Estamos en los últimos años del siglo XVI. La Reforma iniciada por Martín Lutero en Alemania prendió en España, hasta que la Inquisición decidió combatirla en nuestro suelo con sus poderosas armas y sofisticadas torturas. El 21 de mayo de 1559 catorce protestantes de Valladolid fueron quemados en la hoguera o estrangulados y otros 16 fueron encarcelados a perpetuidad. Gutiérrez Marín da los nombres y apellidos de 27, entre ellos una dama de honor de la reina, dos sacerdotes, una monja, el marqués de Poza, una hija del marqués de Alcañices, otra hija del marqués de Montemayor y un general del Ejército. Todos ellos habían abrazado los principios de la Reforma protestante.
Ahora nos llega
una novela que cuenta episodios de aquella historia negra, sangrienta, inhumana.
Aún cuando el protagonista se presenta como Fernando de la Mina,
el nombre del autor se desconoce. El profesor y poeta Alfredo Pérez Alencart, quien escribe un prólogo de pocas líneas, sugiere que el autor pudo ser el pastor inglés E.M. Timms. Añade: “No sé de tal anonimato, ni me preocupa en demasía; lo interesante es leer los ágiles capítulos, traducidos al español por Kent B. Albright, pastor bautista radicado a orillas del Tormes y hombre entregado a la misión de recibir al prójimo”.
¡Buen trabajo, Kent! ¡Brava elección! No conozco el original, pero tu traducción es limpia, habilidosa. Has sabido captar ideas y encontrar palabras que se corresponden exactamente. Te has expresado en un castellano sonoro, utilizando correctamente el valor y la significación de las sentencias.
El hecho de que la introducción a la novela se fije en Londres avala la tesis de Alencart sobre su autoría. El personaje anónimo se identifica en el primer capítulo como Fernando de la Mina, noble español, nacido el 16 de abril de 1534 cerca de Simancas.
El título de la obra define el contenido. Fernando de la Mina, convertido al protestantismo, es detenido por la Inquisición y condenado a morir en la hoguera. Logra escapar y llega al entonces reino protestante de Navarra Baja, en Francia.
Los 34 breves capítulos del libro cuentan peripecias que tienen lugar durante la huida. La novela es una mezcla de muchos géneros, historia, teología, heroísmo, penalidades, amores. Hay intriga, suspense, esperanza.
Estremece el capítulo 33, donde se cuenta la masacre del día de San Bartolomé. Félix Benlliure, en su libro “Los Hugonotes”, cuenta que “cuando el sol se levantó el día 24 de agosto de 1.572 habían muerto asesinados unos veinte mil protestantes hugonotes en toda Francia”. El autor de la novela que estoy comentando dice que “aquella masacre constituyó un horror y fue perpetrada por la Reina y por los que tuvieron alta autoridad dentro de la Iglesia católica”. Añade Fernando de la Mina, supuesto nombre del autor de “Mi huida del auto de fe de Valladolid”, que “no todos los protestantes de París estuvieron destinados a la matanza en aquella temible noche de horror”. Un tal Palissy y él mismo se salvaron “favorecidos únicamente por nuestro apreciado servicio a la reina”.
La historia de los protestantes españoles, desde la Reforma del siglo XVI hasta el siglo XXI que estamos viviendo, ha sido escasamente escrita, lo cual constituye una lástima y un error. La Historia es maestra de la vida humana. Es su deber contar los hechos como fueron para conocimiento de las generaciones. Decía Cervantes que la historia, la poesía y la pintura se simbolizan entre si y se parecen tanto que cuando escribimos pintamos, y cuando pintamos componemos.
La historia de aquellos horrores inquisitoriales en Valladolid ha dado lugar a esta magnífica novela. Gracias a Kent B. Albright por descubrirla y traducirla y a Pérez Alencart y María Belén López por la corrección de textos. Felicitaciones a Editorial Peregrino por invertir en su publicación.
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