En España se acaba de formar el nuevo gobierno. Se acumulan sensaciones. La palabra que interroga es la que tiene más trabajo, no para de caminar. Incluso su signo es el compañero impertinente de la palabra que afirma. La palabra política (de los políticos actuales), cuando se presenta afirmando, cada vez es más necesario colocarle ese signo. No para escapar de la realidad actual, sino para verla y oírla con responsabilidad.
¿Cómo eliminar el interrogante a la palabra de un político que hace dos meses, por ejemplo, afirmaba que España no era solvente y que el problema fundamental no era externo, sino el mal hacer de un gobierno determinado, y ahora en el gobierno declara que sí es solvente y que el problema fundamental no se puede solventar sin lo externo? ¿Cómo quitarle la interrogación a ese discurso?
Esta circunstancia de la toma de posesión del nuevo gobierno se solapa con una noticia que despierta interrogantes en el más despistado. El Banco Central Europeo presta al 1%, a pagar a tres años, 489,200 millones de euros a las entidades financieras de su ámbito que lo soliciten. Los “expertos” y la mayoría de los “políticos” reciben la noticia con alborozo. ¡Menos mal! Porque si no, un buen número de bancos no podría hacer frente a sus pagos en unos meses.
No se trata de hacer críticas fáciles y gratuitas (aunque si se pueden hacer con facilidad, será porque la situación da para ello), no se trata de seguir el postulado de una escuela de economía determinada (no hace falta ser forofo de Mises o de la escuela austriaca para reconocer el mal de lo que se realiza, con sus consecuencias) [La lectura de
La acción humana, de Ludwig von Mises, siempre es de gran utilidad, con independencia de las líneas económicas que uno tenga.]
Lo primero que se viene a la vista con este panorama es que el problema de Grecia o Portugal realmente es que no son “bancos”, tienen la desgracia de ser naciones soberanas; pues con un pequeño pellizco de esa bolsa saldrían de bastantes apuros. ¿Cómo se puede admitir que quiebre una empresa, incluso una nación y no pueda hacerlo un banco? Es verdad que en cada país se ve esto de modo algo diverso, pero a nosotros nos “han dicho” que se debe evitar a toda costa la quiebra de un banco. Pero, ¿por qué se van a librar del libre mercado? Si una entidad financiera está en quiebra, que quiebre; si son muchas, que quiebren muchas. Eso no es un “desastre” para la economía o la sociedad, solo es un desastre para un cierto tipo de economía especulativa, y para la “sociedad anónima” de sus accionistas (y para el despertar ético de los “pobres” ahorradores que pusieron allí sus dineros porque le daban más).
¿Qué nos está pasando para banalizar estas actuaciones? ¿De dónde saca el dinero ese Banco Central? Esos euros que presta, ¿qué valor de producción, qué producto, representan? ¿Tienen el valor vacío de la simple especulación? ¿A quién representa ese Banco Central?
No aceptemos que la persona humana (concreta con su existencia, con su dolor o alegría, creada a imagen del Creador) se convierta en un simple y despreciado insumo del proceso de producción de bienes; que, al final, sea el insumo menos “valorado” en el mercado de valores.
¡Que nos expropian! Que cada vez nuestro Estado se parece más a una empresa, cuyos accionistas no son precisamente “el pueblo”. ¡Que los “expertos” nos convierten en idiotas! ¡Y los idiotas están de necesidad bajo tutela, no son libres! Perdonen el uso de los términos. La moderna Psicología, como con otras cosas, “arregló” la palabra
idiota y la convirtió en signo de minusvalía mental, la idiocia es su grado extremo. En el mundo griego un idiota, sin embargo, era alguien que no participaba en la política, en lo público, su espacio era él mismo. Se trataba de una especie de ostracismo interior, a veces simplemente porque “tenían que trabajar”; no se consideraba una situación digna, no era propia de los hombres libres. En Roma se tomó el término también con su sentido de cierta indignidad política. El idiota era quien no tenía capacidad para la política, pero especialmente porque era incapaz del adecuado uso del lenguaje. ¿Cómo caminar en política sin las sandalias de la retórica? Al final podía nombrarse así a quien simplemente no sabía expresarse en latín.
Con estos mimbres, mucho secularismo, mucho laicismo, pero al final nos encontramos en una “misa” en la que nos hablan en latín y nosotros, como idiotas, escuchando y haciendo gestos cuando toca la campanilla. No sabemos de qué va el asunto, pero ellos “que saben” ya nos salvarán; los necesitamos, son el camino de nuestra salvación. ¡De rodillas el pueblo ante sus sacerdotes! ¡Besad su mano! Y pasan el cepillo, vaya que nos cepillan.
De nuevo la Reforma. De nuevo la necesidad de que el pueblo escuche en su idioma [simple curiosidad, la palabra tiene la misma raíz que idiota, “lo propio”], que pueda participar en la política con su idioma, que no tenga que someterse a sacerdotes “expertos”. Por eso hablamos aquí “de política”. Por eso, como cristianos, proclamamos la libertad también en el ámbito político. Pero no nos olvidemos del signo de interrogación.
Es imprescindible, cuando estamos aquí abajo, en nuestro barro, que todo lo oigamos con ese signo. Siempre prevenidos y alerta, porque la palabra falseada está a las puertas. Recordemos que incluso con un lenguaje “bíblico” fue tentado nuestro Redentor. Pero también es imprescindible que pongamos ese signo a nuestras palabras. La traición que encorvó a Pedro, debería siempre ser el recuerdo de ese signo para todos. Cristo es el Alfa y la Omega, su obra es perfecta, su Palabra infalible. La fe que recibimos por gracia nos une a esa Roca que permanece. Pero en nuestro uso, en nuestra historia, estamos atados a la interrogación. (Esto vale para nuestra relación en la vida de la comunidad eclesial, ¿cuánto más para la social?) Si me apuran, puede que alguno en su “vivencia” piense que está firme, pero siempre en la “convivencia” se tendrá que colocar entre la pluralidad (a menos que sea un “idiota” ensimismado). Y la política es convivencia.
Dónde están ahora los que “explotan a los menesterosos, y arruinan a los pobres de la tierra, los que dicen: ¿cuándo pasará el mes, y venderemos el trigo; y la semana, y abriremos los graneros del pan, y achicaremos la medida, y subiremos el precio, y falsearemos con engaño la balanza, para comprar los pobres por dinero, y los necesitados por un par de zapatos, y venderemos los desechos del trigo?” ¿A quién aplicamos hoy estas palabras de Amós? Hemos de tener cuidado, porque puede que quienes realicen estas obras se presenten como nuestros “representantes”. He puesto ese nombre en el título de esta reflexión solo por relacionar el significado (la próxima semana, d. v., trataremos el tema en concreto). Es bueno recordar que España no tiene un gobierno democrático, sino representativo (además, sin mandato imperativo). La “soberanía del pueblo” la tiene el día del voto, luego la entrega a sus “representantes” en las Cortes, ¡que se queda con ella cada cuatro años!
Recobremos la ciudadanía (esto es algo muy optimista, ¿cuándo la habremos tenido en España?), no nos conformemos con ser masa amasada. Aportemos. Siempre con el interrogante de nuestro condición a cuestas, pero aportemos. Convivamos, no seamos idiotas.
Muchos ya están aportando. Les dejo una aportación de Antonio Rivera García (es un apartado sobre el Estado totalitario). “Podemos afirmar que este pensamiento acerca del mito [fabricado a la medida de la masa] arruinó las categorías de la experiencia, del pensamiento crítico y responsable. Los mitos políticos ofrecían una vía alternativa para escapar al dilema de la responsabilidad y a las dificultades que siempre plantea una resolución personal y libre, pues todo acto de esta clase exige un juicio sobre el cual no existe ninguna certeza de éxito. El origen de estos problemas comenzó con la doble escisión calvinista entre saber y querer, entre la voluntad y la praxis, esto es, con la afirmación de la estructura finita e imperfecta del hombre. Sin embargo, la Iglesia católica, los caudillos y líderes revolucionarios prometieron la salvación, la perseverancia en el ser, la disponibilidad de la historia y la satisfacción de todas las pasiones. Llevaron la necesidad donde hasta entonces solo había posibilidad y generaron unas
expectativas desmesuradas. A pesar de ello, nuestra reciente
experiencia histórica debería enseñarnos a valorar el tiempo de la calma y las limitaciones de nuestra técnica y voluntad… a ser más cautos y a reducir nuestras expectativas.”
Dejemos a la Palabra de Dios como está, y desmitifiquemos la palabra de los hombres.
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