CIEN AÑOS DE SOLEDAD ha sido estudiado por la crítica literaria desde numerosos ángulos y facetas. Algunos especialistas han destacado las vinculaciones entre las siete generaciones contenidas en la novela y las diferentes etapas bíblicas. Germán Darío escribe: “Un análisis detenido de CIEN AÑOS DE SOLEDAD revela que García Márquez ha rastreado este paralelismo teniendo como fundamento el recuento bíblico”.
Entre quienes con más insistencia han señalado la decisiva influencia de la Biblia en la obra de García Márquez destacan Ricardo Gullón, Mario Vargas Llosa, Germán Darío Carrillo, Juan Manuel García Ramos y Benjamín Torres Caballero.
Ricardo Gullón, el excelente crítico literario ya fallecido, señala cinco grandes etapas bíblicas en CIEN AÑOS DE SOLEDAD.
LA CREACIÓN
García Márquez dice en la primera página de su novela:
“El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.
En este texto está recogida la obra de la Creación, de la que tenemos noticia completa en los dos primeros capítulos de la Biblia.
EL ÉXODO
La escapada de Moisés al desierto tras haber dado muerte al egipcio y la posterior salida del pueblo hebreo, episodios que se cuentan en el libro del Éxodo, están representados en CIEN AÑOS DE SOLEDAD por la huida de Riohacha de José Arcadio Buendía y su gente. Después de matar a Prudencio Aguilar atravesándole la garganta de una lanzada, José Arcadio Buendía no lograba tranquilizar su conciencia. Harta de verlo sufrir, su mujer, Úrsula, le dice:
“Está bien, Prudencio. Nos iremos de este pueblo, lo más lejos que podamos, y no regresaremos jamás. Ahora vete tranquilo. Fue así como emprendieron la travesía de la sierra. Varios amigos de José Arcadio Buendía, jóvenes como él, embullados con la aventura, desmantelaron sus casas y cargaron con sus mujeres y sus hijos hacia la tierra que nadie les había prometido” (página 29).
La llegada de los peregrinos a su punto de destino parece calcada del capítulo 34 de Deuteronomio:
“Una mañana, después de casi dos años de travesía, fueron los primeros mortales que vieron la vertiente occidental de la sierra. Desde la cumbre nublada contemplaron la inmensa llanura acuática de la ciénaga grande, explayada hasta el otro lado del mundo” (página 30).
LAS PLAGAS
En los capítulos 7, 8 ,9 ,10, 11 y 12 del libro del Éxodo, segundo en el catálogo bíblico, se relatan las diez plagas que Dios desencadenó para obligar al faraón de Egipto a dejar salir de sus dominios al pueblo hebreo. Aunque estas plagas se relacionan con fenómenos naturales, revisten en mayor o menor grado el carácter poderoso y milagroso de Dios.
Para Ricardo Gullón, el paralelo entre las plagas de Egipto y las plagas que padece Macondo “salta a la vista”. Macondo padece la plaga del insomnio, la plaga de las guerras civiles, la plaga del olvido, la plaga de la solapada invasión norteamericana, la plaga del banano y otras.
Dice Gullón: “La variante introducida por García Márquez no afecta a la sustancia, sino a la extensión de la condena. En la Biblia sólo son castigados los dominadores; en Macondo también los sometidos, los contagiados”.
EL DILUVIO
Aceptando el lenguaje hiperbólico de San Juan, en el mundo no cabrían los libros que se han escrito acerca del diluvio del que nos habla la Biblia en los capítulos 6, 7 y 8 del Génesis.
La inundación catastrófica que según la Biblia tuvo alcance universal duró unos 400 días, de acuerdo a los análisis más fiables que se han hecho del texto bíblico.
En
CIEN AÑOS DE SOLEDAD el diluvio azota Macondo a raíz del asesinato ordenado por la compañía bananera. No es Dios quien lo desencadena, sino el norteamericano y todopoderoso Mister Brown. Esto es, al menos, lo que cree el pueblo. Su duración sobrepasa el tiempo del diluvio bíblico, según García Márquez:
“Llovió cuatro años, once meses y dos días. Hubo épocas de llovizna en que todo el mundo se puso sus ropas de pontifical y se compuso una cara de convaleciente para celebrar la escampada, pero pronto se acostumbraron a interpretar las pausas como anuncios de recrudecimiento. Se desempedraba el cielo en unas tempestades de estropicio, y el norte mandaba unos huracanes que desportillaron techos y derribaron paredes, y desenterraron de raíz las últimas cepas de las plantaciones” (página 269).
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