablan todavía.
Voltean la cabeza, se detienen
como si los siguieran…
¿La sombra o los andares
levísimos de un ángel?
(¡Cuando nadie los mira!)
DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Él ya se ha despojado de la sábana santa,
ha dejado el sepulcro.
He tratado de hallar los rastros de su paso:
el olor de la mirra, un jirón del sudario.
¿Equivoqué la huella, me aparté del camino?
La piedra disimula el lugar de la entrada.
Lo que mis manos tocan es el fondo hosco del agujero.
No he podido escuchar el eco de una voz.
(El ángel de la guarda ha reprimido un grito.
Élno le ha permitido que pregone su triunfo,
que anuncie su regreso al mundo de los hombres).
Yoyazgo en el silencio, me prolongo en la nada.
RESURREXIT
Circunscribo mi cuerpo con el signo terrible de la cruz:
de la frente, en el nombre del Padre,
a las rodillas, en la memoria del Hijo, desde el corazón
hasta mi hombro derecho, en nombre del Espíritu
Caminamos la inmensidad del viernes,
subimos la pendiente del sábado; una distancia larga
abierta entre Emaús y la ciudad del templo.
Llegamos al domingo. (Te acercabas. ¿No oían el rumor
de las palmas, el paso del asnillo?
Cuando hiciste ademán de seguir adelante, se aferraron a ti.
Te sentaste a su mesa).
“¿Abraham fue como el siervo al amparo del amo?
La hacienda, bien guardada; la cabra, tras la barda.
¿O se asemeja al hombre que ha comprado
una hijuela de piedras o de arena?
Ha de alargar los años arrancándole el fruto.
Nadie quiere tomar la carga de absolverlo,
a la hora de las cuentas al cobrador de impuestos.
Israel pudo ser, en medio de los pueblos, la voz
en el desierto o el rebaño disperso. Pronuncia la Palabra:
no hay losa, no hay mordaza capaz de silenciarla
más allá de tres días”.
Las mujeres corrieron a la tumba y la hallaron vacía.
¿Llamas a Jesús vivo a la fúnebre junta?
No habita con los muertos. No puede estar aquí.
La partición del pan nos reveló tu Gracia.
Hemos visto al Señor.
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