¿Cuándo fue la última vez que viste un vídeo en Internet? Me atrevería a decir que no hace mucho, ¿estoy en lo cierto?
Los vídeos en línea han desatado una nueva revolución de las comunicaciones en todo el mundo. Las grandes plataformas, como YouTube o Facebook, permiten que millones y millones de personas vean lo que publica un usuario cualquiera. Resulta sorprendente que cada minuto se suban 35 horas de vídeo a YouTube y que el sitio web haya superado ya los 2.000 millones de reproducciones diarias.
[1]A modo de ilustración, podemos mencionar el caso de Asmaa Mahfour, una joven activista egipcia que publicó un vídeo doméstico en Facebook y YouTube. Su vídeo se reprodujo de forma generalizada en todo Egipto y se considera uno de los factores clave que desencadenaron las revueltas nacionales en Egipto en 2011.
No hace mucho, escuché a Chris Anderson, responsable del célebre evento anual de la organización TED, hablar sobre esta revolución (en realidad, vi la grabación de su charla en un vídeo publicado en Internet). Anderson no dudaba en afirmar que “
no es descabellado decir que Gutenberg aportó a la palabra escrita lo que los vídeos en línea pueden hacer por la comunicación cara a cara (...). Millones de personas pueden ver el discurso de otra, lo que puede avivar ideas poderosas y crear un intenso deseo de aprender y responder”.
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Me pregunto si la constante búsqueda del ser humano de medios de comunicación más evolucionados puede ser un reflejo de nuestra Imago Dei (nuestra creación a imagen de Dios). Basándome en las narraciones bíblicas, considero que desde su origen el mundo ha experimentado una divina revolución de la comunicación. Dios es quien toma la iniciativa a la hora de hablar con los seres humanos desde el inicio de la creación. Según vemos en el primer capítulo de la Biblia, Dios creó a Adán y a Eva, los bendijo e inmediatamente después les habló.
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A lo largo de la historia, Dios empleó distintos medios para mantenerse en contacto con los seres humanos, hasta que se dirigió a ellos de forma clara y directa a través de Jesús, el Dios-Hijo. Al principio del Evangelio de Juan, se llega incluso a describir a Jesús como la “Palabra” o el “Verbo”.
[4]La lectura de la Biblia y mi experiencias personales me han enseñado y mostrado que las palabras de Dios tienen la capacidad de crear, sanar, conectar, instruir, llamar, transformar, liberar y llenar de esperanza. Por algún motivo, parece que Dios habla en voz lo bastante alta como para que podamos oírlo, pero con la suficiente sutileza como para ser evitado. Al hacerlo, nos da una muestra de su infinito amor y respeta la libertad que nos ha otorgado a cada uno de nosotros.
C. S. Lewis, el afamado catedrático de Oxford y Cambridge y autor de
Las crónicas de Narnia, no pudo resistirse a la voz de Dios. En la obra
Cautivado por la alegría, relata su paso del ateísmo a su fe en Jesucristo: “Deben imaginarme solo, en aquella habitación (...), noche tras noche, sintiendo, cada vez que mi mente se apartaba aunque fuera un segundo del trabajo, cómo Aquél a quien con tanta ansiedad deseaba no encontrar, se acercaba continua e inexorablemente. Lo que temía profundamente por fin me había atrapado. (...) me entregué, admití que Dios era Dios , me arrodillé y oré (…)”.
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Gracias a los vídeos en línea, tenemos un acceso sin precedentes a los mensajes de millones de personas de todo el mundo. En la vorágine de la revolución que el creciente número de voces que oímos está causando, creo que las preguntas más importantes no han cambiado: ¿Podemos oír la inconfundible voz de aquél que nos habla desde que empezamos a existir? ¿Podemos, o mejor, estamos dispuestos escuchar la voz de Dios?
[5]Lewis, C. S.
Sorprendido por la alegría: El perfil de mis primeros años. [Traducción de Paulina Mata]. Santiago de Chile: Andres Bello, 1994. Página 206 y 207
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