Un rosario de verdades.
El poeta ha sido casi siempre como un reloj despertador en la conciencia religiosa. El filósofo y profesor francés Paul Ricaeur afirma que “el lenguaje poético cambia nuestro modo de estar en el mundo, de orientarnos en este mundo”.
También cambia nuestro modo de concebir a Dios, de orientarnos en el mundo del espíritu que trasciende a la materia.
El argentino Leopoldo Lugones, poeta de lo invisible y del misterio, como lo calificó Federico de Onis, dijo que un verso puede llegar a despertar los primeros alientos de Dios en el alma del individuo.
Yo soy testigo vivo de ese enunciado coherente.
Pido a ustedes disculpas y paciencia por una larga referencia personal. Los hechos autobiográficos no siempre son pretextos para la exhibición o vanagloria. A veces, como es mi caso, señalan la conversión de la existencia a un rumbo totalmente impensado, no querido ni buscado.
Yo nací en lo que entonces era protectorado francés en Marruecos. Mi madre, española, católica nominal, despreocupada por el tema de Dios. Mi padre, marxista militante. A partir de los 15 años comencé a empaparme de marxismo y de ateísmo. Hasta que cumplí los 21. A esa edad, por no rechazar una invitación a la que en cierto modo me veía obligado, entré por vez primera a un templo religioso. Un templo protestante. Era viernes. Volví el sábado. El domingo por la tarde andaba yo en compañía de varios jóvenes por las calles de Tánger, donde entonces vivía, dando testimonio de mi conversión a la fe de Cristo. ¿Qué había ocurrido? La
razón, diría Pascal, tiene razones que la razón no entiende. No deja de ser una contradicción utilizar la razón para negar la existencia de quien es la razón suprema. Mi experiencia de conversión fue parecida a la que vivió el entonces medio judío, marxista y ateo francés André Frossard, según la cuenta en su libro DIOS EXISTE, YO ME LO ENCONTRÉ. Una diferencia entre los dos es que Frossard encontró a Dios en un templo católico y yo en un templo protestante. Pero ya dicen que dijo Santa Teresa que Dios está hasta entre los pucheros. Y otro místico, el predicador y poeta italiano Jerónimo Savonarola, dijo en el siglo XV, en un precioso poema, que Dios no se oculta en el estrecho recinto de un sagrario. El universo entero es su santuario, porque es la razón universal.
¿Cabe cuestionar la conversión? ¿Qué es la conversión? ¿Qué significa convertirse? El filósofo norteamericano William James, quien se adelantó en casi veinte años a Freud en el estudio de las huellas religiosas impresas en el individuo desde la infancia, asegura en su obra LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA que la sustitución de la creencia por la increencia puede estar motivada por emociones de la niñez, olvidadas, pero no desaparecidas.
Creo que ese fue mi caso.
Tenía yo ocho años de edad cuando mi padre me llevó a un teatro para ver una representación religiosa en verso. Nunca le pregunté por qué él, ateo convencido, se interesó por aquella obra. Mi padre adoraba el teatro. Era EL DIVINO IMPACIENTE, del poeta gaditano, injustamente olvidado, José María Pemán. Joaquín Calvo Sotelo escribió que EL DIVINO IMPACIENTE “provocó reacciones espirituales en muchos espectadores”. En mi alma de niño la muerte de San Francisco Javier en China, luchando por mantener el rostro hacia el cielo, me causó un impacto que, sin saberlo, siempre estuvo en algún rincón escondido de mi personalidad.
Yo era un ser dispuesto y predispuesto para la conversión. Cuando esta se produjo, un yo dividido hasta aquél momento se tornó unificado y conscientemente feliz al estar apoyado en realidades religiosas.
Hoy puedo decir que fue un poeta, José María Pemán, quien despertó en mi el primer sentimiento religioso que años después me llevaría a Dios. En el poema titulado PRESENCIA DE DIOS, Pemán escribe:Se llega a Dios por todos mis sentidos.
Se llega a Dios por todas mis heridas.
Se llega a Dios mirándome a los ojos.
Por las acequias rojas de mis venas
va la sangre moviendo el gran molino
de una oración enorme y sin palabras.
Se me ha quedado anoche, junto al alma,
abierto el portoncillo de la pena:
… y Dios estaba, con el sol primero,
sentado, allí, en las flores.
Si quieres comentar o