Thomas Hobbes vio la luz en la aldea inglesa de Westport, perteneciente al condado de North Wiltshire, el día 5 de abril de 1588. Su padre fue un vicario eclesiástico de carácter iracundo que a raíz de una discusión con su clérigo sucesor, abandonó para siempre a la familia y huyó a Londres donde murió en avanzada edad.
Mientras el pequeño Thomas convivió con su padre fue obligado por éste a escuchar todos sus sermones y a leer libros de oración. Al parecer, esta huida paterna influyó negativamente en su carácter que siempre fue melancólico, tímido e inseguro. Cuando después fue acogido por un tío materno, su educación mejoró considerablemente, fue enviado primero a la escuela parroquial de Westport, luego a un colegio privado donde aprendió lenguas clásicas y finalmente, a los catorce años de edad, al Magdalen College de Oxford en el que obtuvo el título de Bachiller. Allí profundizó en el conocimiento del griego, latín y filosofía escolástica pero de ésta quedó muy desilusionado.
Prefirió dedicarse a la literatura antigua y se interesó de manera especial por la obra de Tucídides, de quien realizó una traducción de la
Historia de las Guerras del Peloponeso, que fue publicada en 1628.
Un antiguo profesor en Oxford, sir James Hussee, le recomendó para el puesto de tutor privado del primer Earl of Devenshire de la familia Cavendish, cuando sólo tenía veinte años. Este importante empleo, que conservó toda la vida, le permitió viajar y conocer a grandes pensadores de la época, como Francis Bacon, Galileo, Claudio Berigardo y Marin Mersenne que fue muy amigo de Descartes.
En 1640 Hobbes repartió entre los amigos sus Elementos de Derecho, obra escrita en inglés en la que defendía la teoría de la indivisibilidad del poder soberano y proponía una justificación del absolutismo. Por miedo a las reacciones que pudiera suscitar este libro contra su persona, huyó a París y se quedó allí durante once años.
La situación política en Inglaterra era tensa y en 1642 estalló la Primera Guerra Civil. El bando monárquico fue derrotado y como consecuencia Carlos I decapitado. El régimen parlamentario se impuso provocando que otros muchos partidarios de la realeza huyeran a Francia. En este país, Hobbes fue nombrado tutor del heredero de la Corona, el Príncipe de Gales, quien sería el futuro Carlos II.
La mayor parte de la obra de Hobbes se escribió durante su estancia en Francia, entre los años 1640 y 1650. Sólo una enfermedad que se prologó durante meses y estuvo a punto de acabar con su vida, le mantuvo apartado de la escritura.
La principal obra de Hobbes, Leviatán, fue concebida con una evidente tendencia en favor de la monarquía. Sin embargo, durante su redacción el terreno político había cambiado mucho en Inglaterra y parecía casi imposible que en el futuro un nuevo monarca pudiera gobernar allí. Hobbes añadió una conclusión a su libro en la que parecía abrir la puerta a todos aquellos exiliados que quisieran regresar a su país de origen y someterse al nuevo gobierno parlamentario.
En este último apartado titulado:
Repaso y Conclusión, escribió: “De igual manera, si un hombre, cuando su país ha sido conquistado, se encuentra fuera de él, este hombre no habrá sido conquistado ni será súbdito; pero a su regreso, si se somete al nuevo gobierno, estará obligado a obedecerlo” (Hobbes, 1999: 572). Tales manifestaciones fueron malinterpretadas por sus correligionarios en París y se empezó a gestar una desconfianza hacia quien durante tantos años había defendido la monarquía inglesa.
En 1651 Hobbes regresó a Londres y se sometió al nuevo Consejo de Estado, gracias al cual pudo vivir tranquilamente y seguir escribiendo. Cuatro años después publicó el tratado
De Corpore (Tratado de los cuerpos) y en 1658 fue restaurada la monarquía bajo el rey Carlos II de Inglaterra. Inmediatamente el nuevo monarca recibió a Thomas Hobbes y le proporcionó una pensión vitalicia de cien libras anuales. Además dio orden de que se pintara su retrato, obra que se conserva todavía hoy en el National Portrait Gallery de Londres.
La protección que le ofreció el rey no fue suficiente para protegerle del nuevo ambiente creado después de la peste de 1665 y del gran incendio de Londres, ocurrido durante el año siguiente. El anticlericalismo evidente de su obra
Leviatán se convirtió en el punto de mira de la Cámara de los Comunes.
El miedo supersticioso del pueblo, que creyó ver en estas dos catástrofes un castigo divino a causa del ateísmo y la blasfemia que suponían ciertas obras, provocó que se estableciera un comité para velar contra el agnosticismo y la profanación. Se realizó una moción de censura contra el Leviatán y se prohibieron nuevas ediciones en lengua inglesa. Hobbes se vio obligado a reescribir su libro en latín para que pudiera ser publicado en Amsterdam, pero sin la polémica conclusión final.
Otras dos obras posteriores,
Diálogo entre un filósofo y un estudioso del derecho común inglés e
Historia ecclesiastica, fueron también denegadas para su publicación.
Durante los últimos años de su vida, Hobbes sufrió una parálisis progresiva que le mantuvo alejado de la escritura. A pesar de eso llegó a escribir unas cuarenta obras.
Murió el 9 de diciembre de 1679 en Hardwich, en la mansión del tercer
Earl of Devonshire, a los 91 años de edad.
Cuatro años después del fallecimiento algunas de sus obras, entre las que figuraban
Leviatán y
De Cive, fueron prohibidas por la Universidad de Oxford, ordenándose que fuesen arrojadas públicamente a la hoguera.
Ciertos autores han afirmado que Hobbes fue ateo, sin embargo de la lectura de su obra principal, no parece que pueda extraerse tal conclusión. Más bien al contrario, en ella se manifiesta la creencia de que Dios revela su ley al hombre por medio de la razón. Como señala Carlos Mellizo en el prólogo a la sexta edición del
Leviatán: “En su tiempo, y tras la publicación de
De Cive, Hobbes fue calificado de “ateo”, acusación que sigue repitiéndose y que, a pesar de su posible verdad, no queda sustentada en ninguna página del
Leviatán” (Hobbes, 1999: xviii).
Desde luego, la impresión que produce su obra es la de un hombre que, aunque pudiera sustentar ideas políticas equivocadas, aceptaba con sinceridad la existencia de un Dios trascendente.
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