No me sorprende la declaración del cardenal Kurt Koch. El ex obispo de Basilea, presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos (CPUC), en la que claramente fija su postura respecto del quinto centenario del inicio de la Reforma protestante: “no podemos celebrar un pecado(…) Los acontecimientos que dividen a la Iglesia no pueden ser llamados un día de fiesta”.
Algunos organismos protestantes alemanes decidieron invitar con bastante antelación al organismo que preside el cardenal Koch, para que participase de alguna manera en eventos celebratorios de la gesta iniciada por Martín Lutero el 31 de octubre de 1517. Creo que lo hicieron por cortesía, porque si pensaron que la invitación sería aceptada, entonces andan un poco despistados sobre la posición histórica de la Iglesia católica romana acerca de la lid teológica de Lutero.
Kurt Koch comunicó a los integrantes de diócesis el 29 de junio del 2010 que había sido nombrado presidente del CPUC por el papa Benedicto XVI. En esa misiva delineó algunos retos para la pastoral católica en sociedades poscristianas (no las llama así, pero el término está latente en el documento). Menciona que “en Suiza y en
Europa, en general, gran parte de los miembros de la Iglesia tienen de hecho el status de catecúmenos bautizados, a los cuales les es ajeno no sólo el lenguaje de la fe de la Iglesia, sino también el mundo bíblico. Por esto, hoy no se necesitan nuevas vías para acceder a la Palabra de Dios, sino que toda la pastoral debe ser, de manera más decisiva, una pastoral de la evangelización y no puede seguir siendo sólo una pastoral de la sacramentalización”.
Su diagnóstico es acertado. El problema para él, y el conjunto de las altas autoridades católicas romanas, es que la institución tiene escasos instrumentos para llevar al cabo esa evangelización de la que habla. Es así porque la sacramentalización de la que se queja ha sido impulsada por la propia Iglesia católica, en detrimento de una fe cotidiana que se refleje en ciertas prácticas éticas.
La postura del cardenal Koch está en sintonía con la de Benedicto XVI, claramente enunciada antes de que ascendiera al papado. Recordemos que Joseph Ratzinger futuro sucesor de Juan Pablo II, fue prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe (antigua Santa Inquisición), y que bajo su dirección fue gestada y hecha pública (agosto del 2000) la
Declaración Dominus Iesus. Este documento claramente estableció que solamente en el seno de la Iglesia católica subsisten en su integralidad los medios de salvación. Además hace un férrea defensa del Papa romano como autoridad indiscutible y por encima de cualquier otro ministro cristiano.
Sobre lo anterior la
Declaración sostiene que "Los fieles están obligados a profesar que existe una continuidad histórica —radicada en la sucesión apostólica— entre la Iglesia fundada por Cristo y la Iglesia católica: Esta es la única Iglesia de Cristo... que nuestro Salvador confió después de su resurrección a Pedro para que la apacentara (Jn 24,17), confiándole a él y a los demás apóstoles su difusión y gobierno (cf. Mt 28,18ss.), y la erigió para siempre como columna y fundamento de la verdad (1 Tm 3,15). Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él". ¿Alguna duda sobre el declarado supremacismo romano?
Se hace necesario recordar que diversos grupos cristianos a lo largo de la historia han puesto en duda eso de que Jesús delegó en Pedro su autoridad. Tampoco es posible sustentar, en términos neotestamentarios, el poder de ser vicarios de Cristo a los sucesores del apóstol. De la lectura del Nuevo Testamento no se desprende lo que el Vaticano quiere ver.
Tampoco existen evidencias históricas de que la Iglesia cristiana de los siglos II y III hubiera aceptado la supremacía del obispo de Roma en asuntos de fe. Es un hecho político, la "conversión" de Constantino (emperador entre 306-337), lo que fortalece el obispado romano y da pie a lo que el sociólogo francés Jacques Ellul denomina el principio de adulteración de la Iglesia. En este sentido es altamente recomendable su obra
La subversión del cristianismo (Ediciones Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1990).
Ellul da respuesta a una pregunta que se hace a sí mismo: “¿Cómo ocurrió que el desarrollo de la sociedad cristiana y de la Iglesia haya dado origen a una sociedad, a una civilización y a una cultura que son en todo lo contrario de lo que leemos en la Biblia, de lo que es el texto indiscutible tanto de la Torá y los profetas como de Jesús y de Pablo?”.
Anotamos que
en las últimas décadas se han multiplicado los estudios que rescatan las luchas de individuos y grupos cristianos disidentes de Roma anteriores a la ruptura religioso-cultural que se incubó en los siglos XIV-XV y afloró con ímpetu en la segunda década del siglo XVI con las 95 tesis de Martín Lutero. Un común denominador de todas esas disidencias fue su negativa a aceptar que el obispo de Roma tuviera supremacía incuestionable para regir el cuerpo de creencia y prácticas cristianas. Lucharon contra el exclusivismo papal que, como en el documento
Dominus Iesus, pretendió adueñarse, enseñorearse, mediatizar a Jesús declarándolo patrimonio único de una sola confesión religiosa.
Decir, como dijo el cardenal Koch, que es un pecado la ruptura de Lutero, a la que por cierto fue orillado por la Iglesia católica, simplemente refleja que el ecumenismo buscado desde Roma tiene como condición a los otros su rendición previa a las pretensiones exclusivistas que tiene como centro al papado. Bonito ecumenismo, que busca la asimilación de los demás y desconoce la responsabilidad propia en el punto de quiebre que significó la Reforma luterana.
Lo mejor es que los herederos de Lutero en todo el mundo sigan con los preparativos para celebrar el acontecimiento desatado con las
95 tesis. Que se haga una evaluación histórico/teológica, así como una revitalización del legado de quien fuera monje agustino.
Si quieres comentar o