En un artículo publicado en el periódico LA NACIÓN, de Buenos Aires, el 18 de febrero de 1886, Martí advierte sobre el riesgo permanente de deshumanizarse. “Un hombre –dice- no es una estatua tallada en un piso duro, con unos ojos que desean, una boca que se relame y un diamante en la pechera. Un hombre es un deber vivo; un depositario de fuerzas”.
El poeta Antonio Machado hizo doctrina de su bondad en unos versos autobiográficos:
“Yo soy,
en el buen sentido de la palabra,
bueno”.
En otros versos de memoria íntima que la canción ha popularizado por el mundo, Martí hace gala de su sencillez y pone el sentimiento humano en formas llanas y sinceras.
“Yo soy un hombre sincero
de donde crece la palma….
con los pobres de la tierra
quiero yo mi suerte echar”.
Martí sembraba generosamente los granos de su bondad hasta en los terrenos que parecían estériles.
Un orgullo humanístico más vivo lo apreciamos en el valor que concede a la amistad. “La amistad impalpable es la fuerza…. Hay que ir levantando fortaleza de cariño”, escribe a Gonzalo de Quesada el 13 de febrero de 1895. Y a Fernando Figueredo, el 15 de enero de 1892, le dice: “La amistad me premia a mi”.
“¿Hay algo más humano que la amistad sin condiciones?”, preguntaba el filósofo judío Baruch Spinoza en el siglo XVII. De la misma opinión era Martí. En el famoso poema “cultivo una rosa blanca”, que forma parte de su libro VERSOS SENCILLOS, publicado en Nueva York en 1891, Martí desgrana semilla de amistad, bondad, humanidad. Son los primeros versos que aprenden las niñas y los niños de párvulos en las escuelas de la isla hasta el día de hoy.
Primero, la suavidad y delicadeza que emanan de su corazón:
“Cultivo una rosa blanca,
en julio como en enero,
para el amigo sincero
que me de su mano franca”.
Después, compasión, generosidad, el principio evangélico de pagar con el bien que vive en nosotros el mal que otros nos causan.
“Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo,
cultivo una rosa blanca”.
Este conocido poema lo publicó Martí, como queda escrito, en 1891.
Veinticuatro años más tarde el poeta mejicano Amado Nervo escribió otra poesía de ideas y estructuras parecidas. Yo creo que Amado Nervo se inspiró en José Martí cuando compuso estos versos:
“Cuando la mezquindad
envidiosa en mí clava los dardos de su inquina,
esquivase en silencio mi planta, y se encamina
hacia más puro ambiente de amor y caridad.
¿Rencores ¡De qué sirven! ¡Qué logran los rencores!
Ni restañan heridas, ni corrigen el mal.
Mi rosal tiene apenas tiempo para dar flores,
y no prodiga savias en pinchos punzadores:
si pasa mi enemigo cerca de mi rosal,
se llevará las rosas de más sutil esencia;
y si notare en ellas algún rojo vivaz,
¡será el de aquella sangre que su malevolencia
de ayer vertió, al herirme con encono y violencia,
y que el rosal devuelve, trocada en flor de paz!”.
Uno de los grandes errores de quienes mandaban las tropas españolas de ocupación en Cuba fue no haber apreciado a tiempo las cualidades humanas de Martí. Veían en el libertador a un guerrero, a un político, a un escritor. Pero tardaron en comprender que Martí estaba llevando a cabo una revolución en la vida del hombre cubano. No sólo era una figura heroica que descollaba del resto, era también un patriota serio y humano. Con esa humanidad conquistada y filtrada en la exaltación patriótica de su espíritu.
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