El aumento del fenómeno de la droga en la sociedad occidental está relacionado con la crisis de valores e ideales que experimenta en general la civilización actual.
En la era del vacío existencial en la que se ha perdido la fe en Dios y en el propio ser humano, los individuos procuran coleccionar objetos materiales, experiencias nuevas y diferentes, placeres a corto plazo, algo que les proporcione felicidad aunque sea de manera fugaz y momentánea.
Este afán por consumir, unido al deseo de experimentarlo todo, en un mundo que se ha quedado sin normas éticas ni puntos estables de referencia moral, constituye el mejor trampolín hacia el universo de la droga.
El crecimiento de la adicción a los productos psicoestimulantes es uno de los principales síntomas de que se dispone hoy para medir la crisis de la civilización contemporánea. El hombre de la postmodernidad subsiste sin un auténtico hogar moral, ético y espiritual. Vive a a la intemperie sin ideales ni normas a las que aferrarse frente a las dificultades propias del mundo actual. De ahí que las drogas se vean casi como el elixir de la felicidad, como aquello que puede colmar las apetencias y el vacío interior.
El ambiente familiar degradado en el que crecen tantos niños que se sumergen después en el mundo de la droga, es también en muchos casos responsable de tales situaciones. Los múltiples divorcios y rupturas de la pareja, la falta de modelos parentales sólidos, la educación excesivamente permisiva, el poco control por parte de los padres, el desarraigo social y cultural, la falta de comunicación real entre los componentes de la familia, son algunos de los motivos que contribuyen de manera decisiva al fenómeno de la drogadicción.
Pero también puede haber causas de carácter social o económicocomo el paro laboral, las aglomeraciones de las grandes ciudades que deshumanizan el medio ambiente, el tipo de barrio en el que se habita, los vínculos con amigos que viven en el mundo de la drogadicción, el desarraigo provocado por las frecuentes migraciones del campo a la ciudad, el fracaso escolar con el consiguiente abandono prematuro de la escuela y la facilidad de acceso a los puntos de venta de droga.
Tampoco hay que olvidarse de los grandes intereses políticos y económicos que suele mover los hilos en el escenario mundial de los narcóticos. La geografía de la producción de droga suele coincidir frecuentemente con la de los países pobres, sin embargo quienes más se benefician de este macabro negocio son casi siempre los países ricos de Occidente. Estos oscuros intereses explican por qué tantos gobiernos toleran o cierran los ojos ante el fenómeno de la droga.
El poder de los grandes narcotraficantes, en alianza con otras organizaciones mafiosas de todo el mundo, no sólo es capaz de plantar cara a ciertos gobernantes sino que constituye una auténtica organización de la muerte a nivel internacional. Pero, generalmente, los más perjudicados son siempre los consumidores individuales.
Generalmente el individuo que accede a los estupefacientes lo hace, al principio, llevado por una curiosidad ingenua. Busca, como se ha señalado, placeres nuevos, experiencias distintas que le evadan de la triste realidad en la que vive o que le hagan olvidar los fracasos que padece.
Sin embargo, la droga le va hundiendo poco a poco en una mayor desintegración personal.
A medida que aumenta el grado de adicción, la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal se empieza a difuminar en la conciencia del toxicómano. La inmadurez que supone querer satisfacer de inmediato todos los deseos, puede anular la propia responsabilidad y el espíritu de sacrificio que hace falta para superar las dificultades de la vida.
El drogadicto acaba por no aceptarse a sí mismo y por perder su salud física, psíquica y social. La persona se degrada biológicamente, su salud empeora, su psiquismo le lleva a delirar en ciertos momentos o a interpretar equivocadamente lo que ocurre a su alrededor.
Por tanto, las relaciones con los demás se alteran también considerablemente. El único trato social se ve así reducido casi al grupo de adictos con quienes se reúne para continuar drogándose. Se trata en realidad de una agrupación de solitarios que mantienen una comunicación vacía y despersonalizante.
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