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Una esperanza radicalmente distinta

Tenemos un concepto de la esperanza casi supersticioso, como una filosofía de pensamiento positivo en la que si anhelamos algo con suficiente fuerza se hará realidad.
EL ESPEJO AUTOR Lidia Martín Torralba 17 DE SEPTIEMBRE DE 2011 22:00 h

Probablemente hablar de esperanza produzca reacciones diversas en cada persona, más aún con los tiempos que corren. Como muchos otros conceptos preciosos, ha sido usada y utilizada hasta la saciedad de maneras completamente vacías en ocasiones. Pasa como con todo, que de tanto mentarlo, parece perder su sentido, su esencia, y se convierte en una palabra tópica más, que parece no tener nada que decirnos.

Frases como “La esperanza es lo último que se pierde”, o “No hay que perder la esperanza” quizá produzcan en algunos la sensación que producen en mí: que volvemos una y otra vez a las mismas muletillas cuando esencialmente no sabemos que decir o no nos vemos capaces de decir nada que merezca la pena. En realidad, no me malentiendan, la intención es buena. No queremos desanimar, sino trasmitir una expectativa algo más halagüeña que la que la persona en cuestión tenga pero, ¿de qué esperanza estamos hablando? Esa es mi duda, y muchas de las respuestas que me doy no me satisfacen en absoluto. De ahí que el efecto de ese tipo de frases llegue a ser, no sólo inexistente, sino incluso contraproducente. Es casi como no decir nada, porque la esperanza que a veces vendemos en ellas es una esperanza de papel a la que rápidamente se la lleva el viento.

Todos esperamos algo. De hecho, nuestro problema es que muy a menudo se nos pasa el presente esperando lo que ha de venir.Tenemos nuestra vista puesta en los afanes de los días venideros porque esperamos cosas y no nos conformamos con lo que tenemos aquí y ahora. Tenemos la sensación o la necesidad de creer que lo que vendrá a continuación será mejor, pero eso no siempre ocurre y lo que nos queda al final son esperanzas rotas porque las habíamos hecho descansar en suposiciones vacías de contenido. Esperamos que el día de mañana sea mejor por nada en particular, o que los problemas se resuelvan solos sin razón alguna que lo justifique o, incluso, nos convencemos de que el ser humano evoluciona positivamente y a mejor por el simple hecho de que no somos capaces de reconocernos lo contrario… pero creer las cosas, anticiparlas o desearlas no hace que se conviertan en realidad. Esto es algo que aprendemos con el tiempo, después de muchos golpes, en ocasiones. En otras, simplemente no llegamos a interiorizarlo nunca porque es demasiado difícil de asimilar y convierte a la vida en algo mucho más duro y árido de lo que en realidad ya es.

Tenemos un concepto de la esperanza como algo casi supersticioso. Cuando animamos a alguien a tener esperanza pareciera que intentamos imbuirle algo de esa filosofía de pensamiento positivo por la cual, aquello que anhelamos con suficiente fuerza se convertirá en realidad.Pero esto no deja de ser más bien un cuento para niños. Todo adulto normal y cabal debería saber que las cosas no funcionan así. Y si bien es cierto que anhelamos que lo mejor esté por llegar porque es un mecanismo psicológico que nos ayuda al avance, los pies de cada cual han de mantenerse lo más cercanos al suelo posible. Perder contacto con la realidad en este sentido no hace más que distanciarnos de ella y de los objetivos que anhelamos. Nos volvemos casi místicos y poco prácticos. Y nos auto-convencemos de que, por alguna razón mágica que no llegamos a entender, nuestros deseos se pueden cumplir por el simple hecho de anhelarnos con suficiente fuerza.

Este asunto se ha predicado incluso desde ciertos púlpitos, muy adictos a teologías en las que se cargaba a las personas con sentimientos de culpa injustificada al decirles y convencerles de que, lo que no recibían de bendición o bien en su vida se debía a no desearlo lo suficiente, a no tener un nivel adecuado de fe o a haber puesto su esperanza en cosas de menor calado.Desde ciertos canales “pide-dinero” en este sentido se sigue haciendo así y yo me pregunto, por ejemplo, por qué en vez de invertir esfuerzo en “sangrar” a los oyentes de sus programas con peticiones constantes de donativos “para la obra de Dios” no se dedican a quedarse en su casa y concentrarse en que se les multipliquen los contenidos de sus arcas. No siendo así, la conclusión inequívoca a la que llegan y hacen llegar a otros es que todo se reduce a un puro asunto de cerrar los ojos y concentrarse muy fuerte, “creer y tener esperanza y fe”, dicen ellos. Pero, perdónenme, la esperanza y la fe son cosas muy distintas a esta milonga de cuarta.

No hay probablemente nada más rastrero y ruin que jugar con las esperanzas de las personas o venderles esperanzas que no funcionan y que, por tanto, poco tienen de esperanzadoras.Los seres humanos tenemos dos mecanismos que nos ayudan muchísimo para avanzar en nuestra existencia cotidiana. El primero tiene que ver con la posibilidad de olvidar aquellas cosas de nuestro pasado que nos impiden avanzar. Si no olvidar, al menos no tenerlas permanentemente en cuenta. Es lo que permite, por ejemplo, que las mujeres estén dispuestas a tener más hijos después de haber pasado por el dolor del primer parto. El otro mecanismo consiste en proyectar nuestra mirada hacia delante, pero no de manera insulsa, supersticiosa o irracional, sino desde un presente en el que tenemos bien apoyados los pies. Cuando alguno de estos dos mecanismos (o los dos a la vez) fallan, las personas se bloquean, se ven incapaces de avanzar, se deprimen, tienen ansiedad o entran en procesos de melancolía que les impiden avanzar y ubicarse, sólo por poner algunos ejemplos. De ahí que, cuando lo que vendemos es aire en vez de esperanza verdadera, real, lo que estemos haciendo es sentenciar más aún a las personas a hundirse en su propia miseria.

¿Qué tipo de esperanza tenemos, entonces, y cuál es la que verdaderamente necesitamos? ¿Qué tendría que ocurrir para que, ciertamente, la esperanza a la que aspiramos estuviera a nuestro alcance? Normalmente, cuando los humanos hablamos de esperanza, nos referimos a nuestros propios deseos. Pero éstos, reconozcámoslo, quedan bastante lejos de nuestra voluntad.Nos gustaría que ciertas cosas ocurrieran, claro, pero eso no hace que ocurran sin más. Tener sueños nos permite en ocasiones poner los pies sobre el camino que nos puede llevar a cumplirlos, pero tienen que darse otros muchos factores para que eso suceda. No basta con tener esperanza ni es suficiente con desearlo. Ni siquiera vale con hacer lo que se pueda, porque con ello a veces no llegamos. Algo más tiene que ocurrir y eso nos lleva a la dura realidad de que la esperanza que somos capaces de predicarnos desde nuestra naturaleza humana nunca será suficiente para llenar nuestros anhelos, porque simplemente no depende de nosotros o de con cuánta fuerza lleguemos a desearla.

Por eso para los creyentes es tan importante el nuevo concepto de esperanza que plantea el evangelio, locura para los que no creen pero, para los que creen, poder y sabiduría de Dios. La esperanza que leemos en el Evangelio y anhelamos los creyentes no tiene que ver con un deseo, sino con una certeza. Esa es la gran diferencia y no otra.Esta es la única esperanza que verdaderamente puede llenar el corazón del hombre, porque no depende de él ni de sus circunstancias, sino de quien controla esas circunstancias, que es Dios mismo. Cuando un creyente manifiesta abiertamente que, en su vida, lo mejor está por llegar, no lo hace (o no debe hacerlo, mejor dicho) de forma mágica como la esperanza vacía de la que hablábamos antes, basada en filosofías de pacotilla que los hombres nos inventamos, tampoco en el pensamiento positivo o en supersticiones absurdas. Parte, por el contrario, del convencimiento precioso de que tras esta vida hay algo más, algo sin igual ni precedente que Dios ha prometido preparar para los suyos, al margen de las vicisitudes o problemas que nos toca vivir aquí. No piensa en un mañana en términos inmediatos, sino que tiene su proyección en la eternidad misma y en la certeza (que no sólo convencimiento) de que así será porque las promesas de Dios son en Él sí y amén. Nada nos arrebatará de Su mano porque los que son suyos nunca se pierden. Depositamos nuestra fe no en lo que pensamos que sucederá, sino en lo que Él ha prometido que será por encima de cualquier circunstancia aparentemente adversa. No importa quién parece tener las riendas sobre este mundo, no importa cuánto puedan otros desear lo contrario, ni siquiera cuánto deseemos nosotros cualquier tipo de cosa. Lo que convierte la esperanza del cristiano en certeza es que no depende de medios humanos, sino de la única mano del Creador sobre todas las cosas, que serán sujetadas a Él en el momento propicio, el que sólo Él escoja.

La esperanza del cristiano va acompañada de fe, pero no de una fe ñoña y sin sentido, sino de una con contenido. No es un simulacro de fe en el sentido de confianza en que las cosas pasarán porque sí, sino una fe depositada en quien verdaderamente tiene todo el control aunque no tenga a bien mostrarse de esa manera todavía.Ese momento llegará, esa es nuestra esperanza también, pero Él y sólo Él sabe cuándo será. Nuestra fe depositada en Jesucristo, en Su obra completa, en Su entrega, Su muerte y Su resurrección, convierte a la esperanza en un nuevo concepto. Sin fe es imposible agradar a Dios, por lo que cualquier esperanza al margen de Él y Su obra es una esperanza vacía que le resta honra y gloria. No hay esperanza completa si no hay fe en Jesucristo. Sin Él, sólo estamos ante sucedáneos de fe que nos entretienen, nos consuelan temporalmente, pero no nos dan nada verdadero y estable. La esperanza que destila el Evangelio es inamovible, como lo es el sacrificio que viene a mostrarnos y ofrecernos en la persona de Cristo. Y la fe juega un papel vital, porque descansa en el mismo corazón del evangelio: la gracia de Dios que nos ha sido dada y la esperanza de un encuentro glorioso con el Rey de Reyes y Señor de Señores en el día en que Él venga a gobernar este mundo o nos lleve a Su presencia.

La fe es, pues, la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve (Hebreos 11:1) ¿La tenemos? Pidámosla en todo caso a quien puede darla de verdad, sin falsos mensajes ni frases bonitas pero vacías.

La esperanza de los justos es alegría;
Mas la esperanza de los impíos perecerá. Proverbios 10:28
…el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo. Romanos 15:13
 

 


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