Tras el gran avivamiento de Jerusalén en el año 30, el Cristianismo se expandió de forma acusada hasta llegar a todos los rincones del Imperio Romano y atravesar sus fronteras, pero tendría que pasar más de un siglo para que se produjera el segundo avivamiento de la historia de la Iglesia.
A medida que el cristianismo se consolidaba en el Imperio Romano, una generación de apologistas intentaba llegar con las doctrinas de las iglesias a las capas más poderosas e impermeables de la sociedad antigua.
En el siglo II, el cristianismo seguía siendo una religión popular, pero poco a poco, nuevas generaciones de cristianos mejor formados, comenzaran a escribir defensas contra los ataques de los filósofos paganos.
A pesar de la gran erudición de los apologistas, la jerarquía eclesiástica comenzaría a ejercer un férreo control sobre la comunidad cristiana, prohibiendo ciertas manifestaciones espirituales, con el fin de evitar herejías.
Las formas rígidas de la Iglesia de este periodo enfrió el ambiente expansivo del siglo anterior. Los ministros de la Iglesia pretendían frenar las herejías gnósticas, pero a su vez aspiraban a un mayor control de sus iglesias.
A mediados del siglo II,
una nueva herejía promovida por Marción irrumpió en el cristianismo, poniendo aún más en duda las manifestaciones sobrenaturales, el profetismo y otros dones espirituales descritos en el Nuevo Testamento. El Marcionismo buscaba una depuración del ritualismo religioso de las iglesias, negaba la inspiración del Antiguo Testamento y la Ley.
En un ambiente de reforma religiosa, de mecanismos agotados de expansión y exceso de ritualismo, surgirá el segunda gran avivamiento de la Historia de la Iglesia, el Montanismo.
El Montanismo fue un movimiento liderado por Montano, un cristiano de Asia Menor que pretendía volver a la pureza apostólica del siglo anterior y al entusiasmo evangelizador de la Iglesia Primitiva.
En la zona de Frigia, Montano, junto a dos profetisas, promulgó el próximo regreso de Cristo y llamó a la iglesia a cumplir rigurosos ayunos, vigilias y oraciones. Montano nunca se salió de la ortodoxia de la Iglesia y su movimiento se extendió rápidamente por toda la Cristiandad.
Montano promovía las experiencias espirituales descritas en el libro de Hechos, en especial el avivamiento de Pentecostés.
El Montanismo, obsesionado por el fin de los tiempos, anunció que el año 179 marcaría el regreso de Cristo. Cuando pasó la fecha anunciada y no sucedió nada, algunos abandonaron el movimiento, pero este persistió en la zona de Asia hasta el siglo IV.
Es curioso que este segundo avivamiento tuviera características tan parecidas al de Pentecostés, como la importancia en el Espíritu Santo, el regreso a la santidad, la importancia de la oración y la predicación sencilla del Evangelio.
Al parecer las reuniones de los miembros de este grupo se caracterizaban por su sencillez, animación, profecías y por la manifestación de las lenguas espirituales.
Estos pocos años de avivamiento precederían a una larga época de oscuridad, que terminó con la aprobación de varias doctrinas que el Catolicismo defiende aún en la actualidad.
Continuará.
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