¿El “Reino de Dios” o el nuestro?

Al pensar en la idea de Reino que tenían los que vuelven de la cautividad, y la que configuran en la reconstrucción de su sociedad, se han presentado secciones obligadas que indican que debemos tratar la cuestión en varios apartados. Porque lo que va quedando es precisamente la idea que “tenemos” del Reino, y tantas veces es eso lo que luego llamamos “Reino de Dios” (o de Cristo), y al pedir “venga tu Reino” no pocas veces pensamos que eso significará que, por fin, se harán las cosas como nosotros las entendemos y deseamos. Que venga el Reino, que ya nosotros lo administraremos como nos convenga.

El Dios Creador se revela como Señor de señores y Rey de reyes. Su relación con su pueblo se articula en la modalidad de pacto que hace con Abraham, con una persona y su descendencia, identificando esa condición con la señal de la circuncisión.

Luego se traslada el espacio de la relación con las tribus antes y durante su estancia en Egipto, con la cautividad y posterior liberación, donde el Dios de Abraham se certifica como Dueño (Señor) Libertador, y como tal les da sus leyes. La estructura social que dispone para ese pueblo es una confederación (con algún matiz, podría trasladarse el término a esa época), donde cada tribu tiene su propio territorio autónomo, dentro de la unidad de una Ley común, un único Santuario y una única Fiesta (compuesta de varias).

Por doscientos años (redondeando) de federación, la época que suele llamarse de los jueces, con todos sus problemas y dificultades, conservan su unidad e identidad. Pero deciden cambiar la estructura, quieren ser como otras naciones, y piden rey. Ésta es la primera imagen de la idea de reino de se instala en el pueblo de Israel, y ya no cambia en su esencia hasta hoy, en un modelo copiado luego por el cristianismo (entendido en su condición social y política).

Cuando piden rey, realmente están pidiendo una tiranía. Esa es la descripción de lo que solicitan, y se les concede, aunque no sea de momento una expresión tiránica absoluta, pues se conserva la inercia federativa (por ejemplo, con la presencia de los representantes de las tribus en la aceptación del rey). Piensan que la unidad y la identidad se consigue y preserva mejor con una tiranía (los nombres pueden cambiar, pero el corazón sigue igual hoy). Piden, pues, una monarquía rechazando al Rey.

Los resultados son conocidos. En dos generaciones (unos 60 años), lo que se pensó que sería el soporte de la unidad es el instrumento de la ruptura: el reino se divide. Diez tribus quedan con Jeroboán I como el reino del Norte (Israel) y Judá y Benjamín, con el hijo de Salomón en el Sur (Judá). Sus ideas de cómo gobernarse quedan expuestas en los resultados. Están divididos y, en algunos casos, en guerra abierta. La “unidad” humana, por la humana energía, es imposible. Dios, sin embargo, los considera como un solo pueblo, y les da el vínculo de su Palabra (los profetas) [También de algo extraordinario, poco referido, el canto de los salmos]. En esa Palabra sí están unidos, quedan unidos y tienen su identidad en la palabra de los profetas. Pero esos profetas muestran la corrupción del pueblo y sus gobernantes, tanto en el Norte como en el Sur, no hay construcción humana que sirva de escudo contra la Palabra y el Juicio de Dios.

La idea de reino en Israel la tumbó Asiria, la idea de reino en Judá la derriba Babilonia.

Y llegamos a la época que estudiamos. ¿Qué conservan de su idea de unidad e identidad? ¿Qué idea conservan, o recrean, de reino?

Pues con formas y circunstancias un tanto diferentes, no hay mucha modificación de lo que les llevó en el pasado a pensar que lo que Dios les concedió no era lo mejor, ellos tenían mejores ideas de cómo hacer las cosas. Son el presente (para nosotros algo lejano, sin duda), pero viven en la rebelión del pasado. De nuevo la gracia y la misericordia de Dios; aunque quieren construir según sus caminos, el Señor les da el verdadero lazo de unión: su Palabra. De nuevo los profetas. (También los falsos profetas que indican el camino falso como si fuere el de Dios, que fortalecen la rebelión y las manos impías. Como hoy.)

Esos profetas les hablan del Reino, de Jerusalén, del Templo. Pero no como ellos piensan. Todo está ya cercano a las manos del Mesías. La Cruz es la Redención, donde el pueblo se hace Templo y Reino, pero no como ellos pensaron (y piensan). La Palabra otra vez es de salvación, sí, pero también de juicio (el evangelio, olor grato siempre, pero para unos de condenación, para otros, de salvación). La Palabra es de nuevo el lazo de unidad. Palabra profética que viene a todo el pueblo. Incluso, aunque están las tribus de Judá y Benjamín, son palabra de promesas para toda la Congregación. Consuelo para Judá y para José (o Efraín, es decir, el reino del Norte, dispersado y confuso).

Pero la idea humana, el judaísmo, no ha cambiado. Tampoco lo han hecho los juicios. Si uno lee los reproches y avisos de los profetas previos al cautiverio (tanto de Israel como de Judá), se encuentra con los mismos términos, que describen situación similar, ahora en el regreso. Están, de nuevo, construyendo “su” reino, aunque lo pregonen como reino “de Dios”. Atentos, porque eso no es lejano, es la Historia de lo que llamamos Cristiandad.

Y aquí lo dejamos. La próxima semana, d. v., seguimos con las secciones que se ha presentado en la mesa: (dentro de la idea de reino) el Templo, Jerusalén, la Fiesta, y más.