Asumo que se conoce el texto (
Apocalipsis 2:1-7). Asumo también la distorsión cultural del lenguaje, de manera que nos acercamos a esta iglesia sabiendo que tenemos “tradiciones” culturales que suelen estorbar la simple lectura del texto. Un ejemplo: hablamos de “iglesia primitiva” o “iglesia del Nuevo Testamento”, como si se tratase de una situación reglada, localizada y con una forma específica; como si a un nuevo Moisés se le hubiera dado unas ordenanzas donde se dicta lo que es esa iglesia primitiva o del Nuevo Testamento. Incluso se piensa que debemos “volver” a esa situación.
Seguramente a muchos les gustaría que la Iglesia tuviera un libro de instrucciones tal como se tenía para el ejercicio litúrgico de los sacrificios y ritos de la ley. Pero eso no existe. La Iglesia es el conjunto de los redimidos que vive en un tiempo determinado, con un Señor una fe y un Espíritu, siempre igual en la esencia, siempre distinta en las circunstancias. No tenemos que “volver” a unas circunstancias determinadas como si eso fuese la esencia. La fe de la Iglesia vive en el tiempo, en la historia; no tenemos que irnos de la historia actual para vivir una “historia” ficticia del pasado. Otra cosa es que necesitamos aprender y conocer la historia de la fe para afirmarnos en la verdad y rechazar toda desviación. Y conocer esa historia significa que la “Iglesia del Nuevo Testamento” carece de ese libro editado como “Nuevo Testamento”, el cual se estaba componiendo poco a poco. Es decir que la Iglesia del Nuevo Testamento, además de alguna carta y la enseñanza verbal, el texto “bíblico” del que disponía era precisamente lo que editamos como Antiguo Testamento.
De esta iglesia de Éfeso conocemos algunos datos. En esa ciudad había crecido y prevalecido poderosamente la palabra del Señor. Pablo estuvo allí por espacio de dos años. El propio apóstol nos deja la referencia de la naturaleza de su ministerio al despedirse de los ancianos de la misma. En esa explicación se deja claro que el nombre “anciano” (presbítero), “pastor” u “obispo” es aplicado a la misma persona. Pero aquí aparece la distorsión cultural, la tradición religiosa del lenguaje que usamos, y con dificultad un evangélico llamará “obispo” a su pastor. Sabemos que en la ciudad se practicaba la magia y que estaba llena de supersticiones. Que tenía como orgullo y señas de identidad ser la sierva del templo de Diana, y que muchos se lucraban de esa superstición. Que en ella, por su importancia, era más evidente la necesidad de conformidad con el imperio. Un lugar de muerte espiritual en todas sus manifestaciones religiosas y políticas. Un lugar donde Cristo tiene a su iglesia.
Seguro que esa iglesia tiene un concepto de sí misma, como lo tendrán los demás ciudadanos de Éfeso. Importa, sin embargo, qué concepto tiene su Señor. “Yo conozco tus obras”. Si alguien no considera suficiente y lo más valioso ser conocido de Dios, que Cristo lo conozca, y busca que lo conozca (y estime, se supone) la sociedad, ése no merece ser conocido como cristiano. Se debe tener en cuenta también que esas obras por las que uno se considera digno de ser conocido, al final, sin la cruz, te ponen en la izquierda, donde están los que nunca Cristo conoció.
¿Cómo es conocida la iglesia de Éfeso (o de cualquier otro lugar)? Pues como iglesia de o en Éfeso. Cristo conoce a una sola iglesia. Hoy diríamos la iglesia “bautista”, de “hermanos”, “episcopal” o… (poned la vuestra) de Éfeso. Eso no es en sí mismo malo, pues representa una realidad de la historia presente. Pero será malo si hace que se olvide el fundamento: en cada localidad (aunque existan grupos que se reúnen en sitios diferentes) Cristo tiene a “su” Iglesia. Y los pastores de esa Iglesia, llamados por Cristo el Mesías para pastorear “su” rebaño, aunque estén en una sección determinada (un grupo o iglesia denominacional) deben considerar la condición de un solo cuerpo, de un solo edificio, de una sola casa, de una sola familia de la fe.
No solo la iglesia local, también el ministerio aparece en la mano del Cristo como uno solo. Esa es la propia naturaleza del ministerio cristiano, hay servicio, no jerarquía. Precisamente una de las funciones principales de ese ministerio es descubrir y señalar al falso. Así lo hicieron en Éfeso. Advirtió Pablo que de entre ellos mismos se levantarían falsos pastores, lobos. Habían probado y mostrado como mentirosos a los falsos apóstoles. Vaya, que no formaron con ellos una comisión para ver qué lenguaje debían usar en la evangelización. Vaya, que no formaron un concilio local de ministros con cualquiera que se afirmara como tal. Que los descubrieron. Que los calificaron como lobos. Así cumplieron su deber de edificar al rebaño, sacando fuera a los lobos, no sentándolos a la mesa. Que no les importó que la sociedad viera sus divisiones. Que no eran divisiones entre cristianos. Es que allí había gente que se presentaba como pastores que no eran cristianos. Que lo bueno para la sociedad y para la iglesia es que sean descubiertos y rechazados; que se aborrezcan sus obras. Cuidado con los ecumenismos.
Al igual que en otros lugares, en Éfeso se recibió la palabra de Dios en medio de gran oposición. La iglesia estaba compuesta por judíos y gentiles. La carta que Pablo les escribe explica claramente la naturaleza de la Iglesia, donde el muro de separación se ha eliminado. La oposición contra la fe no se elimina, sin embargo. Tienen que seguir en guardia para conservarla; tienen que luchar. Y lo han hecho bien. Así lo declara su Señor. Su trabajo arduo y su paciencia, su no soportar a los malos, es alabado por el que conoce sus obras. [No ser “tolerante” con algunas cosas es el modo único de ser fiel.] En ese rechazo se incluye a los nicolaítas, cuyas obras Cristo aborrece. (Para evangelizar a éstos, ¿habría que llevar una pegatina en la que se leyese “Dios te ama”?) Es importante notar que el amor solo puede estar donde también esté el aborrecimiento. No amamos si no aborrecemos. Aborrecer todo lo que sea contrario a la persona amada, por ejemplo. Amar la justicia supone aborrecer la injusticia, si no, no vale.
¿Quiénes serían esos nicolaítas? No se sabe muy bien. Por el significado de su nombre se puede pensar en gente que “señoreaba” sobre otros. Tal vez. Lo que sí conocemos es que Cristo aborrece sus obras, las que fueren. Y que la iglesia, con sus pastores, también las aborrece. Y eso está muy bien. Y aprendemos de esto que el problema para la iglesia de una localidad es lo que le puede afectar en su fe, en sus costumbres, no lo que haya de costumbre en su entorno, por mucha fortaleza que tenga. Es decir, se hace referencia a los nicolaítas porque “están”, o mejor, quieren estar, en la iglesia (en Pérgamo lo estaban consiguiendo); no se menciona al templo de Diana y a todo lo que supone de superstición y poder social en la ciudad. De momento la iglesia de Éfeso no ha caído en seguir las costumbres paganas de ese santuario, con sus sacerdotes castrados, sus supersticiones. Luego vino el tiempo en que sí.
La iglesia había actuado con firmeza, con paciencia, en el trabajo por el nombre de Cristo; y había vencido hasta ese momento. Al final, se les propone el mismo camino: “al que venciere …” Aquí tenemos un aviso solemne: ¿cómo vencer si quitamos lo que produce la victoria, nuestra fe? La fe en su amplio sentido, de realidad existente en nosotros, y de contenido, de las cosas que creemos. La fe se vive en la historia, pero no cambia su vida, su naturaleza, su contenido, según la historia. Hoy o tenemos la misma fe de los efesios, o estamos sin fe. Otra no vale. Tenemos otra historia y circunstancia, claro que sí, pero no podemos tener otra fe. Y como parte del contenido de esa fe, nos encontramos con el aviso de que Éfeso puede perder su sitio, puede no estar ya, ser echada fuera, si no cambia de rumbo en un aspecto. Esto es crucial.
Vivimos en tiempos en los que parece que todo vale en el cristianismo. Pero el Señor de la Iglesia dice a una iglesia local que la quitará de su comunión, si no se quita ella de un camino equivocado. Esto es la fe cristiana. No un sentimiento frívolo, sino una manera de vivir con consecuencias. Éfeso ha dejado su primer amor. Ha caído, pero no es el fin; hay tiempo para arrepentirse, pero no es ilimitado. Arrepentirse no es algo sentimental, sino algo muy práctico: “haz las primeras obras”. Sin obras de arrepentimiento no hay arrepentimiento, por muchas sensaciones del “corazón” que se sientan. “Sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”. En esto habían fallado los efesios. Cuidaron de no dejar entrar los errores doctrinales y a los falsos maestros. Muy bien. Pero se olvidaron de soportarse con paciencia los unos a los otros en amor. Las dos cosas son necesarias. Aprendamos hoy que ambas cosas son necesarias, no queramos navegar con un barco cortado por la mitad.
“Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios”. No pensemos en la grandeza de la promesa final sin reconocer la seriedad de los avisos previos. Al que venciere. Se trata de lucha real. En este caso, el referente es amar. Solo amamos venciendo. Así es el amor cristiano, no es algo natural, solo se aplica venciendo. Y la Iglesia lo tiene, lo ha recibido, le ha sido derramado en su corazón por Dios. Este lenguaje de “árbol de la vida”, que nos coloca en el inicio de la Historia, tiene en Éfeso un significado de guerra abierta.
Aquí sí tenemos al Señor expresando su dominio sobre todos los aspectos religiosos y políticos de la ciudad, de esa gran ciudad, con su santuario impresionante de Diana. Esta diosa de la mitología pagana está emparentada con la “naturaleza”. Es símbolo de fertilidad, la que proviene de “lo natural”. Tiene un “colaborador” en ese proceso, el “sacerdote del bosque”, castrado como hombre, impotente, aunque “renacido” (Virbio) por la fuerza (espiritista) de la naturaleza. El árbol es su lugar, su símbolo. En ese árbol tiene y da vida; es su “esposa”. Mitos y supersticiones aparte,
cuando Cristo dice que al creyente victorioso le dará a comer del árbol de la vida, está haciendo una declaración de guerra total con la sociedad pagana de Éfeso. Y lo hace igualmente contra cualquier “paganización” del cristianismo, que pretenda otro árbol, otra manera de vivir, otra fuente, que no sea él mismo. O estamos en él, o seremos cortados y echados fuera. Así cada creyente. Así cada iglesia local. Como en Éfeso, así también hoy.
La próxima semana nos vemos, d. v., en Esmirna.
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