Son muchas las definiciones sobre el dolor, como experiencia traumática y desagradable, que se han dado desde la psicofisiología. Unos autores lo conciben como ese miedo innato a ciertos estímulos, otros lo ven como la tendencia a evitar el malestar que puede causar cualquier lesión y que impulsa al organismo a huir hasta que desaparece el estímulo.
Aquellos que lo reducen a una interpretación naturalista, consideran el dolor como un mero reflejo de protección que serviría para avisar a la persona de otros sufrimientos mucho peores. Una especie de señal beneficiosa por la que el cuerpo comunicaría al “yo” que algo no marcha bien. Esta última interpretación tiene también sus detractores, los que piensan que habría que descartar la idea de que el dolor es beneficioso. Según su opinión, se trataría de algo siniestro que envilece al hombre y lo enferma más de lo que realmente está. Por lo tanto, el médico tendría siempre la obligación de prevenirlo y eliminarlo. Incluso se ha afirmado que el dolor es un modo de expresión por el que quedaría patente cómo es la persona que lo sufre. Es decir que al ser humano no se le conocería bien, en realidad, hasta no ver cómo se comporta frente al sufrimiento.
De los cuatro tipos de dolor que puede experimentar el hombre, físico, mental, social y espiritual, quizás el que posee unas connotaciones más negativas sea el primero.Sin embargo hoy el dolor físico, agudo o crónico, es susceptible de tratamiento mediante fármacos, analgésicos, bloqueo neurológico u otros métodos.
Algunos especialistas en este tema se quejan con frecuencia de que los pacientes no siempre son bien tratados. A veces, por ejemplo, se prescriben insuficientes analgésicos para calmar el dolor que sufren ciertos enfermos de cáncer. En ocasiones, según parece, sólo se receta entre un 20% y un 30% de la cantidad que realmente se necesita, con lo cual el dolor persiste. En otros casos puede ocurrir todo lo contrario. Se emplean fuertes narcóticos para tratar un dolor de mediana intensidad que podría aliviarse bien mediante analgésicos no narcóticos, psicoestimulantes, electroestimulación o bloqueo neurológico. Esto ocurriría como consecuencia del desconocimiento que existe todavía sobre el mecanismo exacto en que ciertas enfermedades originan el dolor. La investigación médica tiene aquí todavía un importante reto que afrontar durante el presente siglo.
Desde una perspectiva más sociológica, ciertos psiquiatras han señalado que los niveles de tolerancia al dolor han disminuido notablemente en el hombre contemporáneo en relación al de otras épocas.Es como si en la sociedad tecnificada del bienestar se hubiera incrementado el miedo al dolor y al sufrimiento.
Quizás la excesiva preocupación por la salud y el culto al cuerpo, alentados por el hedonismo y la proliferación de analgésicos eficaces, han contribuido a esta fobia hacia el dolor (algofobia). Tal tendencia podría influir también en el hecho de que tantos jóvenes se precipitaran en el mundo de la drogadicción.
Lo cierto es que a pesar del desarrollo tecnológico y del indudable avance de la medicina, el ser humano continúa sufriendo y experimentando dolor.Es como si después de superar la cumbre de cada enfermedad y conseguir la medicina apropiada, se topara otra vez con un horizonte lleno de nuevos retos y epidemias.
Frente a esta realidad cabe plantearse, ¿cómo es posible para el cristiano afrontar el misterio del dolor y el sufrimiento en el mundo?
La Escrituraafirma que lo incomprensible para el hombre, tiene sentido en la óptica de Dios. Desde tan singular punto de mira, lo invisible puede verse bien; lo que parece frustrar los planes humanos, el Padre lo permite precisamente para realizar al hombre; aquello que aparentemente sólo fomenta el desaliento, resulta que es utilizado para que la criatura crezca en fe y en amor.
¿A qué se debe tan tremenda paradoja? El misterio del hombre sólo se resuelve en el Cristo encarnado. La respuesta al dolor de tantos inocentes se encuentra en la cruz del Gólgota, allí donde derramó su sangre el más inocente de todos los inocentes. La pregunta desgarradora ¿por qué me ha ocurrido a mí?, encuentra un eco solidario en ¿por qué le ocurrió a Él?
Desde el acontecimiento de la cruz cada criatura humana puede ya encontrarle un sentido pleno a sus propias angustias. El sufrimiento es capaz de realizar al hombre porque por medio de él, Jesús realizó también la salvación de la humanidad. Sólo desde esta perspectiva es posible afirmar con Pablo: “Ahora me gozo en lo que padezco... y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia” (
Col. 1:24).
Para quien no cree en la trascendencia, el sufrimiento es sólo una maldición más, pero para el que desea seguir a Jesucristo y vivir en santidad, de las entrañas del mismo sufrimiento puede extraer suficiente madurez para perfeccionarse día a día. Incluso de esta manera, en medio del dolor, es posible hallar paz y felicidad.
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