El tema de este libro ha sido tratado con gran riqueza de títulos en la literatura cristiana. Especialmente en inglés. Los libros en este idioma sobre la Iglesia primitiva, alineados en una autopista, ocuparían muchos kilómetros. En España algo ha publicado la Iglesia católica. Son conocidos HISTORIA DE LA ESPIRITUALIDAD, del carmelita José María Moliner. LA IGLESIA DE CRISTO, del jesuita Ángel Antón. EL CRISTIANISMO, del también jesuita y gran teólogo alemán Hans Küng. LOS MISTERIOS DEL CRISTIANISMO, de otro alemán y teólogo católico de primera fila, Matthias Josef Scheeben y muchos títulos cuya relación se haría interminable.
El protestantismo español ha producido algo, poco.
La originalidad y el valor que tiene el libro de Máximo García consiste, para mí, en que la primera edición del mismo vio la luz en 1968, cuando los evangélicos españoles que no leían otros idiomas estaban en pañales respecto a estos temas.
Una segunda virtud: Máximo no pierde al lector en farragosas disquisiciones filosóficas o teológicas. Elude los pronunciamientos de la Historia y de la Ciencia que se contradicen cada dos por cuatro y va directamente al grano, a lo que quiere comunicar. Lo hace utilizando un vocabulario asequible incluso para aquél chato de Jaén popularizado por José Cardona.
Nuestro autor está sobradamente preparado para la tarea que abarca. Licenciado en Teología y en Sociología. Profesor de Religiones Comparadas. Investigador, escritor, periodista, pastor, uno de los más destacados “históricos” del protestantismo español, autor de 20 libros, hombre vivo en el amplio sentido del vocablo, lleno de curiosidad por todo cuanto le rodea, siempre en el ruedo, sin aceptar jamás dimitir.
Dejemos que el autor presente su obra:
“Lo que en este trabajo se pretende no es tanto una “historia de las doctrinas”, ni aún siquiera una información más o menos detallada de las distintas tendencias educacionales habidas a través de los siglos; nuestro propósito es tratar de valorar, en forma panorámica, el lugar que la enseñanza ha ocupado en el desarrollo de la Iglesia Cristiana, comenzando para ello, como antecedente obligado, con su influencia y trascendencia en el pueblo hebreo precristiano, es decir, el Antiguo Testamento”.
¡Bellos propósitos! ¡Atractivo guión! ¡Acertado diseño!
Fiel a sus intenciones, Máximo García condensa las 165 páginas de su libro en cinco capítulos, a los que preceden prólogo e introducción, y suceden dos apéndices.
Me gusta destacar la docilidad del autor a la Palabra de Dios y su recurso a las fuentes de la doctrina cristiana. Si esta doctrina bajó del cielo y el Espíritu Santo vino para enseñarnos todas sus verdades, Máximo sigue sus huellas con la intención de descubrirnos lo que todavía ignoramos o en lo que jamás habíamos pensado.
El
primer capítulo del libro recorre las páginas del Antiguo Testamento. La obra divina en la elección y educación del pueblo hebreo. El autor presenta aquél modelo de familia, la casta sacerdotal, los profetas y los sabios de Israel. “El único maestro de Israel- escribe el autor- no es el padre de familia, ni el sacerdote, ni el profeta, ni el sabio, el único maestro es Jehová”.
Pasa páginas y nos introduce en el
Nuevo Testamento, donde Jesús, el Hijo de Dios, es el Maestro por excelencia. El Maestro instruye a los discípulos que elige y les encomienda –dice Máximo- “una misión sumamente importante para el futuro de la Iglesia: transmitir el depósito auténtico de la fe”.
El
capítulo tres es riquísimo en contenido. La labor de investigación y selección llevada a cabo por el autor es admirable. Los llamados padres de la Iglesia, escritores cristianos de los primeros siglos, y los documentos que escribieron, ocupan un lugar preferente en las 53 páginas que forman este capítulo. El Credo apostólico. La “Didachè”, el escrito cristiano más antiguo que se conoce, “anterior incluso a algunos libros del Nuevo Testamento”. Clemente de Roma, Ignacio de Antioquía, Policarpo, los padres apostólicos y los apologistas en tiempos en que “los cristianos tienen que practicar y enseñar ocultamente sus doctrinas, y no sin razón se esconden para evitar la pena de muerte que sobre ellos pesa”. Siguen Clemente de Alejandría, Orígenes, Alejandro de Alejandría, Juan Crisóstomo, para quien “la palabra hace veces de medicina, esta es nuestro fuego, esta nuestro hierro”. Cierra este capítulo Agustín de Hipona, de quien concluye Máximo: “A partir del momento en que Agustín entra en la vida de la Iglesia, es difícil encontrar un solo movimiento teológico de importancia que no vaya influenciado en alguna manera por el pensamiento y la doctrina de este hombre”.
En el
cuarto capítulo de la obra el autor pasa de la Edad Antigua a la Edad Media. Esto, dice, “significa un cambio radical en estructuras sociales, religiosas, económicas, culturales”.
Unas páginas más y Máximo García escribe sobre
la Reforma. Antes aclara: “No ya tanto de la Reforma en sí, como del papel de la doctrina en la consecución y mantenimiento de la Reforma”.
En los
dos apéndices que cierra el libro su autor nos entrega los textos completos del Credo apostólico y la Didachè o enseñanza de los doce apóstoles, escrito, según se cree, entre el 70 y el 160 de nuestra era.
En el libro de Máximo no sólo hay historia y teología. También hay espiritualidad, la que surge de la doctrina correctamente interpretada y aplicada. En este sentido, el libro será de mucho beneficio a los lectores cristianos de habla hispana en todos los países donde se lea el idioma de Cervantes. Estamos en continuo viaje hacia Dios. El inmovilismo doctrinal y espiritual puede dañar tanto al alma como al cuerpo el inmovilismo físico.
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