En
la entrega anterior dejamos a Manuel Aguas, primavera de 1871, poniéndose en contacto con el grupo evangélico liderado en la ciudad de México por Henry C. Riley. Proporcionamos más información sobre
la llegada de Riley a la nación mexicana, y la ruptura pública de Manuel Aguas con la Iglesia católica.
Este personaje arriba a nuestro país en continuidad con los primeros contactos establecidos por algunos de los Padres constitucionalistas con la Iglesia episcopal de Estados Unidos.
[1] Ante que él, y como resultado de la solicitud de ayuda a la Comisión Protestante Episcopal para Misiones Extranjeras, llega al país, en 1864, el reverendo
E. G. Nicholson y tiene una estancia de seis meses. Nicholson ya había estado en México, en 1853, en Chihuahua, donde funda la “Sociedad Católica Apostólica Mexicana dando a sus miembrosbiblias en español y libros de oración anglicanos (escritos en inglés en 1789 y traducidos al español en 1851)”.
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Durante su tiempo en México, mayormente en la capital, Nicholson observa que los esfuerzos de los sacerdotes católicos liberales bien pueden ser canalizados por la Iglesia episcopal, pues aunque entre ésta y la Iglesia católica existen sustanciales diferencias teológicas, en el terreno litúrgico la brecha no es tan pronunciada: “La Iglesia Episcopal está especialmente obligada a introducir su ministerio y culto en esos terrenos porque su servicio es mejor adaptado a las necesidades de la raza española, que las formas y métodos usados por otras denominaciones [protestantes]… tiene una liturgia más evangélica, que además incluye todo lo que es escriturario y católico en el culto español”.
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Cuando Nicholson regresa a Nueva York presenta un informe en el que describe el ambiente positivo para los trabajos religiosos disidentes del catolicismo, porque existen personas interesadas en el nuevo mensaje representado por los Padres constitucionalistas, que de fortalecerse y crecer significarían una opción religiosa desvinculada de la Iglesia católica:
La causa de la Iglesia reformada ha penetrado profundamente en las mentes y corazones de mucha gente, y si es dirigida con inteligencia será un éxito. Todos los hombres buenos e inteligentes nos tratan con respeto y alegría al conocer nuestros trabajos y propósitos. El trabajo abierto por nuestra iglesia es muy prometedor… Nosotros creemos que una adoración espiritual y racional de nuestro Salvador suplantará definitivamente las formas paganas de adoración que están en boga en México, y que una verdadera Iglesia Católica Apostólica y Mexicana se moldeará frente a nosotros compensando los sacrificios de los trabajadores y será bendición para toda la gente de esta tierra.
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Uno de los sacerdotes que ejerce liderazgo entre los Padres constitucionalistas es Manuel Aguilar Bermúdez, él y otros de sus correligionarios se reúnen, a partir de 1865, con Sóstenes Juárez[5] y el representante de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, John W. Butler, entre otros, para leer la Biblia y difundir actividades evangelizadoras. El grupo se hace llamar Sociedad de Amigos Cristianos.Más delante, “una vez finiquitado el asunto entre la República y el Imperio esta Sociedad, ahora ya con el nombre de Comité de la Sociedad Evangélica y con nuevos miembros invitaba a los servicios religiosos los domingos, en la casa # 21 calle San José de Real”.
[6] El grupo tiene una pérdida sensible en 1867, cuando muere Aguilar Bermúdez.
Por recomendación de Nicholson es enviado a México el pastor Henry C. Riley, quien ya tenía conocimiento y contacto de los Padres constitucionalistas por haberles conocido cuando una delegación de aquellos estuvo en Nueva York. Como antes anotamos, Riley llega a México en 1868, y el panorama ya ha transitado de un grupo no católico hacia otro que ya podemos clasificar como protestante. Es necesario subrayar que en otras partes del país se estaban constituyendo al mismo tiempo iglesias protestantes/evangélicas, destacadamente en Monterrey y Villa de Cos, Zacatecas.
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La misionera
Melinda Rankin, que inicia en 1852 sus intentos de adentrarse al norte de México, cuenta en sus memorias que ella fue el factor definitorio para que Riley decidiera trasladarse a territorio mexicano. Por lo que hemos consignado anteriormente acerca delpersonaje nacido en Chile, parece que la de Rankin es una versión un tanto romántica de la manera en que realmente tuvieron lugar los hechos. De todas maneras consignamos lo que ella dejó plasmado al respecto:
En el verano de 1868, estuve en Nueva York y me encontré con el señor Riley, que desde hacía tiempo era un amigo personal. Nuestra reunión fue en la Casa Bíblica y tras los saludos usuales, me dijo: “Señorita Rankin, ¿por qué no va a la Ciudad de México, donde hay doscientas mil almas, en vez de trabajar en Monterrey, donde sólo hay cuarenta mil?” Respondí que pensaba que estaba en el sitio adonde me había llamado la providencia de Dios; además pensaba que cuarenta mil almas era una buena cantidad. Entonces hice la pregunta: “Señor Riley, ¿por qué no va usted a la Ciudad de México?” “Ah”, me dijo, “no puedo dejar mi iglesia hispánica en Nueva York; apenas ayer una señora cubana se puso a llorar porque escuchó un reporte de que yo me iría”. “¿Qué tan grande es su iglesia y congregación?” “Como dos o trescientos”. “Pero, señor Riley, ¿cree justificado permanecer aquí y predicar a unos cuantos cientos que están rodeados de privilegios evangélicos, cuando podría ir a la Ciudad de México donde hay doscientas mil almas sin un solo predicador del Evangelio?” El señor R. echó la mirada al suelo, y se mantuvo quieto sin hablar durante varios minutos; luego alzó la vista con un rostro alegre y dijo: “Señorita Rankin, voy a ir. El próximo agosto usted escuchará sobre mí en la Ciudad de México”.
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Eso de que no había “un solo predicador [protestante] del Evangelio”, según Rankin, dejaba fuera a un pequeño pero decidido grupo de creyentes evangélicos, nacionales y extranjeros, que ya tenían varios años de estar difundiendo su credo no católico. La misma misionera deja constancia de un informe que Riley envía, desde la capital mexicana, hacia finales del verano de 1869, en el que se denota un ambiente social agitado pero relativamente hospitalario para el protestantismo. “Hay un huracán perfecto de sentimiento protestante alzado contra la Iglesia romana. Me siento como si de pronto me hallara yo mismo en la época de la Reforma. Lo mejor que podemos hacer es plantar iglesias e instituciones cristianas tan rápido como sea posible”.
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El misionero Henry C. Riley encuentra en la ciudad de México esfuerzos organizativos protestantes a los que se articula y, en poco tiempo, los encabeza dada su preparación ministerial y experiencia pastoral.Sin embargo, un grupo tiene ciertas reticencias hacia Riley, las que tiempo después causarían que algunos líderes nacionales con trabajo organizado antes de la llegada del pastor anglo/chileno decidieran seguir como independientes, primero, y, después vincularse a los metodistas o a los presbiterianos.
En tanto que Manuel Aguas, por su cuenta lee la Biblia e inicia un decidido caminar hacia el protestantismo, Henry C. Riley compra al gobierno mexicano, a través de Matías Romero, ministro de Hacienda, los templos de San Francisco y de San José de Gracia.
[10] Paulatinamente ambos lugares, pero sobre todo el segundo, se transforman en centros principales del cristianismo evangélico
Como asistente a la Iglesia protestante que Riley junto con otros encabezaba, Manuel Aguas escuchaba atento las predicaciones. Cuenta que inicialmente conoce a Henry C. Riley por su voz, ya que al ser “corto de vista” no podía percibir bien el rostro del misionero cuando éste predicaba desde el frente del salón. Es precisamente el valor de Riley para hacer obra evangélica “en medio de la más odiosa idolatría, y rodeado de enemigos”, escribe Aguas, que se siente avergonzado y decide conversar con el misionero para hacerle saber que está decidido a “contender [públicamente] por la fe de Jesús”.
En los primeros meses de 1871 El Monitor Republicano desliza la posibilidad de que Manuel Aguas se hubiese convertido al protestantismo. El provincial de los dominicos, fray Nicolás Arias, dirige una carta fechada el 12 de abril a Manuel Aguas, quien ya había dejado de ejercer el sacerdocio católico meses atrás. En el escrito le pregunta directamente sobre las versiones que corren sobre su abandono de la Iglesia católica.
Aguas responde a su ex superior pocos días después, el 16 de abril de 1871 con una extensa misiva en la que no deja lugar a dudas sobre sus creencias evangélicas, su escrito está lleno de citas bíblicas. Así deja ver que el año y medio anterior dedicado a estudiar “con cuidado y cariño la divina Palabra” ha dejado profundas huellas en él.
Su respuesta es un rotundo sí, a la pregunta de si se ha convertido al protestantismo. Pero antes de ello el ex sacerdote católico Manuel Aguas hace una relación, a quien le pregunta, el cura Nicolás Arias, de dónde estaba en cuestiones de fe y su nueva creencia evangélica cuyas características describirá a lo largo de la misiva.
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Quien fuera dominico inicia comentándole a su interlocutor que como sacerdote “había seguido la religión tal como Roma la enseña; de manera que todavía hace tres años era cura de Azcapotzalco, combatía al protestantismo con todas mis fuerzas, y aún hice que algunos protestantes se reconciliaran con la Iglesia Romana. Creía entonces que profesaba la verdadera religión”.
Hacemos un paréntesis para comentar lo señalado por Aguas, que logró regresar al seno del catolicismo romano a ciertos protestantes que habitaban en la jurisdicción de su parroquia. Eso tuvo lugar en 1868, cuando la presencia de los misioneros protestantes en el país era de carácter personal y espontáneo. Es decir, entonces todavía no predominaban los misioneros respaldados por denominaciones, planes y recursos bien estructurados. Acaso esos protestantes, algunos reconvertidos al catolicismo pero no todos, que menciona Manuel Aguas fuesen el fruto de la presencia discreta y el testimonio de creyentes evangélicos extranjeros y nacionales que a partir de la Independencia, en 1821, fueron consolidando en el país pequeños grupos de cristianos que ya
no eran católico romanos.
En su epístola Aguas evoca que el arranque de su peregrinaje hacia la fe evangélica inicia cuando llegaron a sus manos “algunos trataditos de aquellos a quienes combatía; trataditos que por razón de mi oficio tuve que leer”. La lectura del material tiene resultados que Manuel Aguas consigna en los siguientes términos: “Por ellos [los trataditos] comprendí, a mi pesar, que aunque había hecho una carrera literaria en lo eclesiástico hasta concluirla, aunque había sido catedrático de Filosofía y Teología, y aunque creía conocer la religión, principalmente en lo relativo al protestantismo: no sabía yo todo lo que verdaderamente se alegaba en aquel campo cristiano que, adhiriéndose de buena fe a las Sagrada Escritura, hace que revivan los primitivos discípulos de Jesús, campo respetable y aun superior en número al romanismo. Porque como Roma prohíbe con excomunión mayor leer los libros de los protestantes, yo sólo había consultado autores romanistas que las más de la veces todo lo pintan al revés”.
Ante él, lo dice en su escrito, se presentaban tres opciones: 1) La religión de Dios; 2) La religión del sacerdote; y 3) La religión del hombre. La primera, caracteriza Aguas, es la religión de la Biblia a la que él ha decidido seguir. La segunda es la que encabeza un mero hombre que se dice infalible [el Papa]. La tercera, en la que confían los racionalistas, tiene en el centro la infalibilidad de la razón natural.
Antes que enseñarle a escuchar la Palabra de Dios, arguye Manuel Aguas, en la Iglesia católica le habían instruido a “creer en la palabra del hombre”, al transmitirle lo que decían grandes pensadores eclesiásticos sobre uno y otro tema. Él hizo a un lado esa tradición para ir directamente a las enseñanzas de la Biblia: “Hoy soy feliz; sigo a Jesús, oyendo todos los días su dulce y apacible voz en el libro Santo, que nos ha dejado para que, sin temor de caer en el error, lo leamos todos sus hijos. Leedlo vos también con frecuencia; obedeced el precepto del Señor que nos dice: ‘Escudriñad las Escrituras, porque ellas son las que dan testimonio de mí’ [Juan 5:39]. No hagáis caso de la palabra del hombre, sino atended solo la palabra de nuestro Dios. Si así lo hiciereis, encontraréis la verdad y seréis dichosos”.
Vale la pena detenernos en mencionar que la versión de la Biblia citada por Manuel Aguas en su extensa carta es la de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera. James Thomson, colportor enviado a México en 1827 por la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, difunde la Biblia traducida por el sacerdote católico Felipe Scío de San Miguel, aunque sin libros deuterocanónicos, llamados por algunos apócrifos.
Es en 1858 cuando la Sociedad reemplaza la versión de Scío con la publicación del Nuevo Testamento traducido por los protestantes españoles del siglo XVI Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, y en 1861 imprime para su distribución toda la Biblia de esos mismos traductores.[12]
Ante la posición de la Iglesia católica en el sentido de que los feligreses deben ser guiados doctrinalmente en su, por otra parte poco probable, lectura de la Biblia, Manuel Aguas aboga por un acceso amplio a las Escrituras por parte de todos: “Es verdad que Roma nos dice que hay peligro en leer la Biblia sin notas; no lo creáis, no existe tal peligro, mil veces no. No puede ser que el Dios de bondad y de amor nos dejara un libro peligroso, donde en lugar de la vida encontraremos el veneno de la muerte. A nuestro divino Jesús nunca se le podrá considerar como un envenenador, cuando es nuestro Salvador, nuestro Vivificador, nuestro bien”.
En un interesante ejercicio de diferenciación de lo que es la Biblia, Manuel Aguas reconoce que hay porciones “semejantes a altas montañas a donde sólo podrán llegar personas de cierta fuerza intelectual”. También advierte que “hay pasajes de tan dificultosa inteligencia, que se parecen a aquellas elevadísimas serranías a donde ninguno de los mortales, ni aún de los demás esclarecidos y animosos han podido encumbrarse”.
Pero, en general, las Escrituras son diáfanas y para comprenderlas es innecesario, rebate Aguas, todo el aparato que las recarga de notas doctrinales aprobadas por las autoridades: “Nos alega Roma que la Biblia es oscura y difícil de entenderse. Esta dificultad está contestada en muchas ocasiones. Se podría decir, entre otras cosas, que todas las verdades necesarias para nuestra Salvación se encuentran en ella, en un estilo tan claro, tan sencillo, tan natural, tan encantador, que estos lugares se parecen a aquellos campos amenos y floridos, que siendo planos y sin tropiezos, aún los más débiles pueden transitarlos con toda facilidad y sin temor de caer”.
Las Escrituras son nítidas, aseguraba Manuel Aguas contra quienes se empeñaban en obstaculizar su lectura bajo el argumento de que era necesaria la supervisión de los clérigos católicos. Además, con seguridad, escribe en la misiva donde expone su confesión evangélica, el creyente cuenta con la asistencia del Espíritu Santo para tener un entendimiento cabal de la Biblia.
En el documento del 16 de abril de 1871, Aguas argumenta que a la comprensión de la Palabra debe acompañarle el seguimiento cotidiano de Jesús. Como otros y otras que se han entregado al estudio intelectual, emocional y comprometido de la Palabra, Manuel Aguas logra hallar “la fe que justifica y que conduce a la gloria, esa fe que ha sido oscurecida por Roma con multitud de trabas que le ha puesto para avasallar las conciencias y arrebatarnos la dulce libertad que Jesús nos ha alcanzado con su preciosa muerte”.
Para él es muy claro que las obras eran innecesarias para alcanzar la salvación en Cristo, y que el resultado de la redención necesariamente debería producir buenas obras. Tiene conciencia de que los libros neotestamentarios de Romanos y Santiago no se contradicen sino que se articulan: “Se me exige que mi fe no sea falsa, ilusoria, que no sea muerta sino viva, esto es, animada por la caridad; que crea sin dudar un momento en esta redención; que espere con entera confianza este perdón; que ame con toda mi alma al Dios misericordioso que así me ha agraciado; que aborrezca con odio eterno mis crímenes pasados, y que no vuelva a cometerlos; que ame no sólo de palabra sino también de obra a todos los hombres, porque todos son mis hermanos; que los ame y perdone aunque sean mis mayores enemigos, y me hayan hecho los mayores agravio; que sea misericordioso, limosnero y caritativo con los desgraciados; y que, por último, guarde los verdaderos mandamientos de mi Dios que se encuentran en las Santas Escrituras. Porque el Señor que me manda que crea para ser salvo, me ha dejado un criterio, un medio seguro para que yo conozca si mi fe es verdadera y salvadora. Me ha dicho: el árbol bueno se conoce por sus frutos, lo mismo que el malo [Mateo 7:16 y 18]. De modo que si yo os digo tengo caridad, y no tengo fe y que estoy salvado, y que no tengo caridad, y no tengo buenas obras, no me creáis aunque haga milagros y pase un monte de un lugar a otro” [adaptación de 1 Corintios 13:2 y Santiago 2:14].
Aguas hace un uso intensivo de citas bíblicas, para contraponer esas enseñanzas a las de Roma. Sus nuevas creencias las respalda con versículos y las contrasta con el “yugo espantoso y pesado que [la Iglesia católica hace que] gravite sobre la humanidad, arrebatándole el yugo del Señor que es dulce, suave y ligero [Mateo 11:30]”. Para Aguas la Biblia es suficiente porqueLas Santas Escrituras enseñan que Jesucristo instituyó no la misa, sino la Cena, en la que los cristianos deben participar no solamente del pan, sino también del vino, en memoria de Jesús que dio su cuerpo y derramó su sangre para salvarnos, Lucas 22:19-20; que hay solamente una puerta en el cielo; Jesús dijo: “Yo soy la puerta”, Juan 10:9; que únicamente por los méritos de Cristo se recibe el perdón; que sólo hay una cabeza para la Iglesia, Jesús que le dice a su pueblo: “Yo estoy con vosotros siempre”; que sólo hay un Salvador y Refugio para los pecadores, Hechos 4:12, el Divino Redentor: un Maestro, Cristo; uno solamente, a quien la Iglesia debe titular Padre, el Celestial, Mateo 22:9; una Iglesia, la consagración de todas las almas salvas que deben escuchar y obedecer la voz de su pastor infalible que dio su vida por su grey, Juan 10:11; una moral, tanto para el clero como para los seglares; la del Evangelio, que recomienda a los obispos y diáconos tener cada uno “una esposa”, 1ª Timoteo 3:2-12; un abogado para con el Padre, Jesús, 1ª Juan 2:1; un sólo Ser a quien se debe adorar: enseñan las Escrituras: “al Señor tu Dios adorarás y a él sólo servirás”, Mateo 4:10; que hay un sólo y eficaz remedio para todo pecado: “la sangre de Cristo de Jesucristo” que “nos limpia de todo pecado” 1ª Juan 1:7; una respuesta a la pregunta: ¿qué debo yo hacer para ser salvo? “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo”, Hechos 16:30-31; también las Escrituras nos enseñan que “Cristo fue ofrecido una vez para cargar los pecados de muchos”, Hebreos 9:27; y que no quedan más sacrificios para ellos. El Evangelio nos manda bendecir, amar, hacer el bien, no maldecir, no perseguir ni aborrecer al que piensa de distinta manera a nosotros, y que nos manifiesta que su modo de obrar emana de su conciencia; también nos enseña la divina Palabra que el único por el nos podemos acercar a Dios Padre, es por Jesús que nos dice: “Ninguno viene al Padre sino por mí”, Juan 14:6.
Hacia el final de su intensa carta dirigida al sacerdote católico Nicolás Aguilar, y que pronto fue reproducida y puesta a circular en las calles de la ciudad de México, Manuel Aguas confirma lo que ya se sabía en los corrillos de la catedral metropolitana y en las altas esferas eclesiásticas católicas de la urbe. Lo hace sin ambages, “hermano mío, en vuestra carta me preguntáis si me he adherido a la secta protestante. Rechazo la palabra secta, a no ser que se entienda por ella seguidor de Cristo; creo que mejor se debe aplicar a vos esa expresión, mientras seáis romanista, porque seguís a Roma y no a Jesús”.
Aguas sabía que al romper de forma tan tajante con el catolicismo le esperaban jornadas difíciles. Por lo mismo, además de confirmar las sospechas de sus anteriores superiores eclesiásticos, anuncia que va a integrarse a la
Iglesiade Jesús, en calidad de ministro de la Palabra: “¿He de negaros que soy protestante, es decir, cristiano, y discípulo de Jesús? Nunca, nunca quiero negar a mi Salvador. Muy al contrario, desde el domingo próximo [23 de abril] voy a comenzar a predicar a este Señor Crucificado en el antiguo templo de San José de Gracia. Ojalá que mis conciudadanos acudan a esa Iglesia de verdaderos cristianos, Si así sucede, como lo espero en el Señor, se ira conociendo en mi querida patria la religión santa y sin mezcla de errores, idolatría, ignorancia, supersticiones ni fanatismos; y entonces reinando Jesús en nuestra República, tendremos paz y seremos dichosos”.
En efecto, Manuel Aguas inicia sus predicaciones en el lugar dado a conocer en la carta. El templo le era familiar ya que ahí había predicado años antes, como párroco católico.
Sus dotes de gran expositor atraen un importante número de interesados en escuchar de viva voz a quien los vendedores callejeros de impresos y volantes se refieren de distintas maneras, casi siempre usando expresiones descalificadoras sacadas de los dichos de prominentes eclesiásticos católicos. No tardaría en arreciar la reacción del obispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, ante la cual Manuel Aguas se mantiene incólume e incluso intensifica su compromiso con la difusión del protestantismo mexicano.
La próxima semana nos vamos a ocupar de la excomunión de Manuel Aguas, la defensa que hace por haber abandonado el sacerdocio católico romano y su corto pero intenso liderazgo en la Iglesia de Jesús.
[1] Abraham Téllez menciona que “entre 1862 y 1863 los sacerdotes [Francisco] Domínguez, [Rafael] Díaz Martínez y [Juan Enríquez] Orestes viajaron a Estados Unidos —a la ciudad de Nueva York—, para ponerse en contacto con las autoridades de la Iglesia Episcopal”,
Op. cit., p. 163; por su parte Daniel Kirk Crane sostiene que “al final de 1864 el movimiento reformista manda a tres de sus miembros a Nueva York con las instrucciones de establecer contacto con un cuerpo protestante. En mayo de 1865 una vez en el país del norte, se empieza a negociar una alianza entre los padres constitucionalistas y la Iglesia Episcopal”,
Op. cit., p 87. ¿Los tres realizaron dos viajes a Nueva York, uno antes de la llegada de Nicholson, y otro posterior para fortalecer las relaciones entre las partes?
[2]Daniel Kirk Crane,
Op. cit., p. 87.
[4] Citado por Abraham Téllez,
Op. cit., p. 164.
[5] Se acerca al protestantismo a través de un capellán del ejército francés, el moravo Emile Guión, éste presidía servicios religiosos en San Ildefonso, a los que también asistió Manuel Aguilar Bermúdez. Según Arcadio Morales, quien lo conoció muy bien, Sóstenes Juárez “aparecía en el púlpito con su traje civil y dirigía el culto con una liturgia especial que había formado tomando la idea según el decía, de otra en francés que un ministro protestante que había venido con la Intervención francesa le había proporcionado. El señor Juárez leía sus sermones y generalmente tomaba sus asuntos del Nuevo Testamento. La congregación más grande era la de los domingos; y el jueves de la Semana Mayor, que era cuando se celebraba la Cena del Señor, el número de congregantes llegaría a 70; la concurrencia de los martes sería de 16 a 22 personas”. “Datos para la historia”,
El Faro, 1º de noviembre de 1893.
[6] Abraham Téllez,
Op. cit., p. 169.
[7] Al respecto ver Melinda Rankin,
Op. cit., y Joel Martínez López,
Op. cit. Para el caso de Villa de Cos, más información en Apolonio C. Vázquez,
Los que sembraron con lágrimas. Apuntes históricos del presbiterianismo en México, Publicaciones El Faro, México, 1985, pp. 322-326.
[8]Melinda Rankin,
Op. cit., pp. 211-212.
[10] Jean-Pierre Bastian menciona que la iglesia de San Francisco la compra Riley en 4 mil pesos,
Los disidentes: sociedades protestantes y Revolución en México, 1872-1911, Fondo de Cultura Económica-El Colegio de México, México, 1989, p. 38. En tanto Daniel Kirk Crane apunta que la cantidad pagada fue de 35 mil pesos,
Op. cit., p. 97.
[11] Acerca del alegato Crane asienta que se imprimió” bajo el nombre
Viniendo a la luz, fue publicado varias veces, incluso hasta finales de este siglo. Su importancia se da por sentada, dado que fue el primer documento sobre la conversión de un sacerdote conocido al protestantismo y además por la forma de folleto evangelístico en que está escrito”, p. 98.
[12] Pedro Gringoire,
El doctor Mora, impulsor nacional de la causa bíblica en México, Sociedades Bíblicas en América Latina, s/l, 1963, p. 51. La Sociedad Bíblica Americana publica en 1865 la Reina-Valera, y es la que distribuye en los países de habla española, entre ellos México; Rafael A. Serrano, “La historia de la Biblia en español”, en Philip W. Comfort (editor),
El origen de la Biblia, Tyndale House Publishers, Carol Stream, Illinois, 2008, p. 355 y Jane Atkins Vásquez,
La Bibliaen español: cómo nos llegó, Augsburg Fortress, Minneapolis, 2008, p. 118.
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