Jesucristo como Paradigma del cambio (III)

Resulta de gran importancia descubrir en las Sagradas Escrituras que la vida está asociada a la obra del Espíritu (en griego, pneuma=aliento, respiración) desde el comienzo mismo de la Creación:
“Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu (aliento, respiración) de Dios se movía sobre la faz de las aguas” Génesis 1:2. “E hizo Dios la expansión, y separó las aguas que estaban debajo de la expansión, de las aguas que estaban sobre la expansión. Y fue así. Y llamó Dios a la expansión Cielos. Y fue la tarde y la mañana el día segundo”. Génesis 1:7-8.

Esa expansión que el Creador produce dividiendo las aguas (H₂O) nos habla de la atmósfera que contiene el imprescindible oxígeno. No obstante, en la creación del hombre es donde vemos la importancia que su criatura tiene para Dios: “Entonces Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” Génesis 2:7.

Hay en este relato del primer libro de la Biblia una sintética descripción de la sucesión de actos creadores de Dios; el avance de la ciencia ha corroborado el orden de la Creación y reclamado la atención de los sabios. Por otra parte, la maravillosa biodiversidad que encontramos en el Planeta no hubiese sido posible si antes no hubiesen estado creados los soportes que la ayudarían a conservarse, desarrollarse y multiplicarse.

EL OXÍGENO
Científicos como Joseph Priestley (1733-1804), Carl W. Scheele (1742-1786) y Antoine Lavoisier (1743-1794) recién tres siglo atrás confirmaron con sus trabajos de investigación que la vida orgánica no sería posible sin el oxígeno, ese gas incoloro, inodoro e insípido que respiramos a temperatura ambiente en su forma molecular O₂ (2 átomos de oxígeno) y que –junto al nitrógeno y el argón y, en menor proporción otros gases- integran lo que llamamos “aire”. El nombre “Oxígeno” tiene raíces griegas y significa “generador punzante” pues Priestley pensaba que era un constituyente indispensable en los ácidos. Gracias a Christian F. Schönbein (1799-1868) y Jaques-Louis Soret (1827-1890) sabemos que la forma molecular O₃ (3 átomos de oxígeno) es nada menos que el “ozono” (significa “con sabor”); este es el escudo de color azul (al que llamamos “cielo”) que nos protege de los rayos ultravioletas del sol.

LA VIDA HUMANA, GRACIAS AL O2
Gracias a la Genética, ahora sabemos que tras el proceso de fecundación, en el útero materno se produce una primera formación llamada cigoto, que contiene una combinación del ADN de ambos progenitores. El embrión que lo contiene se va desarrollando hasta el final de la séptima semana; a partir de la octava semana se lo denomina feto; y es a partir de aquí que se desarrollan los pulmones. Pero estos no funcionan de la manera en que lo harán después del parto. El oxígeno y otros nutrientes que mantienen vivo al ser en gestación (aislado del exterior) es el que le provee únicamente la madre a través de la placenta y el cordón umbilical.

De igual manera, una semilla podrá germinar y transformarse en una planta sólo si hay oxígeno en el medio ambiente que la rodea. Muchos nativos llaman “madre” a la Tierra, porque saben leer en su medio ambiente las estrechas relaciones existentes entre todo lo que respira.

PLANTAS Y OXÍGENO
Las plantas liberan el oxígeno -que luego es respirado por los organismos aerobios (el ser humano incluido)- gracias a la fotosíntesis. Las células del cuerpo humano precisan de oxígeno para poder vivir; si éste disminuye provoca la hipoxia (cuyo síntoma se conoce como “mal de la montaña” o es padecido por algunos al viajar en avión) y, si falta totalmente, produce la anoxia (que provoca la muerte de células en algunos miembros u órganos), pudiendo provocar la muerte orgánica. Como vemos, es impensable que se pueda vivir sin oxígeno.

No hay la más remota posibilidad de que exista un ecosistema aparte del oxígeno. De allí la importancia que reviste el ser agentes de cambio en esta época de degradación de los soportes fundamentales del medio ambiente. La crisis que padecemos a nivel global, de niveles impensados en Europa, se debe a actividades del ser humano que no han considerado la interrelación de las leyes de la naturaleza. La ambición de poder, la codicia del tener más, el egoísmo y la necedad de abusar de lo que de gracia recibimos nos han depositado al borde del abismo.

El agente de cambio muere para vivir:“Todo el que procure salvar su vida, la perderá; y todo el que la pierda, la salvará.” Jesús, Lucas 17:33.

Lapequeña semilla que ilustramos al comienzo de esta serie contiene un programa genético codificado e invisible que está esperando ser activado. Eso será posible sólo cuando los agentes de humus trabajen sobre la piel que la envuelve. Cada uno de nosotros tenemos una suerte de piel exterior que nos envuelve. Es la que se va endureciendo desde la temprana educación basada en los principios de competitividad del más-tienes-más-importante-eres, y en unaserie de numerosos prejuicios sociales incorporados a medida que crecemos. Esa es la gruesa piel que debe ser rota antes de que se produzca un cambio radical en nosotros.

En un medio acostumbrado al éxito visible que nos hace aceptables a los ojos de los demás, tenemos que morir para llegar a entender cuál es el significado de la vida verdadera.

Sabemos que somos agentes de cambio responsables,porque tenemos un ADN que nos exige morir al egoísmo, el orgullo, el consumismo y la superficialidad antes de ser capaces de identificarnos de veras con los más necesitados. Una vez que esa gruesa piel del ego se rompe: la vida interior y sus valores pueden surgir. Allí comienza el conocimiento más profundo del sí mismo, el fortalecimiento para servir mejor a los demás, entendiendo y respetando sus diferencias culturales.

Gracias a los nutrientes del suelo, la cáscara de la semilla se rompe y entonces se produce el milagro de la vida; ha nacido un brote. El cambio comienza cuando nosotros cambiamos.