Se tiene en cuenta que somos extranjeros y peregrinos, que no debemos poner la mira en las cosas de la tierra, que no nos enredemos en los negocios de la vida, etcétera. (Cada uno que sume los textos parecidos que tenga a mano.)
También se tiene en cuenta que no somos nuestros, que hemos de servir al Señor, que debemos trabajar, que vivir quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad es bueno y agradable delante de Dios, etcétera. (Cada cual que sume los textos semejantes que tenga a mano.)
Igualmente se tiene en cuenta que estas dos propuestas no siempre se han explicado y aplicado como son: un solo discurso, una sola palabra.La dificultad de la cuestión podría impulsarnos a ni siquiera ocuparnos de ella, sabiendo que la Historia del Cristianismo muestra lo fácil que es salirse del camino por el impulso de alguna de estas propuestas. Pero, como vemos que esa misma Historia muestra que ese impulso de una aparte para hacer que salgamos del camino se debe a su
aislamiento, a considerarla como
la palabra, cuando en realidad es solo
parte de ella, pues nos adentramos en su reflexión y aplicación sabiendo que lo fundamental es verlas en su unidad.
Unidas, como una sola palabra, impulsan hacia adelante, son energía para caminar; separadas y opuestas, son estorbo, juntas, son luz para el camino.
Un buen método para pensar juntos sobre esta cuestión es pararnos a ver cómo camina el Peregrino de Bunyan. Si, además, alguien se interesa por el autor, con todo lo que implica de conocimiento de la situación social y religiosa de la Inglaterra de su tiempo, pues tendrá un aprovechamiento añadido. He elegido a John Bunyan (1628-1688) para mostrar lo que me parece un grave error, porque es alguien de “la casa”, es decir, se suele presentar como un puritano calvinista. Se avisa de los peligros de una manera de leer sus obras (suele ocurrir con los puritanos, pueden tener cosas muy valiosas y otras muy destructivas en un mismo libro), con el reconocimiento y aprecio de esas mismas obras. De lo mucho que escribió Bunyan, unos sesenta libros y tratados (algunos fruto de su oposición a los postulados cuáqueros), nos interesa aquí su obra más conocida, con la secuencia de otras también importantes: “Gracia Abundante” (los títulos completos son mucho más largos, como era común en ese tiempo), 1666, que es la autobiografía de su conversión; “El Progreso del Peregrino”, 1678, que podría llamarse la
novela de su conversión (la más famosa, segunda a la Biblia en prioridad de traducción de las sociedades misioneras hasta el siglo XX); “Badman”, 1680, que muestra la situación de los que se han quedado en la sociedad, el hombre malo, contraste con el que escapa, el cristiano peregrino; “Guerra Santa”, 1682, realmente un “peregrino” con personajes y situaciones más colectivas, pero que al final convergen en la ciudad Mansoul, el individuo; y la segunda parte del Peregrino (Peregrina), 1684.
El Peregrino colocó a su autor con todo merecimiento entre los genios de la literatura universal. Como herramienta de edificación cristiana ha sido considerada imprescindible. (Hace años, en cualquier iglesia evangélica en España, no importa de qué denominación, casi todos la habían leído, y la prestaban a los que empezaban a asistir. También habían leído y prestaban “Recuerdos de Antaño”. Me parece que ya no.)
Digo esto para reiterar mi aprecio por esa obra, aunque siempre la ofreceré con prevenciones, muchas prevenciones. Puede ser muy útil alguno de sus episodios, léase (hay ediciones de todo tipo), pero su lenguaje, sacado del lugar aislado de la subjetividad, tiene el peligro de ser muy destructivo para la ética cristiana.
El autor ve en un sueño el recorrido, el “progreso”, del peregrino (llamado
Cristiano) desde la Ciudad de Destrucción hasta la Ciudad por venir, a la que se entra pasando el Río de la Muerte. Entremedias, acompañado de
Fiel y
Esperanza, le acontecen todo tipo de situaciones, cada una descrita con nombres simbólicos.
Si todo ese caminar se entiende, aunque con un lenguaje sencillo, metafórico, de la experiencia de la conversión, es decir, de la experiencia de ser engendrados por Dios, no tendría nada que objetar a esta obra (creo que de todos modos es peligroso aplicar un lenguaje normativo que defina esa experiencia), pero resulta que lo común es leerla como expresión de la vida cristiana, y con ello se convierte en una bomba de racimo que deteriora muchos aspectos de esa vida cristiana.
Esta condición la vemos en su primer episodio.
Cristiano se entera por una lectura que su ciudad será destruida. Se decide a abandonarla, a “salvarse” de la destrucción, y lo propone a su mujer e hijos, los cuales se niegan a seguirle. Así que los deja y comienza su camino. Mal creo que empieza su camino. Aquí aparecen las palabras de Cristo: “Si alguno no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun su propia vida, no puede ser mi discípulo”, con esto se advierte de que la salvación,
ser y
estar en Cristo, no admite mezclas, todo tiene que
negarse, incluso uno mismo. El problema es que en esta manera de presentar al personaje,
Cristiano lo que ha negado realmente es la fe. El “que no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe”, ¿quién proporciona ahora el alimento y abrigo a su casa?, ¿quién instruye a los niños en el temor de Dios? Si se va decir, novelado, cómo es el paso de la muerte a la vida, de este Mundo al Venidero (así es el título de la obra, ese es el progreso del peregrino, de un mundo a otro), puede valer, pero el problema es que la imagen, que parece tan clara, es realmente confusa. (Bunyan nunca abandonó a su familia, todo lo contrario, siempre la cuidó, incluso en sus doce años de prisión trabajó para atender su casa.)
La confusión de este episodio inicial es visible también en los siguientes.
Si es un libro (en mi opinión) tan confuso, ¿por qué ha tenido tanto éxito? Ya dije que elegía a Bunyan porque es de “la casa”, es decir, propone una teología protestante calvinista en cuanto a la salvación (=redención por la obra de Cristo, hecha una vez para siempre, por la pura voluntad de Dios, sin obras meritorias por nuestra parte), y estas reflexiones se hacen desde esa perspectiva, sin embargo, en el Peregrino se puede leer una particular teología de obras, las obras de la experiencia subjetiva. El Peregrino ha sido un gran y eficiente predicador de ese evangelio de obras, por supuesto, sin pretenderlo su autor.
Cristiano sale de la Ciudad de Destrucción y camina por lugares variados, con personajes y situaciones muy diversas, para, al final, llegar a la Ciudad Santa y entrar en el Mundo por venir, tras su paso por la muerte física.
¿Qué queda de su lectura? Pues que el cristiano ha vivido aquí en la tierra para salvarse de la condenación, de la destrucción. El servicio a su Señor ha consistido en salvarse. Al final, lo que tenemos es una conducta “escapista”. No ha cultivado la tierra, no ha trabajado, no ha tenido proyectos para su familia, no ha educado a sus hijos, no ha atendido a su esposa, no ha formado parte de una comunidad ni social ni religiosa, no ha sido miembro de una ciudad ni de una iglesia, no ha tenido vocación. Su único deber ha sido escapar de la destrucción. No “reformó” ni transformó nada por donde pasó.
Cuando en la segunda parte,
Cristiana (la “peregrina”) toma el mismo camino de su marido, en esta ocasión con sus cuatro hijos, se encuentra el mismo mundo. (Sin embargo, es algo más “social” su descripción, incluso los hijos se casan y viven felizmente antes de pasar el Río de la muerte, con lo que “contribuyen al aumento de la Iglesia en aquella parte”.) Esta visión corresponde con una salvación por obras; es verdad que no por obras “sociales”, sino por la obra de la experiencia religiosa subjetiva. Incluso el
significado de la naturaleza o la sociedad
es dado desde esa experiencia.
Todo es nombrado, “transformado”, desde la experiencia subjetiva de Cristiano. En esta obra, si no hay lugar ni para la Iglesia, mucho menos lo habrá para el Estado, para la política. Es, por tanto, la negación absoluta de lo que aquí proponemos como deber cristiano para estar en la sociedad.
En descargo de su autor conviene recordar que su contexto no era favorable (nunca habrá un contexto “favorable”, ahora es el tiempo de actuar, ahora es el tiempo de caminar). Las ideas de acción política se habían arruinado con la guerra civil y la restauración monárquica. Se ha dicho que la lucha del cristiano, de la luz, contra las tinieblas y la injusticia, que antes se podía pintar en el lienzo de lo social y político, con las proclamas de reforma, ahora se tenía que recluir a la isla del alma. La lucha ahora tiene otro campo de batalla. La fe en acción externa incluso se ve como impedimento para la “verdadera” fe del interior. No se podía estar en la sociedad sino
adaptándose al mal (ese es el modelo de Badman). Como era imposible
reformar, se impone
huir. No es nuestro tiempo muy diferente.
Subrayo que nuestra presentación de la acción política no está relacionada con una ética de mérito. Reconozco que en muchos casos esa es raíz de la conducta, y que hablar de un evangelio de pura gracia parece que es un impedimento para las obras. No es así según la propia Escritura. Lo más común cuando se habla de salvación por obras es pensar, en el hipotético caso del Peregrino, por ejemplo, en que haría todo tipo de obras en la sociedad, con los hombres, para que se las pusieran en la balanza final al entrar en la Ciudad Santa. (Ese modelo es el trasfondo de la posición de acción política jesuita, radicalmente diferente, pues, del protestante calvinista, pero con un discurso externo a veces muy parecido.) En el caso de
Cristiano, su “obra” no es quedarse en la sociedad para adquirir mérito, sino “escapar”. Con ello nos quedamos sin Reforma;
Cristiano“progresa” desde una ciudad a otra, pero la sociedad no progresa nada a su paso. La gracia de Dios puede ser abundante (así titula Bunyan su autobiografía “Gracia Abundante para un pecador”), pero se queda aislada en el alma, en lo subjetividad, del individuo, no afecta a la sociedad. Por eso recalcamos aquí que la adecuada vocación política es un gran bien de la gracia de Dios para los hombres. Si “sobra” la vocación para actuar en el bien social, la política (en el mejor sentido), entonces realmente sobra la Historia. Cuando sobra la Historia, sobre la petición “Venga tu Reino”, sobra “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.
Si el primer episodio era un modelo de confusión, el último es la suma del despropósito. Cristiano sale de la Ciudad Encantada y llega al país de Beula, donde “el sol brilla de noche y día”. Se encuentra lejos del valle de la Sombra de Muerte, y fuera del alcance del Gigante Desesperación, tampoco se alcanza ya a ver el Castillo de las Dudas. Es un lugar desde donde se contempla la Ciudad a la que van, de la que solo lo separa el Río de la muerte. Tan al borde del Cielo se encuentra que incluso algunos de sus habitantes (ángeles) pasean por allí. (La referencia que se da es Isaías 62:4-12.) Aquí tiene el Peregrino una buena
experiencia.(En la segunda parte, sus cuatro hijos se casan y “contribuyen al aumento de la Iglesia” en este lugar.) Al menos en este país parece que sería lógico encontrar una política social, algo de la vocación del cristiano para el bien de la sociedad, pero tampoco. ¿Por qué tenemos la percepción ética tan negativa en el dibujo de la Ciudad de Destrucción, de la que sale
Cristiano, y, sin embargo, este lugar es tan diferente?, ¿no pertenece este país, Beula, al “mundo”?, ¿no será también destruido? ¿No hay sociedad civil, Estado, Escuela, Taller, Universidad, Hospital, etc., en Beula?
Si marcamos en una línea los lugares y episodios en el peregrinar de Cristiano aparecen los signos diversos de la experiencia de salvación del cristiano. Son aprovechables, sobre todo en aspectos particulares. Es la historia de su experiencia interna. La Historia, sin embargo, que nos interesa es donde se muestran las obras de Dios, donde lleva a su pueblo en la obediencia de la fe. También hoy. El cristianismo del Peregrino está encarcelado en la celda que él mismo ha fabricado para huir, para esconderse, en ella. Es una lámpara ocultada bajo una vasija. Se alumbra, gustoso, a sí mismo. Es el extremo de lo privado. A veces se coloca la fe en la acción solo de lo privado, indicando con eso “la casa”, pero en este modelo también la casa ha quedado fuera. Lo privado, el camino de la fe, no alcanza más allá de la propia experiencia subjetiva, aislada, individual. Incluso el mismo “culto público” se ha reconvertido en la reunión de individuos para
sentir, para vivir una
experiencia. El culto no es la
publicación de las excelencias del Redentor, sino la “experiencia” individual en “público”. El propio cristianismo ha
privado a la fe de su aspecto de acción pública; la ha privado de su carácter pleno. Es hora de liberar a la fe de todo aquello de lo que la han privado para reducirla a
privada (los de fuera y los de dentro).
Desde la radical importancia de la conversión, de ser engendrados por Dios, de su pura gracia, por la obra perfecta de Cristo, tenemos que advertir que una fe que pretende escapar de las obras, de la obediencia de la fe, es una fe muerta.
Si quieres comentar o