Después de la decisión viene la prueba. Eso mismo le sucedió a Calvino, tendría que asumir que las dificultades son siempre las piedras con las que se construye el camino de los grandes hombres.
Farel propuso a Calvino como profesor de Sagradas Escrituras. Mientras Farel se dedicaba al evangelismo, Calvino lo hacía a la enseñanza y consolidación de los nuevos miembros.
En menos de un año, Juan se convertiría en el pastor principal. Siendo como era un hombre sin experiencia, dedicado al estudio y la teología, la tarea no debió ser fácil.
Los libros tienen la maravillosa cualidad de no contestarte, darte problemas, discutir o juzgar tus decisiones y si, alguno se pone realmente pesado, con cerrarlo es suficiente. Las personas, en cambio, son mucho más difíciles de tratar.
El peso del trabajo comenzó a abrumar a Juan. Tenía que realizar todos los servicios y ceremonias, las reuniones y visitas, organizar la iglesia y los miembros. Cada vez que ponía en marcha algo nuevo, en vez de disminuir el trabajo, aumentaba.
Los ciudadanos de Ginebra habían votado en su mayoría vivir bajos los principios de la Biblia. Farel se encargaba de ampliar el apoyo y aumentar la iglesia y Calvino de organizarla. En seguida, el carácter fuerte y radical de Calvino chocó con “las medias tintas” de los gobernantes de la ciudad. Los cambios les afectaban también a ellos y eso no les gustaba.
Juan creó una declaración de fe y promulgó que era necesario aceptarla para ser reconocido como ciudadano. La confesión promulgaba que la Palabra de Dios era la autoridad final del creyente, que el hombre es malo por naturaleza, y que la salvación y la justificación se conseguían exclusivamente a través de la fe en Jesucristo.
En la forma de culto, Calvino introdujo la música y el canto de salmos. Juan le daba importancia a la música, porque creía que esta ayudaba al creyente a adorar a Dios.
Se hizo obligatoria la asistencia a la escuela y todos tenían que aprender a leer y escribir.
La tensión entre el consejo de la ciudad y los dos pastores aumentó. Los dos reformadores se negaban a aceptar en la comunidad a aquellos no que obedecieran las normas y los excomulgaban. El Consejo no aceptaba algunas de las normas y cuando Calvino les llamó “Consejo del diablo”, prohibieron a Farel y Juan predicar.
Farel y Calvino continuaron su ministerio a pesar del Consejo. Pasados unos días, una multitud se reunió frente a la iglesia con la intención de apedrear a los dos pastores.
Al final, los ánimos se calmaron, pero el Consejo instó a los dos hombres a abandonar la ciudad antes de que llegara abril.
Calvino y Farel salieron para Berna, para defenderse de las acusaciones del Consejo, pero la ciudad les denegó su ayuda. Después viajaron hasta Zúrich, pero en dicha ciudad criticaron su inflexibilidad con las personas indisciplinadas, aunque pidieron a los consejeros de Berna que intermediaran con los de Ginebra.
El problema no se solucionó y los dos hombres se dirigieron a Basilea, en un viaje en el que lo habían perdido todo y se encontraban en una apurada situación económica.
Calvino cayó en una profunda depresión, no entendía la razón por la que Dios había permitido que les echaran de Ginebra.
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