CIEN AÑOS DE SOLEDAD resume en un siglo los 1.600 años de historia bíblica. García Márquez inicia su obra en un hipotético paraíso en el que “el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre” y lo finaliza en un Apocalipsis de destrucción y desolación.
Las últimas líneas de la novela dicen que “Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugados por la cólera del huracán bíblico” (página 352).
En un contexto rigurosamente apoyado en la Biblia, el narrador presenta a Macondo “podrido por la lluvia, reseco y pulverizado por la sequía y el calor”. Sólo falta el apocalíptico ángel exterminador que completará el ciclo del caos al caos.
Es entonces cuando
el monstruo del Apocalipsis desencadena su fuerza: La “potencia ciclónica arrancó de los quicios las puertas y las ventanas, descuajó el techo de la galería oriental y desarraigó los cimientos” (página 352).
No hay un solo personaje en la Biblia, conocido o anónimo, que no haya inspirado a escritores de todos los tiempos. Desde que el hombre aprendió a escribir, la figura de Adán ha constituido un motivo constante de reflexión.
En CIEN AÑOS DE SOLEDAD Adán sintetiza la acción central de la novela. Para Germán Darío Carrillo: “En circunstancias semejantes en las que Dios hiciera entrega del Paraíso a Adán, asimismo parece entregar expresamente Macondo a los Buendía”:
Escribe García Márquez: “José Arcadio Buendía soñó esa noche que en aquel lugar se levantaba una ciudad ruidosa con casas de paredes de espejo. Preguntó qué ciudad era aquella, y le contestaron con un nombre que nunca había oído, que no tenía significado alguno, pero que tuvo en el sueño una resonancia sobrenatural: Macondo. Al día siguiente convenció a sus hombres de que nunca encontrarían el mar. Les ordenó derribar los árboles para hacer un claro junto al río, en el lugar más fresco de la orilla, y allí fundaron la aldea” (página 30).
Esa aldea dada a los Buendía mediante un sueño de “resonancia sobrenatural”, constituye un símbolo del paraíso que Dios puso a disposición de la primera pareja humana.
La caída de Adán y Eva se representa en la novela por la ruina física y moral de los Buendía, especialmente en la pasión amorosa que unió a Aureliano Babilonia y Amaranta Úrsula. Los dos amantes:
“Perdieron el sentido de la realidad, la noción del tiempo, el ritmo de los hábitos cotidianos… Se revolcaban en cueros en los barrizales del patio… Amaranta Úrsula comandaba con su ingenio disparatado y su voracidad lírica aquel paraíso de desastres… Se entregaron a la idolatría de sus cuerpos, al descubrir que los tedios del amor tenían posibilidades inexploradas, mucho más ricas que las del deseo” (página 343).
La caída de los Buendía, dramatizada en Arcadio y Amaranta Úrsula, es reflejo fiel de la caída en pecado de la humanidad como consecuencia del castigo impuesto por Dios a Adán y Eva. Que García Márquez redactó este párrafo teniendo a la vista el primer capítulo de la epístola escrita por San Pablo a la Iglesia en Roma, resulta del todo evidente al comparar ambos textos.
No se agota aquí el análisis de la influencia bíblica en CIEN AÑOS DE SOLEDAD. Faltan por citar
sucesos e imágenes de claras connotaciones bíblicas, como la canastilla que simboliza la salvación del niño Moisés en las aguas del Nilo.
Fernanda, para esconder la procedencia del hijo de Meme, dice que ha sido encontrado en una canastilla. Cuando le replican que nadie la creerá, responde con sarcasmo:-“Si se lo creyeron a las Sagradas Escrituras, no veo por qué no han de creérmelo a mí” (página 256).
Están también los discos anaranjados que recuerdan las visiones de Ezequiel y otros episodios semejantes.
Igualmente podrían rastrearse las páginas de la novela a la caza de citas literales de la Biblia.
Pero a nuestro entender,
los puntos expuestos son suficientes para establecer la influencia de la Sagrada Escritura en CIEN AÑOS DE SOLEDAD. Lo cual tampoco extraña, porque desde EL QUIJOTE de Cervantes a EL PARAÍSO PERDIDO de Milton, desde LA DIVINA COMEDIA de Dante a las obras más citadas de Shakespeare, la Biblia ha venido ejerciendo una influencia permanente y de primer orden en la literatura de todos los tiempos y de todos los pueblos.
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