Es maestro, pastor, teólogo, pensador profundo, entrañable amigo, queridísimo mentor de muchos y muchas por todo el mundo, sabio expositor de la Palabra, escritor y muchas cosas más.
Acaba de recibir el premio de cristianismo y literatura Jorge Borrow, en la Universidad de Salamanca, más precisamente en el aula Miguel de Unamuno. Cómo me hubiera gustado estar ahí, para celebrar junto con los asistentes una vida al servicio del Evangelio por medio de la expresión escrita.
Sus artículos y libros han nutrido la fe y el intelecto de varias generaciones de evangélicos hispanoamericanos, que le debemos el haber dedicado bastantes e intensas jornadas para dejar impresas sus reflexiones, sus hallazgos, sus retos para quienes buscaban una fe pensante y un intelecto incendiado por el seguimiento de Cristo en las heridas tierras latinoamericanas.
Samuel Escobar, como ningún otro teólogo e intelectual latinoamericano de su generación tomó muy en serio el oficio de escritor. Debió desarrollarlo en medio de múltiples actividades que no le permitían las mejores condiciones para sentarse a reflexionar y poner sus frutos por escrito.
Ha combinado su cariz de activista evangélico, y evangelizador, con la difícil tarea de ser un intelectual en un contexto en el que se mira con sospecha, y hasta desdén, a los pensadores. Él es, en el mejor de los sentidos, un intelectual evangélico que ha sabido dialogar con el cambiante mundo que la ha tocado vivir.
Como estudiante en la Universidad de San Marcos, en Lima, a Samuel le toco escuchar al filósofo mexicano
Leopoldo Zea, generador e impulsor de una filosofía latinoamericana y latinoamericanista. Esa experiencia, junto con otras que le hicieron tomar conciencia de que era necesario desarrollar un pensamiento bíblico teológico que tomase en serio el contexto histórico y cultural de América Latina,
le llevaron a compartir inquietudes con otros que consideraron imprescindible dar a luz, en 1970, a la Fraternidad Teológica Latinoamericana.
Un año antes de la fundación de la FTL, Escobar participa en el Congreso Latinoamericano de Evangelización (CLADE I), que tuvo lugar en Bogotá, Colombia. En ese evento su voz representó una especie de independencia de quienes simplemente aspiraban a seguir la agenda teológica y evangelística de los organismos misioneros norteamericanos. Leer hoy la intervención de Samuel Escobar, a la vez que imaginar las reacciones del sector más conservador, puede darnos una idea de su osadía y claridad para llamar al regreso de un Evangelio integral.
En CLADE I Escobar afirmó que era tiempo de terminar con la dañina idea que separaba la evangelización y la acción social: “… en América Latina ha habido tendencia a identificar la preocupación por lo social con el liberalismo teológico, o con un enfriamiento en cuanto a la lucha evangelizadora. Debemos de una vez por todas acabar con esta confusión lamentable. Existe suficiente base en la historia de la iglesia y en las enseñanzas de la Palabra de Dios para afirmar rotundamente que la preocupación por la dimensión social del testimonio evangélico en el mundo no es un abandono de las verdades fundamentales del Evangelio, sino que es más bien llevar hasta sus últimas consecuencias las enseñanzas acerca de Dios, Jesucristo, el hombre y el mundo que forman la base de dicho Evangelio”.
En 1974, en el Congreso Internacional sobre Evangelización Mundial, en Lausana, Suiza, le correspondió a dos latinoamericanos remover drásticamente conciencias. Uno de ellos fue
René Padilla, el otro
Samuel Escobar. Este último hizo un llamado a revisar detenidamente lo que se entendía por evangelización, ya que consideraba existía una reducción de la integralidad del Evangelio para sustituirlo con fórmulas que diluían la riqueza del mensaje bíblico.
En su intervención, cuya cuidadosa escritura refleja su decisión de tomar distancia de polos existentes dentro del mundo protestante, Samuel Escobar dijo que el liberalismo del siglo XIX y comienzos del XX quiso adaptarse a la mentalidad racionalistas y presentó “una evangelio social en el cual un Dios sin ira iba a salvar a un hombre sin pecado, mediante un Cristo sin Cruz”.
La parte medular de la crítica de Escobar en Lausana fue para el evangelicalismo triunfalista, preocupado en lograr conversiones sin detenerse a considerar que tal vez los convertidos lo eran a una versión del Evangelio muy distante de lo enseñado por Jesús.
Fue así que Samuel identificó como tentación el afán de “reducir el Evangelio y mutilarlo eliminando del mismo las demandas del fruto del arrepentimiento, y todo aspecto que pudiera hacerlo desagradable a una sociedad nominalmente cristiana pero de veras idólatra. Por todos los medios hay que alertar a la iglesia acerca de las necesidades de los millones que todavía no han oído el Evangelio. Pero con igual celo debe insistirse en la necesidad de mantener la totalidad del Evangelio de Jesucristo como Salvador y Señor cuyas demandas no pueden ser barateadas. Ningún sentido de urgencia por el crecimiento cuantitativo de la iglesia debiera llevarnos a callar alguna parte de todo el consejo de Dios”.
El galardonado con el premio
Jorge Borrow es un lector acucioso y conocedor, sus intereses van de la literatura latinoamericana, pasan por la historia y sociología, se detienen para dialogar con filósofos y pensadores, abarcan la producción misionológica, abrevan en la teología, reflexionan con la política y tendencias culturales contemporáneas. Para un gran lector, como lo es Samuel Escobar, debió ser muy doloroso tener que dejar atrás varias bibliotecas personales formadas en los distintos países en los que ha vivido. Porque le ha sido imposible cargar con tantos libros en las varias mudanzas, y ello le ha obligado a tener que empezar de nuevo a formar un nuevo acervo en cada nueva residencia.
Samuel Escobar, el escritor, ha debido serlo bajo presión. Nada de cuantiosos fondos ni retiros con todo a la mano para dedicarse solamente a escribir. Él mismo lo ha dicho: “En el mundo de habla hispana hay pocos escritores que viven sólo de su trabajo literario. Ese es un lujo que sólo pueden darse las grandes figuras del ‘boom literario’, cuyos libros se venden por cientos de miles. En el mundo evangélico de habla hispana probablemente no hay ningún escritor que viva sólo de lo que escribe. El acto de escribir es una continua guerra contra el tiempo, contra las presiones de la tarea pastoral, de la docencia, de los deberes domésticos, de las giras evangelísticas. Quizás eso sea mejor, porque así la palabra escrita estará siempre cerca de la vida y puede ser más pertinente”.
Un escritor escribe con la esperanza de que alguien lo lea. Una vez producido el escrito vienen las formas de darlo a conocer. Ya publicados los escritos, cuando pasa un buen número de años, solamente quedan algunas copias en poder de lectores de acá y allá. ¿Y las nuevas generaciones que desean leer sobre lo que han escuchado decir a otros acerca de un autor? En el caso de Samuel Escobar mucha de su producción ha quedado en revistas, capítulos de libros, obras agotadas hace muchos años.
Con el fin de rescatar esa producción, en el
Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano tenemos caminando un proyecto que consiste en
reunir la obra dispersa de Escobar para publicarla y ponerla a disposición de los interesados el año próximo, en el Quinto Congreso Latinoamericano de Evangelización (CLADE V) que tendrá lugar en Costa Rica.
A miles de kilómetros de distancia, los que separan a México de España, pero desde la cercanía del corazón va un cariñoso abrazo a Samuel Escobar por el premio
George Borrow. ¡Eso hay que celebrarlo con un pozole y hablando de libros, películas y cantando
La flor de la canela!
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