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Teología de la indignación (II)
18
 

Dios como indignado

Si bien la revelación cristiana nos habla del amor y la paciencia de Dios, también nos habla de la indignación de Dios frente al pecado y la injusticia.
MI UNIVERSO AUTOR Samuel Escobar 26 DE MAYO DE 2012 22:00 h

Vimos el pasado domingo que Hessel nos presenta una visión trágica de la historia. Esta visión pesimista que ve la historia terminando en tragedia, ve la aventura humana como un túnel sin salida.

Y eso me lleva a la visión cristiana de la historia, porque si como cristianos creemos que Jesús resucitó no podemos adoptar una visión trágica y pesimista de la historia humana. Tanto la enseñanza de Jesús como la de los apóstoles está marcada por la nota de la esperanza, que es una nota que nos lleva a vivir el presente como luz y sal en el mundo, con gozo a pesar de las aflicciones, y a mirar el futuro con la esperanza de un mundo cualitativamente diferente, de una nueva creación: “Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir” (Ap 20:4).

UNA VISIÓN CRISTIANA DE LA HISTORIA
La fe cristiana es histórica, toma en serio la Historia, le da sentido y la transforma y encierra una visión de la historia. Para la enseñanza del Nuevo Testamento, tan real e importante como la encarnación y la muerte de Jesús en la cruz es el hecho de la resurrección del Señor crucificado. Escribiendo a la Iglesia de Corinto acerca de este tema, el apóstol Pablo afirma rotundamente: “Y si Cristo no ha resucitado nuestra predicación no sirve para nada, como tampoco vuestra fe” (1 Cor. 15: 14). Los cuatro Evangelios culminan con la historia de la sorpresa de las discípulas y los discípulos ante la tumba vacía, y la experiencia del encuentro con Jesús resucitado. La realidad de esta experiencia es el marco en que se da el mandato a los discípulos para lanzarse al mundo con sentido de misión. Lo ha dicho el teólogo uruguayo Mortimer Arias en un magistral estudio sobre la Gran Comisión:

El hecho histórico, verificable, de la experiencia pascual es el surgimiento de una nueva comunidad, la Iglesia, poseída de un sentido de misión universal. Surge de entre las cenizas, como el Ave Fénix, en medio de un pequeño grupo marginal, aplastado por la condena y crucifixión de Jesús, disperso y desalentado, que de pronto se levanta para testificar de la presencia y el poder de Cristo obrando en ellos y a través de ellos. [1]

La resurrección de Jesús es el triunfo de la vida sobre la muerte, es la vindicación de la víctima, es la confirmación de que con la llegada de Jesús una realidad nueva, aquello que Jesús llamaba el Reino de Dios, ha hecho su irrupción en la historia humana.

Las fuerzas hostiles que se sintieron amenazadas por la presencia y el estilo de Jesús le presentaron oposición desde el comienzo mismo de su ministerio público. Esta oposición creciente de la cual los Evangelios dan cuenta significa un continuo conflicto, una oposición a las obras de Jesús. La popularidad de su enseñanza atrajo las burlas y envidia de fariseos y escribas, los maestros religiosos oficiales. Sus milagros y la novedad de su mensaje fueron percibidos como una amenaza por los saduceos, administradores del templo, símbolo de la institución religiosa dominante, y los sacerdotes sus funcionarios. Los encargados de imponer el orden imperial romano, gobernadores como Poncio Pilato o reyezuelos como Herodes, lo vieron como una amenaza al férreo orden brutalmente impuesto por la fuerza del Imperio. Todos ellos coincidieron en una confabulación para deshacerse de Jesús de manera expeditiva y sin el menor criterio de justicia. Cualquiera que esté familiarizado con la historia de los imperios, desde los faraones hasta nuestros días, sabe que la historia de la pasión de Jesús es verosímil, porque historias de injusticia parecida se repiten continuamente.

Sin embargo lo distintivo de la historia de Jesús es el sentido que él mismo atribuye a su muerte y el hecho de que la tumba no pudo retenerlo ni la muerte callarlo para siempre. Aquel que en la agonía de la cruz clamó “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has desamparado?” (Mc. 15: 34), fue levantado de entre los muertos por el poder de Dios. La fe en el Cristo resucitado fue motivación para la misión pero ese hecho por sí solo no explica el avance de la Iglesia desde la periferia de un rincón del imperio romano hasta la realidad global de nuestros días. El Padre y el Hijo como Señor resucitado envían al Espíritu Santo como el acompañante y la fuerza del poder que abrirá caminos para los misioneros y misioneras en el mundo y los sostendrá en medio de toda clase de conflictos y sufrimientos. Según la enseñanza de Jesús mismo el Espíritu Santo acompañaría a los apóstoles (enviados) como consejero y consolador (Jn. 14: 16), les llevaría a la comprensión de la propia persona de Cristo (Jn. 14: 25-26) a quien glorificaría (Jn. 16: 13-15), actuaría en el mundo con su propio poder, “convencerá al mundo de su error en cuanto al pecado la justicia y el juicio” (Jn. 16: 8). La presencia de Jesús prometida como compañía a sus mensajeros hasta el fin del mundo (Mt. 28: 20) o donde dos o tres se reúnen en su nombre (Mt. 18: 20) se hace realidad por la presencia y ministerio del Espíritu Santo.

EL PODER DE LA NO VIOLENCIA
Hessel convoca a los jóvenes a la indignación y también a la no violencia. Sartre citado por Hessel, había dicho: “Y si es cierto que el recurso a la violencia contra la violencia corre el riesgo de perpetuarla, también es verdad que es el único medio de detenerla.” Hessel dice que la no violencia es un medio más eficaz para detener a la violencia: “Estoy convencido de que el porvenir pertenece a la no violencia, a la conciliación de las diferentes culturas. Es por esta vía que la humanidad deberá superar su próxima etapa.” (p. 21). Ofrece dos ejemplos de no violencia: “El mensaje de un Mandela, de un Martin Luther King encuentra toda su pertinencia en un mundo que ha sobrepasado la confrontación de las ideologías y el totalitarismo conquistador.”

La referencia a Martin Luther King me trae a la memoria la famosa carta que escribió este pastor bautista desde su celda en la cárcel de Birmingham. El gobierno racista de Alabama lo había encarcelado por sus actividades no violentas en defensa de los derechos de los negros. Nos cuenta su biógrafo Emmanuel Buch que un grupo de ocho pastores, obispos y rabinos habían publicado una carta pública pidiéndole que detuviera su activismo y que “había que esperar”. Dice Buch: “Acusaron su intervención de extremista, inoportuna, desestabilizadora, arriesgada e impropia de un pastor…”[2] King les respondió desde la cárcel con una frase que llegaría a ser el título de uno de sus libros: “Por qué no podemos esperar”. Había sido la indignación frente a la lacra del racismo la que hizo de este pastor bautista un abanderado de los derechos civiles.

Quienes querían que todo siguiese como estaba, pasivos e indiferentes ante la injusticia y la discriminación, aconsejaban esperar y no meterse. King escribió:

“…cuando se ha visto cómo muchedumbres enfurecidas linchaban a su antojo a madres y padres, y ahogaban a hermanas y hermanos por puro capricho; cuando se ha visto cómo policías rebosantes de odio insultaban a los nuestros, cómo maltrataban e incluso mataban a nuestros hermanos y hermanas; cuando se ve a la gran mayoría de nuestros veinte millones de hermanos negros asfixiarse en la mazmorra en el aire de la pobreza, en medio de una sociedad opulenta… Llega un momento en que se colma la copa de la resignación, y los hombres no quieren seguir abismados en la desesperación.”[3]

Fue la indignación frente a la violencia y el racismo la que dio fuerzas y llevó a King a su lucha por la justicia y fue su fe en Cristo y su visión de la historia la que lo sostuvo.

El 3 de abril de 1968 en el templo Clayton de la ciudad de Memphis, King predicó y en su sermón dijo estas palabras: “Al igual que cualquier otra persona me gustaría tener una larga vida. La longevidad tiene el rango que merece. Pero no me preocupa eso ahora. Sólo quiero cumplir la voluntad de Dios. Y Él me ha permitido subir a la montaña y he tendido la vista en derredor y he visto la Tierra Prometida. Tal vez no llegue a ella con vosotros pero quiero que sepáis esta noche que nosotros como pueblo llegaremos a la Tierra Prometida. Por eso esta noche soy feliz. Nada me preocupa. No temo a ningún hombre. Mis ojos han visto la gloria de la venida del Señor.”[4]Al día siguiente una bala asesina le quitó la vida. Pero su causa triunfó y su país fue transformado por la fuerza de la no violencia.

INDIGNACIÓN DEL SEÑOR
Hemos de reconocer que si bien la revelación cristiana nos habla del amor y la paciencia de Dios, también nos habla de la indignación de Dios frente al pecado y la injusticia.

Basta recordar el tono indignado en que hablan profetas como Isaías, Jeremías, Ezequiel y Amós.

Y también recordar a Jesús. Hay una escena que me ha llamado mucho la atención últimamente. En el comienzo del cap. 21 de Lucas Jesús se ha detenido a observar como ofrendaba la gente “y vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca del templo. También vio a una viuda pobre que echaba dos moneditas de cobre. Os aseguro – dijo – que esta viuda pobre ha echado más que todos los demás. Todos ellos dieron sus ofrendas de lo que les sobraba pero ella, de su pobreza, echó todo lo que tenía para su sustento.” (Lc 21: 1-4). Aquí está el Maestro reconociendo el tremendo valor de las pequeñas acciones de fe y de obediencia. Esta escena está precedida de otra en los versículos finales del cap. 20. “Mientras todo el pueblo lo escuchaba, Jesús dijo a sus discípulos. – Cuidaos de los maestros de la ley: Les gusta pasearse con ropas ostentosas y les encanta que los saluden en las plazas, ocupar el primer puesto en las sinagogas y los lugares de honor en los banquetes.” (Lc 20: 45-46). Y luego, en lo que me parece un crescendo de santa indignación, Jesús agrega: “Devoran los bienes de las viudas y a la vez hacen largas plegarias para impresionar a los demás. Éstos recibirán peor castigo.” (Lc. 20: 47)

Es que nuestro Salvador y Maestro nunca permaneció indiferente ante la injusticia o la necesidad y muchas veces fue conmovido por la indignación o la compasión. No encuentro base para compartir la visión hegeliana de la historia y el optimismo de Hessel. Pero le doy la razón respecto a lo fatal que puede ser la indiferencia. Dice él: “Yo les digo a los jóvenes: buscad un poco, encontraréis. La peor actitud es la indiferencia, decir ‘paso de todo, ya me las apaño’. Si os comportáis así perdéis uno de los componentes esenciales que forman al hombre. Uno de los componentes indispensables: la facultad de indignación y el compromiso que la sigue.” (p. 31).

En mis largos años de ministerio en cinco continentes he conocido chicas y muchachos a quienes su fe renovada en Cristo los hizo sensibles y les enseñó a indignarse frente a la injusticia y la necesidad.

Su nueva visión de la historia, centrada en Cristo, los llevó a entregar la vida en el servicio misionero a los pobres, en la lucha por la justicia, en el ejercicio consciente de su profesión, en la formación de familias ejemplares en tiempos difíciles, en la mediación en conflictos, en el desarrollo económico, en la predicación y la enseñanza al servicio del Reino de Dios.

Con ellos oro, con profundo sentido de la historia: “Venga Tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.”



[1] Mortimer Arias, La gran comisión, CLAI: Quito, 1994; pp. 13-14.
[2]Emmanuel Buch, Martin Luther King, Sinergia: Madrid, 3ra. Ed., 2001; p. 59.
[3]Ibid., pp. 60-61.
[4]Ibid., p. 91.
 

 


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COMENTARIOS

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Sergio de Lis
02/06/2012
12:48 h
14
 
Lamento llegar un poco tarde al debate que genera otro excelente artículo de Samuel Escobar. Y me sorprende enormemente que genere debate, precisamente. En términos antropológicos, naturalmente que Dios, cualquiera de sus tres Personas, siente ese ramalazo indignante ante la injusticia. Y ni siquiera alguien como yo necesita mayor preparación teológica, ni más inteligencia, para comprenderlo, es tan evidente que no puedo siquiera entrar en detalles. Pero no dejaré de expresar mi desacuerdo con José Antonio y algún que otro comentarista, cuyos motivos al escribir no son muy admisibles. La teología de la indignación se encuentra en nosotros mismos, por eso el Evangelio tuvo efecto poderoso. Y
 
Respondiendo a Sergio de Lis

Alfonso Chíncaro (Perú)
30/05/2012
17:25 h
13
 
Creo que en algo tiene razón Luis Gómez. La política trabaja tratando que una persona o un grupo dirija al resto hacia un buen gobierno (esta explicación es tosca, lo sé), pero existe el problema de que no todos gobiernan o quieren gobernar bien sus vidas y no todos los que dirigen realmente quieren lograr un buen gobierno, sino el poder que se otorga al que logra el gobierno. Esa entrega de poder hace que la política sea especialmente sucia. El problema está en el corazón.
 
Respondiendo a Alfonso Chíncaro (Perú)

Jacqueline
30/05/2012
08:07 h
12
 
Gracias, hermano Samuel, por recordarnos que nuestro Señor no permaneció indiferente ante las injusticias de este mundo, y fue movido a compasión. Porque Él estaba comprometido, era un militante radical de la causa de su Padre. Su causa. Disidente de la causa de los religiosos de su época. Ejemplo tenemos. Y un paracleto.
 
Respondiendo a Jacqueline

Alfonso Chíncaro (Perú)
30/05/2012
h
11
 
Estimado Luis, saludos. Mi intervención fue a causa de la frase de Ignacio Fuentes y por eso solo al final felicité el artículo. Pero no creo que deba rechazar tan rápido el tema. Es verdad que la indignación que estudia el artículo nace de un hecho político, pero se trata de una visión cristiana del sentimiento de indignación. La política es mayormente rastrera, pero no hay que huir de los temas políticos. El tema me recuerda Salmos 7:11 'Dios es juez justo, Y Dios está airado contra el impío todos los días.' Bendiciones.
 
Respondiendo a Alfonso Chíncaro (Perú)

Juan Antonio
28/05/2012
22:36 h
10
 
Estimado Sammy [#8], las teologías de la justicia social son derivadas de la, jesuitica, teología de la liberación. Por otro lado, si lees bien Lucas 4:18 al 19 comprenderás que el Señor no está hablando de justicia social, sino de una libertad y sanidad espiritual que trasciende a la eternidad. En esos pasajes claramente se indican SEIS de las obras que vino a hacer el Señor: 1) PREDICAR EL EVANGELIO a los Pobres. 2) SANAR á los quebrantados de corazón. 3) PREGONAR LIBERTAD a los cautivos y VISTA a los ciegos. 4) PONER EN LIBERTAD á los quebrantados. y 5) PREDICAR el año agradable del Señor. Además, el punto de vista social de Lucas, es equivocado y no es congruente con las Escrituras, porq
 
Respondiendo a Juan Antonio

luis gomez
28/05/2012
21:00 h
9
 
Querido hermano Chincaro ,aqui en Espana estamos cansados de la mezcla de politica y religion,para mi noo es un articulo oportuno
 
Respondiendo a luis gomez

Sammy
28/05/2012
21:00 h
8
 
Juan Antonio: tú dices 'El Señor no era indignado, el Señor vino a predicar el Evangelio' ¿por qué no pudo sentir indignación el Verbo encarnado? Si lees Lucas 4:16-32 verás que Jesús les predicó el Evangelio, y que al expresarles su santa indignación a los hipócritas aduladores provocó la ira que sintieron luego los judíos que intentaron matarle.
 
Respondiendo a Sammy

Rosa Jordán de Franco
28/05/2012
21:00 h
7
 
Estimado JUAN ANTONIO, Me permito diferir de su opinión respecto a que el Evangelio no tiene nada que ver con la justicia social. Yo creo que sí, y en mucho. La indignación provocada por la necesidad de justicia, propia o en favor del prójimo, es una realidad. 'La venganza es mía, dejádmela a Mí', dice el Señor. Dice 'Dejádmela a Mí? porque Su venganza es Justicia y Él espera que esa justicia la hagamos nosotros, valientemente y sin violencia, como fue el caso del Dr. Martin Luther King, Mahatma Gandhi y de muchos que han luchado y otros que hoy luchan por la equidad y la justicia social en favor de los que no tienen voz ni voto. No me refiero y estoy segura Hno. S. Escobar tampoco, a quie
 
Respondiendo a Rosa Jordán de Franco

Alfonso Chíncaro (Perú)
28/05/2012
17:33 h
6
 
¿El pesimista es un optimista con información? Sí. Me enseñaron que la solución al pesimismo no es el optimismo, sino la fe. De Abraham se dice: 'Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara.' (Romanos 4:19). Abraham consideró su realidad, no huyó de ella y no se debilitó. Tenía fe. (Por lo demás, el artículo es muy bueno :)). Benciciones.
 
Respondiendo a Alfonso Chíncaro (Perú)

Juan Antonio
28/05/2012
14:00 h
5
 
Bien, he leído el artículo, paso a opinar. En primer lugar hay que indicar que el artículo es el particular punto de vista del autor, nada más. Si leemos los profetas y los evangelios, vemos claramente que el asunto de la 'indiganción', en el sentido que se le da en el artículo, no tiene, en absoluto, nada que ver con los profetas, ni mucho menos con el Evangelio. El Señor Jesucristo dijo claramente 'Mi reino no es de este mundo: si de este mundo fuera mi reino, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado á los Judíos: ahora, pues, mi reino no es de aquí.' (Jn. 18:26 RV1909). El Señor no era indignado, el Señor vino a predicar el Evangelio y a morir para ARREPENTIMIENTO, PERDÓN D
 
Respondiendo a Juan Antonio

luis gomez
28/05/2012
12:44 h
4
 
Creo que los indignados poco tienen que ver con el Evangelio,salvo honrosas excepciones
 
Respondiendo a luis gomez

Ignacio Fuentes.
28/05/2012
00:45 h
3
 
Se dice que un pesimista es un optimista con información. Lo que sabemos y deja rastro en la historia de las ideas es que occidente tiende a imaginar aptitudes que rallan en lo mágico a todo movimiento que desde los márgenes dispute la hegemonía cultural de un 'centro' por lo demás móvil. En el siglo XIX se idealizó al 'buen salvaje' de quienes se sintetizaron 'enseñanzas' desde opticas etnográficas de dudosa solvencia- libertad sexual entre otros- en el XX a los barbudos revolucionarios que terminaron solventando monarquías 'populares', ahora a los 'indignados' olvidando el abuso y manipulación ideológicos. Lo que falta es una respaldo teológico para completar el cuadro, siempre lo ha habid
 
Respondiendo a Ignacio Fuentes.

Rosa Jordán de Franco
27/05/2012
16:43 h
2
 
Debemos reconocer que somos Templo del Espíritu Santo, que Él habita en nosotros y que de Él provino la 'indignación santa' que hizo a Moisés romper las primeras Tablas de la Ley, a Jesús volcar las mesas de los cambistas en el atrio del Templo y a cada uno de nosostros nos hace indignarnos ante la injusticia, la indiferencia y la ingratitud. Una preciosa revelación me fue dada dentro de la iglesia local, cuando con indignación santa defendía a una madre soltera y a su niño mentalmente discapacitado (y digo 'indignación santa' porque estoy segura que procedía del Espíritu Santo que habita en mí). Y al recibir del Señor tal revelación, comprendí que hay indignación que viene directamente de
 
Respondiendo a Rosa Jordán de Franco

Óscar Margenet Nadal
27/05/2012
16:43 h
1
 
Esperé impaciente leer esta segunda parte y fuí muy bendecido. Gracias Samuel, me hace mucho bien comprobar que el mismo Espíritu es el que guia nuestros pensamientos y caminos. Un abrazo fraterno para tí y Lily.
 



 
 
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