La sociedad que se reconstruye tras la vuelta de la cautividad de Babilonia supone un modelo de “cumplimiento de la ley” que es la manera más destructiva de desobediencia de la misma; así queda explicado en los discursos del Mesías contra los “guardadores” de la ley de su tiempo.
Interesa esta época porque en ella se configura el judaísmo. La “tradición de los ancianos” comienza en este tiempo. Ya se empieza a oír aquella teología que Cristo descalifica: “Oísteis que fue dicho…. Pero yo os digo”.
Esto ocurre, sin embargo, en un proceso en el que intervienen gente fieles, y con un contexto muy favorable aunque no exento de dificultades. Dificultades que, conviene recordar, provienen tanto de “los de fuera” como de los mismos judíos: unos por desidia, otros por rechazo declarado.
Daniel, por ejemplo, lo encontramos orando delante del Señor, recordando que ya se han cumplido los70 años bajo Babilonia, y mira a la liberación prometida, pero reconoce que el pueblo no ha cambiado: sigue en la misma condición de rebeldía que motivó la deportación.
Quien no ponga la gracia soberana de Dios en la conducción de su pueblo, como sigue hoy, habrá perdido el sentido de la Historia. Tuya, Señor, es la justicia y la misericordia, de nosotros la confusión de rostro, siempre.
Dios despierta la buena práctica de tolerancia religiosa de los reyes persas, y son precisamente éstos los que empujan y ayudan para que el pueblo vuelva a su tierra y reconstruya el templo para adorar a su Dios. Junto a lo cual, también se dice que Dios despertó el espíritu de algunos para moverlos a regresar.
A esto hay que sumar la presencia de profetas que motivaron a los que pararon la construcción del templo. Efectivamente, tras el primer momento (538) cuando se edifica un altar y algo de los cimientos, pasan 18 años sin avanzar. Algo les hizo imaginar que “no era el tiempo”. Hageo y Zacarías presentan la necesidad de culminar la obra y, tras cinco años, se pudo dedicar el templo en la primavera de 515.
En la reconstrucción, pues, de la sociedad judía, vemos que tienen que recibir empujes de todo tipo para avanzar. El templo se ha terminado, pero el episodio de la lectura solemne de la ley por Esdras, en medio de la reconstrucción que lleva a cabo Nehemías, lo tenemos en 444, 70 años después de construirse el templo, y 94 de la primera entrada de los deportados; en este año 444 hicieron pacto solemne de obedecer según la costumbre antigua.
Otro tanto ocurre con la reconstrucción de Jerusalén, pues Nehemías decide acudir, con permiso del rey del que era alto funcionario, porque las murallas seguían derribadas 140 años después de su destrucción. Vaya, año arriba o abajo, que iban poco a poco.
Librados de la servidumbre de Babilonia, los que regresan siguen como siervos, aunque en el favor de los reyes persas. “Y ahora por un breve momento ha habido misericordia de parte de Yahvé nuestro Dios, para hacer que nos quedase un remanente libre, y para darnos un lugar seguro en su santuario, a fin de alumbrar nuestro Dios nuestros ojos y darnos un poco de vida en nuestra servidumbre. Porque siervos somos; mas en nuestra servidumbre no nos ha desamparado nuestro Dios, sino que inclinó sobre nosotros su misericordia delante de los reyes de Persia, para que se nos diese vida para levantar la casa de nuestro Dios y restaurar sus ruinas, y darnos protección en Judá y en Jerusalén” (Esd. 9:8-9. También Neh. 9:36-37. “He aquí que hoy somos siervos; henos aquí, siervos en la tierra que diste a nuestros padres para que comiesen su fruto y su bien…”).
En esta condición reconstruyen la sociedad. Veremos, d. v. algunos de los aspectos de esa construcción otras semanas, pero hoy quiero destacar que la “nueva” sociedad tiene una característica esencial: es una sociedad, civil y religiosa, fundada en el templo.
Así aparece desde el principio; la idea de los reyes persas es que vuelvan para adorar en su santuario. Por eso subvencionan su reconstrucción y devuelven los utensilios que quedaban de los que se llevaron los babilonios. A partir de este momento, y sigue en la época de Cristo, los sacerdotes del templo son los que asumen el poder religioso (que en esta situación es también civil).
El “Estado” ahora se configura como “santuario”. La ley se presenta como esencial para la nueva comunidad, pero esta ley se enfatiza en sus aspectos externos, se llega a una ética de “ceremonia”, externa. (Incluso la expulsión de las mujeres no judías, con sus hijos, es realmente algo “ceremonial”. De esto en concreto, d. v., trataré en otra semana.)
Las reformas finales de Nehemías (como delegado de Persia), siendo “civiles” tienen un componente “religioso” que se colocan abarcando el conjunto. Al final, al lado de las actuaciones contra la usura y la opresión contra los pobres, lo que se produce es un “arreglo” administrativo del templo: diezmos, comida para los sacerdotes, práctica ceremonial del sábado, etc.
Esto en un primer momento puede funcionar, con gran equilibrio, en esta época previa a la venida del Mesías, pero en cuanto camina un poco se cae y aplasta a la sociedad, destruyéndola en su totalidad, pues cuando lo civil queda supeditado a lo religioso (eclesiástico, diríamos hoy), y lo religioso se identifica con la ceremonia externa, lo “ceremoniático”, tanto lo uno como lo otro pierden su lugar y se salen del camino: ni hay sociedad civil ni religiosa, sino una tiranía de lo externo, con un “legalismo” donde lo correcto en el plano civil es la ceremonia religiosa, bajo la tutela sacerdotal, y ese legalismo religioso es el que se considera el medio adecuado para la vida y acción civil. Este judaísmo es el que aparece en los Evangelios, el que había construido desechando la piedra angular. En ese modelo no cabe el Mesías, y tienen que expulsarlo, matarlo y echarlo fuera. Seguimos igual en nuestros días.
El fracaso de ese modelo lo señala Malaquías. La inoperancia de la nueva sociedad en el sentido ético queda claramente expuesta. Aunque la ley contenga ritos y ceremonias, se deben entender al servicio de la naturaleza propia de la ley: justicia y misericordia, pero ahora el rito se convierte en la ley; la verdad se ha reducido al rito externo.
El Mesías vendrá para destruir ese modelo, que procede y es obra del diablo. Zacarías igualmente reprocha la nueva construcción por estar fundada en los males del pasado, los que llevaron al juicio de la cautividad. De nuevo, se trata de “juzgar conforme a la verdad, y hacer misericordia y piedad cada cual con su hermano; no oprimir a la viuda, al huérfano, al extranjero ni al pobre; que ninguno piense mal en su corazón contra su hermano” (Zac. 7:9-10).
Aprendamos de este tiempo de reconstrucción. Al final no se construye para presentar a Dios, sino a sus “representantes”. El templo vuelve a ser medio de poder humano, al que se llega por medios humanos de poder. (No más del 408, y un hermano mata en el templo a otro para quitar de en medio a aspirantes al puesto de sumo sacerdote.)
La Historia del cristianismo, en muchos casos, ha sido continuidad de este proceso. Es hora de edificar buscando el bien del prójimo y la gloria de Dios. Que nuestro temor y honra de Dios no sea conforme a mandamientos y doctrinas de hombres.
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