El Dr. Diego Gracia, catedrático de Historia de la Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, divide la historia de la eutanasia en tres fases o maneras de entenderla que denomina así: la eutanasia ritualizada, la medicalizada y la autonomizada(Gracia,
Historia de la eutanasia, UPC, Madrid, 1990: 18).
El primer tipo lo justifica por la importancia que ha tenido siempre el rito en las diferentes culturas como momento de paso o transición de uno a otro estado. Así en la vida de los distintos grupos sociales el nacimiento, la pubertad, el matrimonio y la muerte venían generalmente delimitados por rituales específicos cuyo significado era ayudar o hacer posible ese tránsito concreto. En el momento de la agonía muchos pueblos utilizaban drogas y venenos como parte de un ritual que les ayudaba a tener una “buena muerte”. Este es el sentido, en ciertas culturas precolombinas, de las hierbas con estricnina* que se les hacía tomar a los enfermos incurables entre los indios cuevas de Panamá, o del humo que se hacía respirar en otras tribus a los moribundos hasta que fallecían. Los esquimales tenían la costumbre de despedir a los ancianos y dejarlos abandonados en medio de la nieve porque, según creían, ya les había llegado su “hora”. Algunos pueblos sudamericanos poseían el hábito de “despenar” a los irrecuperables, es decir, se les rompían de forma rápida algunas vértebras cervicales con lo cual les sobrevenía la muerte inmediata.
Los espartanos en Occidentesolían despeñar a los niños deformes o a las niñas desde el monte Taigeto. El propio Aristóteles era partidario de no criar ningún hijo que fuera físicamente defectuoso. También la costumbre de “rematar” a los heridos de guerra ha sido un práctica general que se llevaba a cabo por motivos “misericordiosos”. No en vano el pequeño puñal que se utilizaba en la Edad Media para terminar con la vida de tales heridos se llamaba precisamente “misericordia”. De manera que en casi todas las culturas ha existido la necesidad de ritualizar la muerte y para ello, en muchos casos, era el hechicero, mago o chamán el encargado de acelerarla por medio de una eutanasia ritualizada que pretendía evitar así el sufrimiento.
No obstante, con
la aparición de la medicina occidental va a ser ya el médico quien asuma el papel de buscar una muerte dulce y practicar así una eutanasia medicalizada que constituiría la segunda fase en la clasificación de Gracia. Las obras de Platón, por ejemplo, reflejan la idea de que en la ciudad perfecta no deben tener cabida los médicos porque se supone que todos los hombres que la habitan están sanos. En
La Repúblicaescribe que la medicina sólo serviría para tratar a los trabajadores manuales que, de hecho, no pertenecerían a la ciudad ni gozarían del privilegio de ser ciudadanos. Los hombres libres no tendrían tiempo para estar enfermos. ¿Qué ocurriría entonces con las dolencias crónicas? El que no fuera capaz de vivir desempeñando las funciones que le eran propias no debería recibir cuidados, ya que se consideraba una persona inútil para la sociedad. Con tal filosofía sanitaria la función del médico quedaba prácticamente reducida a la eutanásica. Esta manera de entender la medicina era propia de una cultura como la griega que rendía culto a la belleza corporal, la fortaleza física y la salud. Sin embargo, no es la filosofía que subyace, por ejemplo, en el famoso juramento hipocrático que ha servido hasta el día de hoy para inspirar a tantos médicos. Los pensadores estoicos admitían también la práctica de la eutanasia y consideraban el suicidio como una buena salida de esta vida, incluso heroica y digna. Séneca, el famoso estoico cordobés, afirmó en sus
Cartas: “prefiero matarme a ver cómo se pierden las fuerzas y cómo se está muerto en vida” (Gafo,
La Eutanasia, Temas de hoy, Madrid, 1989: 119). La primera vez que aparece el término “eutanasia” fue en tiempos del emperador romano César Augusto, en un escrito del historiador Suetonio en el que se habla de una muerte pacífica provocada por el médico. Asimismo el erudito latino Plinio el Viejo realizó una lista de enfermedades incurables para las cuales los galenos podían y debían acelerar la agonía de sus pacientes.
Frente a este tema de la enfermedad y la muerte la mentalidad judeocristiana adoptó un punto de vista muy diferente. Ni el judaísmo ni el cristianismo aceptaron el concepto de eutanasia. La Biblia no conoce esta palabra. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Pacto la vida del enfermo, del anciano o del que sufre se concibe siempre desde el respeto, la misericordia y la solidaridad. La predicación de Jesús es hasta tal extremo sensible al dolor del débil que incluso se identifica con él y afirma que hacer el bien a tales criaturas equivale a hacerlo con el propio Jesucristo. Es verdad que quizás se pueda reprochar al judaísmo cierta marginación hacia los leprosos porque se les aísla y recluye en determinadas zonas lejos de las poblaciones. Sin embargo, ninguna norma judía contempla la posibilidad de quitar la vida al leproso o a quien padece cualquier enfermedad incurable. El cristianismo se opuso ya desde su origen a las medidas eutanásicas tal como se ve en las declaraciones de los primeros escritores de la Iglesia primitiva. Lactancio, por ejemplo, escribiendo acerca de los enfermos terminales dice: “son inútiles para los hombres, pero son útiles para Dios, que les conserva la vida, que les da el espíritu y les concede la salud” (Gafo, 1989: 120).
Uno de los grandes médicos de la Edad Media, el filósofo árabe Averroes, recogió las ideas platónicas y se convirtió en un ferviente partidario de aplicar la eutanasia siempre que fuera necesario. Tomando la imagen del cuerpo humano y comparándola con la sociedad defendió la idea de que igual que resultaba legítimo amputar un miembro gangrenado que ponía en peligro a todo el organismo, también era lógico no atender o incluso ayudar a morir a aquellos que ya no resultaban productivos para el cuerpo de la sociedad.
Más tarde,
durante el Renacimiento, Francis Bacon (1561-1626), considerado el padre de la ciencia experimental por haber elaborado el método de “expiar la naturaleza” para comprenderla, escribió un texto en el que afirmaba que: “la función del médico es devolver la salud y mitigar los sufrimientos y dolores no sólo en cuanto que esa mitigación puede conducir a la curación, sino también en cuanto que puede procurar una eutanasia: muerte tranquila y fácil” (Vidal,
Moral de la persona y bioética teológica, PS, Madrid, 1991: 503). Esta definición se aproxima mucho a la actual y se encuentra también en otros autores como Tomás Moro (1487-1535) que fue canonizado por la Iglesia Católica en el año 1935. En su obra
Utopía describe cómo los imaginarios habitantes de la isla Utopía practicaban la eutanasia a los enfermos incurables y considera que esto era un acto de sabiduría, religioso y santo. Queda clara la notable influencia de Platón y Averroes sobre la obra de Moro.
En el siglo XIX aumentó el interés por este tema que había sido poco importante durante la época de la Ilustración. Enla universidad alemana de Gotinga, Karl Marx presentó una tesis doctoral en la que defendió la eutanasia médica y criticó a aquellos facultativos que trataban enfermedades en vez de pacientes y que en cuanto comprendían que no podían curarlos perdían el interés por ellos. Marx insistió: “No se espera de los médicos que dispongan de remedios contra la muerte, sino que tengan el saber necesario para aliviar los sufrimientos, y que sepan aplicarlo cuando ya no haya esperanza” (Humphry & Wickett, El derecho a morir, Tusquets, Barcelona, 1989: 28). En España las prácticas eutanásicas durante esta época fueron muy comentadas y constituyeron incluso algún argumento literario, por ejemplo en autores como Emilia Pardo Bazán.
El filósofo alemán Nietzsche reclamó, en numerosas ocasiones, una eutanasia eugenésicapara que fuera aplicada a los “parásitos” de la sociedad, a los enfermos que “vegetan sin porvenir”, es decir, a los niños subnormales, enfermos mentales y demás incurables. Lo paradójico de tales ideas es que a pesar de la propaganda en favor del suicidio que Nietzsche hizo durante toda su vida, cuando contrajo la dolorosa enfermedad que le llevó a la muerte no fue consecuente y no se suicidó.
Ya en pleno siglo XX -en el año 1922- dos autores, K. Binding y A. Hoche, escribieron una de las obras que tuvo peores consecuencias para la humanidad. Su título era suficientemente significativo: La libertad para la aniquilación de la vida sin valor vital. Se concretó así el término de “vida sin valor vital” y se aplicó a todas cuantas personas podían constituir una carga para la sociedad. Estos planteamientos fueron el abono que hizo germinar una de las páginas más negras de la historia. Si bien es verdad que la eutanasia practicada en los campos de exterminio nazis tuvo poco que ver con el deseo de ayudar a morir que propugnan hoy las asociaciones en defensa de la llamada muerte digna, no cabe duda de que la ética favorable a la eutanasia que predominaba en las facultades de medicina alemanas durante la tercera década del siglo XX, influyó de forma importante en la aceptación de los abusos y crímenes contra la humanidad que cometió el III Reich. En octubre de 1939, Hitler dio la orden de matar de forma secreta a unos 70.000 deficientes psíquicos. Como es lógico estos brutales acontecimientos pesan todavía en el recuerdo de la humanidad cada vez que se abre el debate acerca de la eutanasia, especialmente entre el pueblo alemán.
La eutanasia autonomizada o autónoma constituye la tercera modalidad en la evolución histórica de este concepto, según Gracia. Hasta épocas relativamente recientes los pacientes solían tener poco protagonismo en sus relaciones con el médico. Generalmente era éste quien decidía aquello que era más conveniente en la lucha contra la enfermedad. De ahí que fuese él quien llevara la iniciativa en la aplicación o no de la eutanasia.
Sin embargo
, en la actualidad las cosas han cambiado. En la época de los derechos humanos el principio ético de la autonomía de los enfermos ha visto incrementada su influencia en las relaciones médico-paciente. A partir del año 1973, en el que la Asociación de Hospitales Privados de los Estados Unidos aprobó la Carta de los Derechos de los Enfermos, la mayoría de los problemas bioéticos se han modificado.
Del antiguo y hasta cierto punto paternalista principio de beneficencia, propio de los viejos Códigos Médicos Deontológicos, se ha pasado al de autonomía en el que es el paciente quien desea decir la última palabra acerca de su destino final. Por eso, buena parte de la sociedad rechaza hoy el encarnizamiento terapéutico y solicita la legalización de la eutanasia, exigiendo a los médicos que pongan fin a la vida del paciente cuando éste lo decida.
El problema ético será, por tanto, determinar si este protagonismo del enfermo debe tener un límite claro o, por el contrario, el individuo puede disponer de su vida y de su muerte.
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