En la cabaña donde trabajo amontono seis grandes carpetas, tres azules y tres color marrón, con recortes de prensa en español, francés e inglés sobre el tema de la homosexualidad. Junto a las carpetas se hermanan unos 40 libros dedicados a lo mismo. Y no consigo aclararme. Cada cual escribe bajo su punto de vista. Me pierdo.
¿Es la homosexualidad una enfermedad? ¿Es el o la homosexual una persona que ha nacido así, y por lo tanto no es responsable ante Dios de su condición? ¿Es la homosexualidad el resultado de una educación en gran parte determinada por madres que tratan a sus hijos como si fueran niñas o a niñas como si fueran niños desde los años tempranos? ¿Es la homosexualidad uno más de los vicios que azotan a la sociedad, y en este caso la condena divina está justificada? ¿Tiene cura la homosexualidad? ¿Se ha de aceptar a homosexuales como miembros de la Iglesia local, con los mismos deberes y los mismos derechos que tienen los heterosexuales? ¿Pueden tomar los símbolos del pan y del vino? ¿Pueden ser pastores?.
La referencia bíblica más antigua que tenemos sobre la homosexualidad se encuentra en el capítulo 19 de Génesis, escrito hace unos 3.500 años. Algunos comentaristas de este libro ven en la historia de Noé y su hijo Cam una especie de preludio de lo que pasaría en Sodoma y Gomorra. En aquellos tiempos la homosexualidad no debe haber sido en absoluto una excepción, ya se hallaba extendida por tierras de Mesopotamia, donde las leyes de castigo hablaban de prostitutos. En la antigua Grecia, en el imperio romano, en la Edad Media y en el Renacimiento, la homosexualidad era una práctica muy extendida.
En este viejo debate irrumpe ahora el norteamericano autor del libro que estoy comentando. Thomas E. Schmidt es profesor de Nuevo Testamento y de griego en el Westmont College de Santa Bárbara, en la California de las ya extinguidas minas de oro. Para Schmidt, “a lo largo de la historia de las culturas humanas, ninguna sociedad ha aprobado la homosexualidad tal y como la conocemos ahora: relaciones prolongadas y por decisión propia entre adultos. Hubo un período de tiempo –sigue el autor- durante el cual los hombres romanos y griegos de clase alta alternaban mujeres y niños para su gratificación sexual, pero dicha aprobación no se hacía extensiva al sexo entre adultos”.
De los ocho capítulos que escribe Schmidt el más interesante me parece el cuarto, donde discute el texto de Romanos 1, tan comentado, tan utilizado por quienes rechazan radicalmente la homosexualidad y mandan al infierno a todo el que la practica. Al introducir el capítulo su autor pregunta si el texto de Pablo prohíbe las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo y si tales prohibiciones se pueden aplicar a la homosexualidad tal y como la conocemos hoy.
Después de escribir 27 páginas dedicadas al primer capítulo de la epístola de Pablo a los romanos, después de citar a autores de varias tendencias, después de aplicar el hebreo y el griego al texto y al contexto del pasaje paulino, después de ilustrar al lector sobre los vicios, las costumbres y la cultura de aquellos pueblos en aquellos tiempos, Schmidt rechaza el argumento de que Pablo considera la homosexualidad como impura, pero no pecaminosa, y
concluye afirmando que Pablo “encuentra en la homosexualidad un ejemplo del pecado sexual que falsifica nuestra identidad como seres sexuales, al igual que la idolatría falsifica nuestra identidad como seres creados”.
En los restantes capítulos el autor trata temas que a lo largo de siglos han sido expuestos por la literatura secular y la religiosa: Historia de la homosexualidad, el giro experimentado en la cultura occidental, el episodio de Sodoma y Gomorra, el debate sobre la homosexualidad en la sociedad moderna, necesidad de claridad y compasión en el debate.
El autor concluye su obra con una carta dirigida a cristianos con deseos homosexuales que se han cruzado en su vida. A Nick, “una combinación de varias personas”, le dice: “Que sepas que puedes contar con mi amor y mis oraciones, hagas lo que hagas con tu sexo y desees lo que desees”.
El libro merece la pena de ser leído y subrayado.
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