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¿Cómo transmitir el amor en la familia?

Tercer artículo de la serie: Hacia un concepto realista de familia, del escritor, psiquiatra y líder evangélico Pablo Mnez. Vila.
MUY PERSONAL AUTOR Pablo Mnez. Vila 26 DE OCTUBRE DE 2007 22:00 h

Hacia un concepto realista de familia (III)

Ya vimos la pasada semana que la primera característica de una familia sana (aunque imperfecta) es la capacidad de lucha ante la adversidad. El segundo indicador de salud en la familia de Ruth y Noemí fue su capacidad para demostrarse amor. En la familia sana los miembros han aprendido a darse este amor los unos a los otros. Enfatizamos la palabra «expresar» o «demostrar» porque ahí radica la clave: no basta con amar a alguien; hay que hacerle llegar este amor, transmitirlo.

En realidad, en la inmensa mayoría de familias existe amor. Es difícil encontrar, por ejemplo, unos padres que no amen a sus hijos. Parece, por tanto, un principio muy elemental. Sin embargo, son innumerables los adultos que tienen problemas emocionales porque en su infancia no sintieron el amor de sus padres. Sin duda que éstos les amaron, pero fueron incapaces de. transmitirles adecuadamente este amor.

La pregunta lógica es entonces: ¿Cómo transmitir el amor dentro de la familia?

En el libro de Rut descubrimos algunas formas prácticas. En concreto vemos tres maneras en que los recíprocamente. Constituyen algo así como la espina dorsal del amor: las actitudes, las palabras y las decisiones.

ACTITUDES DE AMOR

En primer lugar, el amor práctico se manifiesta a través de actitudes. Es la expresión no verbal del amor. Está muy relacionada con nuestra forma de ser. No consiste tanto en lo que hacemos —las obras del amor—, sino en cómo somos.

Nuestro carácter destila actitudes que pueden ser de amor, de hostilidad o de indiferencia. Las actitudes son el espejo profundo de nuestro carácter y revelan, sin disimulo, el contenido de nuestro corazón. Decía el apóstol Pablo que «somos cartas vivas» en las cuales los demás están siempre leyendo. Es por nuestra forma de ser que podemos «honrar a padre y madre», al cónyuge o a los hijos.

En el libro de Rut encontramos varios ejemplos de actitudes que son expresión de amor y que, a su vez, alimentan el amor en un «feed-back» admirable. En realidad, todas estas actitudes forman un todo inseparable, como un racimo. Son interdependientes y la una lleva a la otra.

Destacamos tres por su trascendencia sobre la estabilidad familiar y porque, a nuestro juicio, son las más necesarias en las familias hoy.

La fidelidad, el compromiso, plasmado en aquella memorable afirmación de Rut que ha pasado a la Historia como una de las mayores declaraciones de amor familiar: «No me ruegues que te deje y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios» (Rut 1:16).

¿Puede haber una mejor demostración de amor que esta fidelidad incondicional? Ahí está la mejor terapia contra la ansiedad y la inseguridad de tantos esposos o esposas que viven atrapados en la incertidumbre de su relación conyugal futura.

Hoy la fidelidad matrimonial, en especial la idea del matrimonio para toda la vida, «hasta que la muerte nos separe» es objeto no sólo de rechazo, sino incluso de burla. Se prefiere la «monogamia consecutiva» (en expresión de un famoso político español). Desgarradoras y significativas son las declaraciones de una conocida actriz francesa: «Yo no sé qué hay que hacer para lograr mantener a tu lado al hombre que amas». Algo funciona mal en nuestra sociedad cuando el más básico de los pactos, el pacto matrimonial, se toma tan a la ligera. Una sociedad no puede funcionar bien cuando sus miembros no tienen una mínima voluntad de cumplir pactos y promesas.

La confianza. Es consecuencia de la anterior: cuando hay fidelidad, las relaciones familiares se caracterizan por una confianza mutua profunda, inquebrantable. No hay nada que temer, no hay motivos para la inseguridad.

Había una confianza admirable, recíproca entre Noemí y Rut, entre Rut y Booz y entre Noemí y Booz. Todos ellos podían confiar entre sí porque habían aprendido a confiar en Dios: el manantial que alimenta la confianza entre los hombres es, sin duda, la confianza en un Dios que dirige nuestras vidas. Cuán iluminadoras son al respecto las palabras de Booz a Rut: «He sabido todo lo que has hecho con tu suegra... El Señor recompense tu obra, el Dios de Israel bajo cuyas alas has venido a refugiarte» (Rut 2:11-12).

¡Qué contraste más triste con la situación de muchas familias hoy! La confianza ha sido sustituida por los celos, a veces tan fuertes que son una de las causas principales de violencia doméstica. La desconfianza mutua es lo que lleva a muchos cónyuges a serios problemas en su relación. En casos extremos se llega a contratar a un detective para espiar y controlar los movimientos del cónyuge. Los celos no son expresión de amor, sino todo lo contrario: son expresión de falta de confianza en el cónyuge y también en uno mismo.

La abnegación. Negarse a uno mismo implica pensar en el otro, preocuparse por sus necesidades, por su bienestar. El Señor Jesús nos enseñó muy bien esta idea con la conocida «regla de oro»: «Y todo lo que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos» (Mateo 7:12). En realidad la abnegación es algo tan sencillo como «amar a tu prójimo como a ti mismo».

El primer lugar, el más natural, para poner en práctica este mandamiento es la familia. ¿Dónde queda mi autoridad moral para darme a los demás si tengo descuidada a mi propia familia? La entrega generosa a mis seres queridos tiene un gran obstáculo: el egoísmo. Éste es el peor enemigo de la abnegación. El matrimonio no es apto para egoístas porque el egoísmo apaga poco a poco la llama del amor.

La abnegación es una asignatura de la vida que se aprende ante todo en la familia: el modelo de padre y madre y la educación que ellos dan influirán mucho en nuestras respuestas de adulto. Por ejemplo, un hijo consentido tiene muchas posibilidades de ser un gran egoísta, como bien nos indica la Biblia: «El muchacho consentido avergonzará a su madre» (Proverbios 29:15).

Es curioso observar cómo el ser humano ha sentido la necesidad de dedicar determinadas fechas del año a recordar y homenajear a los miembros de la familia: el día del padre, el día de la madre, el día de los enamorados, incluso la Navidad se nos presenta como el día de recogimiento familiar por excelencia.

No tenemos nada en contra de tales celebraciones, salvo que en la actualidad están fuertemente comercializadas y sujetas a una presión publicitaria excesiva. Pero ¿no es cierto que detrás de la necesidad de estas fiestas se puedan esconder sentimientos de culpa porque durante el resto del año hemos sido egoístas? No hemos tenido las expresiones de amor adecuadas dentro de la familia. La entrega de flores, de regalos, las palabras amables y los gestos de cariño o de ternura no deberían quedar relegados sólo a unas fechas concretas. Cada día del año debería ser el día del padre, de la madre o de los enamorados. En definitiva, de la familia.

El próximo domingo veremos una segunda forma de edificar una familia en amor: las palabras.


MULTIMEDIA

Puede escuchar aquí una conferencia de Pablo Mnez. Vila sobre este mismo tema (audio, 6 Mb), titulada "La familia del siglo XXI".

O ver la misma conferencia en video (video, 74 Mb)



Artículos anteriores de esta serie:
1Ni familia `a la carta´ ni de `Disneylandia´
2Familias imperfectas pero sanas
 

 


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