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El misterio del primer gen

Algún agente capaz de elegir resulta necesario para la producción de la primera vida.
CONCIENCIA AUTOR Antonio Cruz Suárez 02 DE MARZO DE 2012 23:00 h

El profesor David L. Abel ha publicado un libro en inglés en el que pone de manifiesto el misterioso origen del primer gen. Felipe Aizpún escribe la siguiente reseña a propósito de dicho trabajo científico que parece apoyar el Diseño inteligente.

¡Qué conveniente sería poder disponer en castellano de todos estos libros!

El misterio del primer gen; nuevo libro de D. L. Abel
Felipe Aizpún

En este libro Abel recoge sus argumentos principales dispersos en sus diferentes trabajos, de manera exhaustiva, para terminar construyendo un discurso sólido y rotundo en defensa de la perspectiva cibernética de los organismos vivos y la imposibilidad lógica de un origen puramente fortuito de la vida. Si el libro “Signature in the cell” de Stephen Meyer supone un desafío en términos puramente empíricos y científicos a las teorías que aventuran diferentes modelos de abiogénesis, Abel nos recuerda en “The First Gene” que el problema del origen de la vida a partir de la materia animada no es solamente un problema de probabilidades sino un problema de falta de adecuación causal. Les ofrecemos, para ir abriendo boca y sin perjuicio de comentarios que habrán de venir sin duda en el futuro, la traducción de la reseña del libro que nos ha ofrecido Casey Luskin en ENV.

¿Puede un libro que no contempla el término “diseño inteligente”, no habla de “complejidad especificada” y hace escasa mención de la “complejidad irreducible” ofrecer un argumento afín a la teleología en la biología?

Un nuevo libro de carácter técnico, “The First Gene”, editado por el Director del Gen Emergence Project David L. Abel nos muestra que la respuesta a esta pregunta es “sí”. A los materialistas no les va a gustar este libro porque sus argumentos son 100% científicos, carentes de cualquier preocupación religiosa política o cultural, y lo más importante, convincentes.

Los argumentos en “The First Gene” se sustentan en campos como la ProtoBioSemiótica o la ProtoBioCibernética que, según Abel, responden a cuestiones de este tipo:

¿Cómo pudieron en un entorno natural prebiótico simples interacciones entre masa y energía generar mensajes funcionales y cargados de significaco? ¿Cómo pueden el azar y la necesidad prescribir la capacidad del receptor para seguir las reglas arbitrarias precisas para descodificar los mensajes? ¿Cómo pudieron las leyes de la física y la química haber capacitado a las moléculas para entender sistemas simbólicos semejantes al lenguaje y actuar con respecto a ellos en el seno de las primeras células? (p. xvi)

Igualmente, el campo de la ProtoBioCibernética específicamente explora la, a menuda descuidada, derivación a través de procesos naturales de mecanismos de control en la primera teórica protocélula (p. 1). De ahí, el subtítulo del libro: “El Nacimiento de la Programación, la Semántica y el Control Formal”.

Control formal es un tema principal en este libro, donde las “elecciones no provocadas” (p.4) son precisas para actualizar metas funcionales que descansan sobre categorías abstractas. Esta concepción Platónica se apoya en las matemáticas, la computación y el lenguaje, donde entidades no-físicas existen y tienen significado al margen de su forma física. Así, Abel explica que “Ninguno de estos formalismos puede ser explicado por una cosmovisión naturalista consistente que pretende reducir todo lo existente a una explicación físico-dinámica.” (p. 5). En opinión de Abel, tales formalismos “dependen de una elección contingente más que de una contingencia fortuita o de la necesidad”. Así, la vida está construida sobre formalismos.

“The First Gene” indaga en torno a diferentes tipos de información que encontramos en la Naturaleza, incluyendo información prescriptiva, información semántica e información según Shannon.La información prescriptiva es aquella que dirige nuestras decisiones, y es un tipo de información semántica, la cuál a su vez es un tipo de información funcional. Por contraste, la información según Shannon, dice Abel, no debería llamarse información porque no es más que una medida de la reducción de incertidumbre, y por lo tanto no puede por sí misma “prescribir o generar una función formal” (p. 11). Con argumentos similares a los que presenta Dembski en su Ley de la Conservación de la Información, Abel arguye que la información de Shannon no puede progresar para devenir Información Funcional sin recibir información positiva de una fuente exterior (p. 12). La más alta clase de información es, sin embargo, la información prescriptiva.

La información prescriptiva (IP) es mucho más que información semántica intuitiva. IP requiere anticipación, “elección intencional”, y la persecución diligente de la “funcionalidad finalista” de Atristóteles en diferentes nodos decisorios. La IP dirige o directamente produce funciones formales en su destinatario mediante el uso de elementos de control, no simplemente de constricciones materiales. Por lo tanto, la IP o bien nos dice qué decisión tomar, o nos recuerda las decisiones correctas tomadas con anterioridad (p.15).

En opinión de Abel, si se quiere explicar el origen de la IP es preciso incluir como una categoría fundamental de la realidad, junto al Azar y la Necesidad, la Elección Contingente (“choice contingency” en el original inglés), es decir, la elección en vistas de una función potencial todavía no existente, en oposición a la selección de la mejor entre funciones previamente existentes(p.25). Nos dice incluso: “El azar y la necesidad no pueden generar controles formales, no pueden perseguir la utilidad” (p. 263). Más aún: ninguna entidad física puede auto-organizarse en la existencia. Un efecto no puede ser causa de sí mismo. La Organización es el efecto del determinismo producido por elecciones contingentes, no del determinismo físico-dinámico o el azar (p.264).

Por lo tanto, ¿cómo surge la IP? Abel explica que “sólo los agentes han demostrado ser causa de la escritura o programación de IP lineal, secuencial y provista de significado” (p. 40) ya que carecemos de evidencias empíricas, justificación racional o referencias de cualquier tipo que nos muestren cómo la programación puede alcanzarse sin las elecciones intencionales de una mente cruzando el Puente Cibernético (p.78).

Otros contribuyentes a este libro son Kirk Durston y David Chui, que desarrollan métodos similares para la medida de la información biológica funcional. Introducen tres tipos de información: Complejidad de Secuencias Fortuitas (CSF), Complejidad de Secuencias Ordenadas (CSO) y Complejidad de Secuencias Funcionales (CSF), en donde “el primer rasgo de la CSF que la distingue de las otras dos clases de información es la imposición en la secuencia de controles funcionales” (p.161). Luego los autores miden la CSF en varias familias de proteínas observando que las secuencias funcionales entre las proteínas son raras. Consideran que las secuencias funcionales son infinitesimalmente pequeñas en relación al potencial de secuencias para un número dado de ubicaciones (p. 175).

Donald E. Johnson, autor de “Probability´s Nature and Nature´s Probability”, químico y científico de la computación informática, escribe un capítulo dedicado a la información mínima precisa para la replicación y su control en una protocélula. Enumera diferentes requisitos como una robusta estructura informacional que pueda auto-sustentarse y que incluya mecanismos de corrección de errores (pp. 414-415) o redes químicas de control metabólico que puedan admitir selectivamente “combustible” (redox, calor, fotones etc.) en la célula y procesar la energía para su crecimiento, reproducción, fabricación de los componentes necesarios que no pueden obtenerse del exterior, y otros trabajos útiles (pp. 413-415).

Johnson analiza tanto los escenarios para el origen de la vida basados en la hipótesis del ARN primordial como del metabolismo precursor. La hipótesis de un ARN inicial no puede solventar la imposibilidad de que el ARN devenga funcional de manera fortuita (p. 405) mientras que las hipótesis en torno a un metabolismo inicial no pueden alcanzar una replicación del tipo de la vida ya que catalizadores químicos complejos no estaban probablemente disponibles en la Tierra en sus primeros tiempos. El problema, explica Johnson, es que la materia inanimada no puede “escribir los programas y sistemas operativos” (pp. 407-408) que encontramos en la vida, ya que “nunca se ha observado que la fisicalidad produzca información codificada” (p. 408).

LOS REQUISITOS PARA LA VIDA:
De la lectura de “The First Gene” deducimos algunos requisitos mínimos teóricos y materiales para la emergencia de la vida:
. Altos niveles de información prescriptiva
. Programación
. Lenguaje y sistemas simbólicos
. Moléculas capaces de sustentar esta información y programación
. Secuencias de información funcional altamente improbables
. Funciones formales
. Un “agente” capaz de efectuar “elecciones mentales intencionales” para “decidir” entre varias opciones, seleccionar para funciones futuras, y materializar tales requisitos para la vida

Volvamos a la cuestión planteada al inicio de este artículo: ¿Puede un libro que no habla de Diseño Inteligente proponer un argumento afín al diseño y la teleología?

Los teóricos que conspiran contra el DI gustan de decir que los creacionistas andan siempre cambiando su terminología para eludir la Primera Enmienda. El pedigrí intelectual del DI refuta suficientemente esta acusación, pero “The First Gene” añade muchas más razones para no tomarla en consideración. El libro ofrece argumentos estrictamente científicos y altamente técnicos en torno a la naturaleza de la información, su proceso y la funcionalidad biológica. Incluso una lectura somera de este libro evidencia que sus autores están empeñados únicamente en hacer buena ciencia. Y esta ciencia les lleva a concluir que las causas materiales ciegas y no guiadas no pueden producir la complejidad observada en la vida. Algún agente capaz de elegir resulta necesario para la producción de la primera vida.
 

 


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COMENTARIOS

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Roca
06/05/2012
17:27 h
4
 
Señor Johannes: Mucho nuevo bajo el sol. Conforme conque en estricta ortodoxia científica Dios no puede ser objeto de estudio. No puede ser pesado ni medido, etc. Pero ahí no termina el razonamiento. Le pongo un ejemplo: me pongo a analizar científicamente una casa. ¿De qué puedo hablar? Pues sólo de mortero, ladrillos, maderas, hierros, mosaicos, etc. O de la composición de estos elementos. O de la distribución por pisos, forma, dimensiones, etc. Ahora bien ¿me dirían ciertos científicos que desvarío si afirmo que a más de todo esto en la casa está también (implícitamente) el arquitecto que la ha diseñado, los albañíles, fabricantes de materiales, etc.? ¿O nada de eso existe porque no
 
Respondiendo a Roca

Johannes de Silentio
07/03/2012
19:25 h
3
 
Johnson acierta al estudiar y describir de forma científica algunas fases del origen de la vida, pero se equivoca estrepitosamente al intuir por otra parte ese supuesto “agente” que “decide” y que por lo tanto es inteligente. No nos engañemos, sabemos que ese “agente” es exactamente lo mismo que otros llamaron “diseñador”, es decir Dios. Una vez más, la pertinencia de argumentos iniciales se pierde al pretender justificar de forma científica algo que nunca podrá justificarse con dicho método, a saber la existencia de “algo”, que no se pesa, ni se mide, ni se cuantifica con medidas humanas. Dios mismo. Vuelve a manifestar su veracidad una vez más la vieja sentencia que afirma que “nada hay
 
Respondiendo a Johannes de Silentio

Johannes de Silentio
07/03/2012
01:52 h
2
 
Johnson acierta al estudiar y describir de forma científica algunas fases del origen de la vida, pero se equivoca estrepitosamente al intuir por otra parte ese supuesto “agente” que “decide” y que por lo tanto es inteligente. No nos engañemos, sabemos que ese “agente” es exactamente lo mismo que otros llamaron “diseñador”, es decir Dios. Una vez más, la pertinencia de argumentos iniciales se pierde al pretender justificar de forma científica algo que nunca podrá justificarse con dicho método, a saber la existencia de “algo”, que no se pesa, ni se mide, ni se cuantifica con medidas humanas. Dios mismo. Vuelve a manifestar su veracidad una vez más la vieja sentencia que afirma que “nada hay
 
Respondiendo a Johannes de Silentio

Francisca
04/03/2012
17:03 h
1
 
Interesantísimo!!!
 



 
 
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