Basta hojear los evangelios para comprobar de inmediato que quien usa la agresividad, la muerte o la imposición para el fin que sea no está siguiendo a Jesús. Qué gran paradoja que a lo largo de la historia se hayan cometido tantas acciones anticristianas en el nombre de Cristo.
Y qué triste es comprobar cómo hoy se mantiene la gran vigencia de este injusto absurdo popular que consiste en arremeter contra el cristianismo por acciones contrarias al evangelio de Cristo.
Sin embargo, el cristiano sí puede identificarse con las tres primeras acepciones del diccionario de la RAE para el término violento, ta:
1. Que está fuera de su natural estado, situación o modo.
2. Que obra con ímpetu y fuerza.
3. Que se hace bruscamente, con ímpetu e intensidad extraordinarias.
La primera definición es plenamente evangélica en el sentido en el que “
todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne […] y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2,3).
La segunda es tan espiritual como la anterior en cuanto a que “
obrar con ímpetu y fuerza” son cualidades de los siervos de Dios, aquellos “llenos
del poder del Espíritu de Jehová, de juicio y de fuerza” (Miqueas 3, 8).
Con la tercera acepción también se identifica La Escritura al revelarnos que nuestro ímpetu viene de Dios y que nada de lo que hagamos en su nombre es de intensidad intrascendente u ordinaria. Por todo esto es por lo que definitivamente “
el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan” (Mateo 11, 22).
Son demasiados quienes amenazan, manipulan, practican la injusticia, ponen bombas o simplemente desprecian al otro para imponer su criterio o intereses.
En una de las historias más antiguas -la de
Job- sus supuestos amigos muestran cómo el orgullo o el creernos en posesión de la verdad pueden apagar la misericordia y comprensión hacia el otro.
Aquí es donde comienza la violencia en el sentido más perverso.
En la película sobre Gandhi dirigida por Richard Attenborough, un misionero cristiano discute con el protagonista sobre el significado del texto evangélico que insta a a poner la otra mejilla. El misionero defiende una interpretación simbólica a lo que Gandhi más bien entiende que Jesús quiso decir “
que debes mostrar valor, que debes estar dispuesto a recibir un golpe, varios golpes, para mostrar que no responderás y que no te quitarán del medio. Y que cuando uno obra de esta manera, algo se despierta en la naturaleza humana, algo hace que el odio del otro disminuya y que aumente su respeto”. Ghandi concluye su argumentación seguro de que “
Cristo lo sabía y yo he comprobado que da resultado”.
Mucho tiempo antes de Gandhi, el apóstol Pablo entendió lo mismo él. Esto le llevó a instar a los cristianos de Roma acerca de su relación con sus perseguidores de un modo transgresor y revolucionario “
si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza” (Romanos 12, 20).
La imagen de Jesús como cordero magullado es violenta, pero sobre todo desconcertante y brusca como representación del poderoso Dios Creador del Universo.
A priori es una visión patética que no debería corresponder con un Dios grande y todopoderoso, pero es él mismo quien así se presenta para hacernos partícipes de esa extraña promesa que asegura que
“los mansos están de enhorabuena porque ellos recibirán la tierra por heredad” (Mateo 5, 5).
Ante esto no hay ley ni quiebra, sólo futuro garantizado.Como en la última estrofa del
Sunday, Bloody Sunday cantado por U2al sinsentido del terrorismo, la respuesta
ante la bárbara e injusticia dominantees vivir sabiendo que
“para la batalla final ya venció Jesús”.
El abrupto y convulso giro que supone nacer de nuevo en Dios nos adentra en una pelea en la que los ganadores ya están decididos de antemano: los últimos serán los primeros (Lucas 13, 10) y el que sirve a los demás el mayor (Lucas 22, 26) ¿Puede haber más violencia en este nuevo orden que ya se acerca para gobernar el mundo?
“
Dios no puede darnos la felicidad y la paz fuera de Él porque, sencillamente, fuera de Él no existe tal cosa” (CS Lewis).
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