Llegamos a
Esmirna.
Una ciudad portuaria de gran importancia. Su valor corresponde con su dependencia del poder. Eso es muy común, los “valores” dependen de los poderes. [En España hoy el “valor”, incluso “sagrado”, de la Constitución se ha demostrado que en el lenguaje político no es más que lo que estipule el Mercado (Mercaderes) de “valores”.] En este caso, de su apropiación de los valores de servicio a Roma. Como pasa en la actualidad, en ese momento se consideraba un factor clave en el progreso y bienestar de la ciudad el ser una pieza más en el engranaje del poder. Para ello se había conseguido incluso la presencia de santuarios en honor del Imperio, con su carga de homenaje público al emperador. La política, la economía y la religión, a su servicio. Siempre igual. Los cristianos esmirniotas iban por otro camino. Vivían su fe en la ciudad, pero con fundamentos diferentes. Su ética chocaba con la de su entorno.
La consecuencia de su fe viva es que vivían en tribulación, estaban “rodeados”, asediados, sin espacios para compartir con sus vecinos. Para salirse de la situación tenían que caminar por el homenaje imperial, por el testimonio público de aceptación del orden establecido. Tenían que hacer y declarar lo política y religiosamente “correcto”. Pero esa iglesia local era fiel. Sabían que su Señor no podía compartir señorío con Cibeles u otros dioses. Su aceptación como buenos ciudadanos requería que no fuesen fieles seguidores del Mesías resucitado. No lo buscaron, no eran pendencieros, no eran fanáticos, pero su fe se veía, se reconocía, por la ciudad como un problema.
El resultado para estos cristianos esmirniotas fue la pobreza. Se les privó de los frutos que venían del orden imperial, de los dioses con sus sacerdotes castrados, de la política como expresión de la presencia de la fuerza de la naturaleza que, dirigida por los mediadores (los siervos del orden establecido: sacerdotes, jueces, militares, comerciantes, etc.) les podía solucionar la “vida”. La Madre “naturaleza”, la Madre “religión”, la Madre “Estado”, le prometía cuidados y mimos sin tribulaciones: esta Madre los arrebataría de la tribulación. Ella, con sus sacerdotes castrados, sería la fecunda fuente de todo bien. Es verdad que tendría, ella, que sufrir un poco; pero ¿qué no hará una Madre por sus hijos? De su propio poder morirá y resucitará. Así son las expresiones religiosas y políticas de ese sistema, de ese orden. Solo se pide una cosa: que postrado me adores. Así es su fiesta, al Día de la Sangre (24 marzo) le sigue el Festival del Gozo (Hilaria, 25 de marzo). [Cuando el “testimonio” cristiano, en lo que se “unen” todas las iglesias ante la sociedad, es precisamente la pervivencia del paganismo propio de Semana Santa y de Navidad, mal asunto.] La muerte de un momento será vencida por el poder del hombre en todo un festival de alegría. Pero tienes que conservar el orden. Serás feliz aceptando el poder que se expresa en ese modelo religioso y político. Y los cristianos de Esmirna no adoraron. Declararon que el único que estuvo muerto y vive es su Señor, el Mesías resucitado. Declararon que no es la “humanidad” con ayuda de sus dioses [ex machina] la que vence, sino su Señor: verdadero Dios, verdadero hombre.
Fieles hasta la muerte. Su manera de “aparecer”, de ser visibles a la sociedad, era la fidelidad. Así lo requiere su Señor. Aprendamos hoy. No presumieron de “sus” obras, ni de las cosas que hacían, ni del poder que tenían. No buscaron la gloria que viene de los hombres.
Pero tenemos que aprender cómo las cosas se pervierten. El ejemplo de Policarpo puede ser un aviso. Sabemos que la persecución anunciada contra la iglesia, tuvo continuidad en años, y el martirio de este pastor ha quedado como signo de fidelidad cristiana. El problema que presenta su historia no es tanto su fidelidad, evidente, sino qué estaba el cristianismo haciendo ya con esa “fidelidad”. Precisamente se estaba incorporando a la teología y práctica cristianas el fundamento religioso y político de los perseguidores. La fuerza humana como el fundamento del triunfo. La “corona de la vida” no se lograba ahora por la comunión con el Redentor, poniéndonos él en su victoria, sino por la “acción” personal de cada uno, por el mérito personal. Incluso la misma idea de sufrimiento se ha desnaturalizado. A los de Esmirna se les avisa de que sufrirán.
En la historia del martirio de Policarpo (mitad del segundo siglo) se dice que Cristo nos “encarga” sufrir. Se ha cambiado la verdad. El testimonio de la Escritura se ha mezclado con la palabra humana. Ya no hace falta rendir homenaje al emperador. Los restos de quien ha sido fiel no rindiéndole homenaje, ahora son objeto de respeto, de veneración, de dulía. Ya empezamos a ver al cristianismo paganizado. Luego veremos a la Iglesia que ahora es perseguida, persiguiendo y quemando a los disidentes, por no rendir homenaje a los nuevos dioses/santos. El culto al emperador se transforma, no desaparece. La Diosa Madre con sus sacerdotes castrados sigue viva.
Pero sabemos que su “vida” es realmente la misma muerte. Sin el Resucitado no hay vida. Y sabemos que la vida en el Resucitado es tribulación, dificultad, adversidades de todo tipo. Quien desee un cristianismo sin molestias, que lo arrebate de la realidad cualquier Diosa Madre y se lo lleve a su cementerio, allí no tendrá problemas. El Mesías resucitado no promete quitarnos las dificultades propias de la existencia humana, sino darnos la fuerza para vivir la fe en medio de ellas.
En Esmirna existe una comunidad judía que es un instrumento importante en el asedio a la iglesia local. Con los judíos, que blasfeman del Camino, comienza la persecución contra los cristianos, como vemos en el Nuevo Testamento. Se pretenden sinagoga, congregación, de Dios, pero lo son de Satanás. Los cristianos esmirniotas no tienen que “sostener” como sea a esa comunidad; su bendición no depende de ello. El Mesías sabe quiénes son judíos de verdad y los que son sus enemigos.
Los que creemos en Cristo como el Salvador, que murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación, somos el verdadero “Israel de Dios”. Los judíos “ortodoxos” que solo “creen” en el Antiguo Testamento [¿Cómo se podrá hacer eso?] y rechazan al Cristo, los que siguen clamando “crucifícale”, los que siguen reclamando “no queremos que éste reine sobre nosotros”, son sinagoga de Satanás, según declaración del propio Mesías del Antiguo Testamento.
Quien no tiene a Cristo, el Mesías resucitado, no tiene la vida. Y quien tiene a Cristo, tiene la vida, y muchos problemas, pero también la corona de la victoria final: la segunda muerte no los engulle. Esta segunda muerte es la condenación eterna. Quien no cree ya ha sido condenado. [Mejor que no se den más vueltas a la expresión “segunda muerte”. Las fantasías milenaristas de las fábulas judaicas no edifican.]
La próxima semana, d. v., vamos a Pérgamo.
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