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Poligénesis del protestantismo latinoamericano, factores endógenos: México (3)
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De Henry C. Riley a Manuel Aguas

Fraternidad Teológica Latinoamericana-México, Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano (*).
KAIRóS Y CRONOS AUTOR Carlos Martínez García 20 DE JULIO DE 2012 22:00 h

Como asistente a la Iglesia protestante que Riley junto con otros encabezaba en San Juan de Letrán, Manuel Aguas escuchaba atento las predicaciones. Cuenta que inicialmente conoce a Henry C. Riley por su voz, ya que al ser “corto de vista” no podía percibir bien el rostro del misionero cuando éste predicaba desde el frente del salón. Es precisamente por el valor de Riley para hacer obra evangélica “en medio de la más odiosa idolatría, y rodeado de enemigos”, escribe Aguas, que se siente avergonzado y decide conversar con el misionero para hacerle saber que está decidido a “contender [públicamente] por la fe de Jesús”.

En los primeros meses de 1871 El Monitor Republicano desliza la posibilidad de que Manuel Aguas se hubiese convertido al protestantismo.[1] El provincial de los dominicos, fray Nicolás Arias, dirige una carta fechada el 12 de abril a Manuel Aguas, quien ya había dejado de ejercer el sacerdocio católico meses atrás. En el escrito le pregunta directamente respecto a las versiones que corren sobre su abandono de la Iglesia católica.

Aguas responde a su ex superior pocos días después, el 16 de abril de 1871 con una extensa misiva en la que no deja lugar a dudas sobre sus creencias evangélicas, su escrito está lleno de citas bíblicas. Así deja ver que el año y medio anterior dedicado a estudiar “con cuidado y cariño la divina Palabra” ha dejado profundas huellas en él.[2]

Su respuesta es un rotundo sí, a la pregunta de si se ha convertido al protestantismo. Pero antes de ello el ex sacerdote católico Manuel Aguas hace una relación, a quien le pregunta, el cura Nicolás Arias, de dónde estaba en cuestiones de fe y su nueva creencia evangélica cuyas características describirá a lo largo de la misiva.[3]

Quien fuera dominico inicia comentándole a su interlocutor que como sacerdote “había seguido la religión tal como Roma la enseña; de manera que todavía hace tres años era cura de Azcapotzalco, combatía al protestantismo con todas mis fuerzas, y aún hice que algunos protestantes se reconciliaran con la Iglesia Romana. Creía entonces que profesaba la verdadera religión”.

Hacemos un paréntesis para comentar lo señalado por Aguas, que logró regresar al seno del catolicismo romano a ciertos protestantes que habitaban en la jurisdicción de su parroquia. Eso tuvo lugar en 1868, cuando la presencia de los misioneros protestantes en el país era de carácter personal y espontáneo. Es decir, entonces todavía no predominaban los misioneros respaldados por denominaciones, planes y recursos bien estructurados. Acaso esos protestantes, algunos reconvertidos al catolicismo pero no todos, que menciona Manuel Aguas fuesen el fruto de la presencia discreta y el testimonio de creyentes evangélicos extranjeros y nacionales que a partir de la Independencia, en 1821, fueron consolidando en el país pequeños grupos de cristianos que ya no eran católico romanos.

En su epístola Aguas evoca que el arranque de su peregrinaje hacia la fe evangélica inicia cuando llegaron a sus manos “algunos trataditos de aquellos a quienes combatía; trataditos que por razón de mi oficio tuve que leer”. La lectura del material tiene resultados que Manuel Aguas consigna en los siguientes términos: “Por ellos [los trataditos] comprendí, a mi pesar, que aunque había hecho una carrera literaria en lo eclesiástico hasta concluirla, aunque había sido catedrático de Filosofía y Teología, y aunque creía conocer la religión, principalmente en lo relativo al protestantismo: no sabía yo todo lo que verdaderamente se alegaba en aquel campo cristiano que, adhiriéndose de buena fe a las Sagrada Escritura, hace que revivan los primitivos discípulos de Jesús, campo respetable y aun superior en número al romanismo. Porque como Roma prohíbe con excomunión mayor leer los libros de los protestantes, yo sólo había consultado autores romanistas que las más de la veces todo lo pintan al revés”.

Ante él, lo dice en su escrito, se presentaban tres opciones: 1) La religión de Dios; 2) La religión del sacerdote; y 3) La religión del hombre. La primera, caracteriza Aguas, es la religión de la Biblia a la que él ha decidido seguir. La segunda es la que encabeza un mero hombre que se dice infalible [el Papa]. La tercera, en la que confían los racionalistas, tiene en el centro la infalibilidad de la razón natural.

Antes que enseñarle a escuchar la Palabra de Dios, arguye Manuel Aguas, en la Iglesia católica le habían instruido a “creer en la palabra del hombre”, al transmitirle lo que decían grandes pensadores eclesiásticos sobre uno y otro tema. Él hizo a un lado esa tradición para ir directamente a las enseñanzas de la Biblia: “Hoy soy feliz; sigo a Jesús, oyendo todos los días su dulce y apacible voz en el libro Santo, que nos ha dejado para que, sin temor de caer en el error, lo leamos todos sus hijos. Leedlo vos también con frecuencia; obedeced el precepto del Señor que nos dice: ‘Escudriñad las Escrituras, porque ellas son las que dan testimonio de mí’ [Juan 5:39]. No hagáis caso de la palabra del hombre, sino atended solo la palabra de nuestro Dios. Si así lo hiciereis, encontraréis la verdad y seréis dichosos”.

Vale la pena detenernos en mencionar que la versión de la Biblia citada por Manuel Aguas en su extensa carta es la de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera. James Thomson, colportor enviado a México en 1827 por la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, difunde la Biblia traducida por el sacerdote católico Felipe Scío de San Miguel, aunque sin libros deuterocanónicos, llamados por algunos apócrifos. Es en 1858 cuando la Sociedad reemplaza la versión de Scío con la publicación del Nuevo Testamento traducido por los protestantes españoles del siglo XVI, Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, y en 1861 imprime para su distribución toda la Biblia de esos mismos traductores.[4]

Ante la posición de la Iglesia católica en el sentido de que los feligreses deben ser guiados doctrinalmente en su, por otra parte poco probable, lectura de la Biblia, Manuel Aguas aboga por un acceso amplio a las Escrituras por parte de todos: “Es verdad que Roma nos dice que hay peligro en leer la Biblia sin notas; no lo creáis, no existe tal peligro, mil veces no. No puede ser que el Dios de bondad y de amor nos dejara un libro peligroso, donde en lugar de la vida encontraremos el veneno de la muerte. A nuestro divino Jesús nunca se le podrá considerar como un envenenador, cuando es nuestro Salvador, nuestro Vivificador, nuestro bien”.

En un interesante ejercicio de diferenciación de lo que es la Biblia, Manuel Aguas reconoce que hay porciones “semejantes a altas montañas a donde sólo podrán llegar personas de cierta fuerza intelectual”. También advierte que “hay pasajes de tan dificultosa inteligencia, que se parecen a aquellas elevadísimas serranías a donde ninguno de los mortales, ni aún de los demás esclarecidos y animosos han podido encumbrarse”.

Pero, en general, las Escrituras son diáfanas y para comprenderlas es innecesario, rebate Aguas, todo el aparato que las recarga de notas doctrinales aprobadas por las autoridades: “Nos alega Roma que la Biblia es oscura y difícil de entenderse. Esta dificultad está contestada en muchas ocasiones. Se podría decir, entre otras cosas, que todas las verdades necesarias para nuestra Salvación se encuentran en ella, en un estilo tan claro, tan sencillo, tan natural, tan encantador, que estos lugares se parecen a aquellos campos amenos y floridos, que siendo planos y sin tropiezos, aún los más débiles pueden transitarlos con toda facilidad y sin temor de caer”.

Las Escrituras son nítidas, aseguraba Manuel Aguas contra quienes se empeñaban en obstaculizar su lectura bajo el argumento de que era necesaria la supervisión de los clérigos católicos. Además, con seguridad, escribe en la misiva donde expone su confesión evangélica, el creyente cuenta con la asistencia del Espíritu Santo para tener un entendimiento cabal de la Biblia.

En el documento del 16 de abril de 1871, Aguas argumenta que a la comprensión de la Palabra debe acompañarle el seguimiento cotidiano de Jesús. Como otros y otras que se han entregado al estudio intelectual, emocional y comprometido de la Palabra, Manuel Aguas logra hallar “la fe que justifica y que conduce a la gloria, esa fe que ha sido oscurecida por Roma con multitud de trabas que le ha puesto para avasallar las conciencias y arrebatarnos la dulce libertad que Jesús nos ha alcanzado con su preciosa muerte”.

Para él es muy claro que las obras eran innecesarias para alcanzar la salvación en Cristo, y que el resultado de la redención necesariamente debería producir buenas obras. Tiene conciencia de que los libros neotestamentarios de Romanos y Santiago no se contradicen sino que se articulan: “Se me exige que mi fe no sea falsa, ilusoria, que no sea muerta sino viva, esto es, animada por la caridad; que crea sin dudar un momento en esta redención; que espere con entera confianza este perdón; que ame con toda mi alma al Dios misericordioso que así me ha agraciado; que aborrezca con odio eterno mis crímenes pasados, y que no vuelva a cometerlos; que ame no sólo de palabra sino también de obra a todos los hombres, porque todos son mis hermanos; que los ame y perdone aunque sean mis mayores enemigos, y me hayan hecho los mayores agravio; que sea misericordioso, limosnero y caritativo con los desgraciados; y que, por último, guarde los verdaderos mandamientos de mi Dios que se encuentran en las Santas Escrituras. Porque el Señor que me manda que crea para ser salvo, me ha dejado un criterio, un medio seguro para que yo conozca si mi fe es verdadera y salvadora. Me ha dicho: el árbol bueno se conoce por sus frutos, lo mismo que el malo [Mateo 7:16 y 18]. De modo que si yo os digo tengo caridad, y no tengo fe y que estoy salvado, y que no tengo caridad, y no tengo buenas obras, no me creáis aunque haga milagros y pase un monte de un lugar a otro” [adaptación de 1 Corintios 13:2 y Santiago 2:14].

Aguas hace un uso intensivo de citas bíblicas, para contraponer esas enseñanzas a las de Roma. Sus nuevas creencias las respalda con versículos y las contrasta con el “yugo espantoso y pesado que [la Iglesia católica hace que] gravite sobre la humanidad, arrebatándole el yugo del Señor que es dulce, suave y ligero [Mateo 11:30]”. Para Aguas la Biblia es suficiente porque

Las Santas Escrituras enseñan que Jesucristo instituyó no la misa, sino la Cena, en la que los cristianos deben participar no solamente del pan, sino también del vino, en memoria de Jesús que dio su cuerpo y derramó su sangre para salvarnos, Lucas 22:19-20; que hay solamente una puerta en el cielo; Jesús dijo: “Yo soy la puerta”, Juan 10:9; que únicamente por los méritos de Cristo se recibe el perdón; que sólo hay una cabeza para la Iglesia, Jesús que le dice a su pueblo: “Yo estoy con vosotros siempre”; que sólo hay un Salvador y Refugio para los pecadores, Hechos 4:12, el Divino Redentor: un Maestro, Cristo; uno solamente, a quien la Iglesia debe titular Padre, el Celestial, Mateo 22:9; una Iglesia, la consagración de todas las almas salvas que deben escuchar y obedecer la voz de su pastor infalible que dio su vida por su grey, Juan 10:11; una moral, tanto para el clero como para los seglares; la del Evangelio, que recomienda a los obispos y diáconos tener cada uno “una esposa”, 1ª Timoteo 3:2-12; un abogado para con el Padre, Jesús, 1ª Juan 2:1; un sólo Ser a quien se debe adorar: enseñan las Escrituras: “al Señor tu Dios adorarás y a él sólo servirás”, Mateo 4:10; que hay un sólo y eficaz remedio para todo pecado: “la sangre de Cristo de Jesucristo” que “nos limpia de todo pecado” 1ª Juan 1:7; una respuesta a la pregunta: ¿qué debo yo hacer para ser salvo? “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo”, Hechos 16:30-31; también las Escrituras nos enseñan que “Cristo fue ofrecido una vez para cargar los pecados de muchos”, Hebreos 9:27; y que no quedan más sacrificios para ellos. El Evangelio nos manda bendecir, amar, hacer el bien, no maldecir, no perseguir ni aborrecer al que piensa de distinta manera a nosotros, y que nos manifiesta que su modo de obrar emana de su conciencia; también nos enseña la divina Palabra que el único por el nos podemos acercar a Dios Padre, es por Jesús que nos dice: “Ninguno viene al Padre sino por mí”, Juan 14:6.

Hacia el final de su intensa carta dirigida al sacerdote católico Nicolás Aguilar, y que pronto fue reproducida y puesta a circular en las calles de la ciudad de México y en otras partes del país, Manuel Aguas confirma lo que ya se sabía en los corrillos de la catedral metropolitana y en las altas esferas eclesiásticas católicas de la urbe. Lo hace sin ambages, “hermano mío, en vuestra carta me preguntáis si me he adherido a la secta protestante. Rechazo la palabra secta, a no ser que se entienda por ella seguidor de Cristo; creo que mejor se debe aplicar a vos esa expresión, mientras seáis romanista, porque seguís a Roma y no a Jesús”.

Aguas sabía que al romper de forma tan tajante con el catolicismo le esperaban jornadas difíciles. Por lo mismo, además de confirmar las sospechas de sus anteriores superiores eclesiásticos, anuncia que va a integrarse a la Iglesia de Jesús, en calidad de ministro de la Palabra: “¿He de negaros que soy protestante, es decir, cristiano, y discípulo de Jesús? Nunca, nunca quiero negar a mi Salvador. Muy al contrario, desde el domingo próximo [23 de abril] voy a comenzar a predicar a este Señor Crucificado en el antiguo templo de San José de Gracia. Ojalá que mis conciudadanos acudan a esa Iglesia de verdaderos cristianos, Si así sucede, como lo espero en el Señor, se ira conociendo en mi querida patria la religión santa y sin mezcla de errores, idolatría, ignorancia, supersticiones ni fanatismos; y entonces reinando Jesús en nuestra República, tendremos paz y seremos dichosos”.

La fecha anunciada por Aguas para iniciar sus predicaciones en San José de Gracia (23 de abril de 1871), también fue el día en que ese templo, anteriormente católico romano, se abrió al culto de la Iglesia de Jesús.[5] A partir de entonces el lugar es el mayor foco de irradiación del protestantismo mexicano, y el principal personaje del movimiento es Manuel Aguas, quien tuvo un intenso, pero corto, ministerio hasta su temprana muerte a los 42 años, el 18 de octubre de 1872.

En efecto, Manuel Aguas inicia sus predicaciones en el lugar dado a conocer en la carta. El templo le era familiar ya que ahí había predicado años antes, como párroco católico. Sus dotes de gran expositor atraen un importante número de interesados en escuchar de viva voz a quien los vendedores callejeros de impresos y volantes se refieren de distintas maneras, casi siempre usando expresiones descalificadoras sacadas de los dichos de prominentes eclesiásticos católicos. No tardaría en arreciar la reacción del obispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, ante la cual Manuel Aguas se mantiene incólume e incluso intensifica su compromiso con la difusión del protestantismo mexicano.

La carta de Manual Aguas a su ex superior en la orden de los dominicos, “fue el primer documento sobre la conversión de un sacerdote conocido al protestantismo y además [llamó poderosamente la atención] por la forma de folleto evangelístico en que está escrito”.[6] Las críticas al deslinde con su anterior identidad religiosa y nuevo compromiso con el protestantismo por parte de Aguas, motivaron respuestas de las autoridades eclesiásticas católicas y de antiguos correligionarios.

En las casi dos décadas anteriores a la llegada institucional de los misioneros protestantes extranjeros, hubo una intensa movilización de creyentes nacionales que allanaron y facilitaron el camino seguido después por aquellos. Tiene razón Abraham Téllez en su pionera investigación sobre cómo se desarrolla el protestantismo en México, al observar que, “en los orígenes de los trabajos para intentar promover el protestantismo en general en México dados a partir de la década de los cincuenta [del siglo XIX], encontramos que casi todos ellos presentan un marcado carácter individual; es decir, exento de una organización misional que los respaldara pero que en su momento las sociedades misionales aprovecharían en su favor. De tal suerte que, cuando éstas llegaron a México se encontraron con un trabajo precedente que les evitó partir de cero”.[7] Hoy contamos con más evidencias documentales de que así fue.


(*) Ponencia presentada en el Quinto Congreso Latinoamericano de Evangelización (CLADE V), Consulta de Historia: “Herencia histórica y misión actual: la importancia de aprender de nuestro pasado y afirmar nuestra identidad”, San José, Costa Rica, 9-13 de julio de 2012.



[1] El Monitor Republicano, 11 de abril de 1871, p. 2.
[2] El documento fue reproducido íntegro en El Monitor Republicano, 26 de abril de 1871, pp. 1-2.
[3] Acerca del alegato Crane asienta que se imprimió” bajo el nombre Viniendo a la luz, fue publicado varias veces, incluso hasta finales de este siglo. Su importancia se da por sentada, dado que fue el primer documento sobre la conversión de un sacerdote conocido al protestantismo y además por la forma de folleto evangelístico en que está escrito”, p. 98.
[4] Pedro Gringoire, El doctor Mora, impulsor nacional de la causa bíblica en México, Sociedades Bíblicas en América Latina, s/l, 1963, p. 51. La Sociedad Bíblica Americana publica en 1865 la Reina-Valera, y es la que distribuye en los países de habla española, entre ellos México; Rafael A. Serrano, “La historia de la Biblia en español”, en Philip W. Comfort (editor), El origen de la Biblia, Tyndale House Publishers, Carol Stream, Illinois, 2008, p. 355 y Jane Atkins Vásquez, La Biblia en español: cómo nos llegó, Augsburg Fortress, Minneapolis, 2008, p. 118.
[5] El Ferrocarril, vol. IV, núm. 98, 27 de abril de 1871, p. 3.
[6]Daniel Kirk Crane, Op. cit., p. 98.
[7] Proceso de introducción del protestantismo desde la Independencia hasta 1884, Tesis de licenciatura, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras-Colegio de Historia, México, 1989, p. 157.
 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Hiram Jimenez
25/07/2012
09:28 h
2
 
He seguido con atención cada una de sus exposiciones, son de un valor incalculable para los creyentes mexicanos, es mas que sorprendente el que usemos un medio español, ojala los mexicanos pudiesemos organizarnos de modo que tuvieramos un medio similar, pero..... pareciera que la historia nos lo niega.
 
Respondiendo a Hiram Jimenez

Omar Alí
24/07/2012
11:33 h
1
 
Me parece muy atinado tu esfuerzo de clarificar que en México elorigen del protestantismo no parte de la tarea misionera extranjera sino del brote de conversos mexicanos que antecedieron a dicha tarea de extranjeros. Aprecio, en grado de muy agradable, tu labor, respetable Maestro Carlos Martínez. Con afecto: Omar Alí.
 



 
 
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