«Institución de la religión cristiana», 470 años (IV)Concluida la versión definitiva de la Institución en 1559, luego de que Calvino la trabajó exhaustivamente, las traducciones a otros idiomas se multiplicaron incluso antes de dicho año. Entre 1557 y 1618 apareció desde el italiano hasta el árabe. Vimos en el artículo de la pasada semana que la primera versión castellana la llevó a cabo Cipriano de Valera, cinco años antes de publicar la revisión de la Biblia del Oso de Casiodoro de Reina. Hoy veremos la Historia de las diferentes traducciones desde 1845 hasta nuestro tiempo, incluyendo interpretaciones y visiones distintas en torno a esta obra de Calvino.
1. LAS PRIMERAS TRADUCCIONES
En 1845, la Calvin Translation Society de Edimburgo, Escocia, publicó una nueva traducción de la Institución de la Religión Cristiana de Henry Beveridge. Luego de una amplia nota introductoria que discute los pormenores, el contenido de la obra monumental de Calvino, incluso los detalles relacionados con la fecha original de aparición (debido al debate existente sobre una posible edición de 1535), y de la comparación de algunas partes del texto definitivo con el original de 1536 (con una discusión acerca de las traducciones francesas), presenta un “catálogo razonado de las primeras ediciones de la
Institución”, de 31 publicaciones, algunas de las cuales fueron revisadas por el propio Calvino o aparecieron antes de su muerte.
No obstante, el recuento abarca otras ediciones en diferentes idiomas. El propósito de este catálogo fue “hacer una considerable contribución, aunque pequeña, a la elucidación de la historia y progreso de la Reforma”.(1)
Inmediatamente después de las ediciones latinas y francesas, aparecen las traducciones a otros idiomas, la primera de las cuales fue al italiano en 1557, por Giulio Cesare, publicada en Ginebra. La siguiente es la de Cipriano de Valera, sobre cuya afinidad con Calvino escribió Manuel Gutiérrez Marín lo siguiente: “No por conveniencia, sino por pura convicción se atuvo siempre a la teología de Calvino”. Y, para objetar las opiniones de Menéndez Pelayo, en relación con la calidad de la traducción, señala: “La versión de Valera es tan elegante y pura y neta como el texto francés de Calvino”.(2) Con todo, la información que brinda el gran polígrafo católico acerca de los entretelones de esta traducción es relevante, pues menciona los nombres de los calvinistas españoles que patrocinaron su publicación desde Amberes.(3) Sobre la importancia de Valera, la conclusión de Gutiérrez Marín es muy elocuente:
Si en el campo literario labor humilde hay, es la de traductor y revisor. Cipriano de Valera cuenta, con todo su talento, entre los pacientes traductores y revisores. Pero sin él, ¿qué hubiera sido de aquella inestimable versión de la Biblia de Casiodoro de Reina? Sin él no tendríamos a mano la
Instrucción en la Religión Cristiana (
sic) de Calvino. Sin él una Historia de la Reforma en España resultaría del todo incompleta”.(4)
Las otras ediciones que consigna Beveridge corresponden al idioma inglés: una, de 1561, impresa en Londres por Reinolde Wolfe y Richard Harrison, y la otra, publicada en la misma ciudad en 1599, traducida por Thomas Norton. En el catálogo agrega varias ediciones francesas y otras alemanas, holandesas e inglesas. Y afirma: “Después de la muerte del autor, se sabe que las ediciones se multiplicaron rápidamente en casi cada país europeo y sería muy difícil enumerarlas cronológicamente hasta el día de hoy”.(5)
2. UNA VISIÓN RECIENTE DE SU CONTENIDO
Este breve panorama muestra cómo la Institución recibió una difusión envidiable en su carácter de síntesis de la doctrina cristiana de la Reforma, sin dejar de reconocer que se vino a sumar a las obras de otros dirigentes del movimiento en Europa. Sin embargo,
pocas obras puede decirse que han ejercido semejante influencia, pues en medio del fragor de la lucha, algunas de ellas ni siquiera lograron sobrevivir. Además, el ímpetu transformador que traslucen sus páginas sirvió como un intenso estímulo para que los pastores o pensadores afines a la causa calviniana (reformados o no) desarrollaran sus propias ideas a partir de ella. La forma en que muchos cristianos heterodoxos bebieron de la
Institución iluminó el camino que, en sus respectivos países, tomaron los movimientos reformadores.
Luego de su aparición, la Institución de la Religión Cristiana de Juan Calvino ha sido leída, interpretada y comentada desde múltiples puntos de vista, de modo que existe toda una historia en este sentido. Denis Crouzet, profesor de La Sorbona, uno de los biógrafos más recientes de Calvino,(6) ha hecho un magnífico resumen del contenido y resonancias de esta obra. Según él, con la
Institución, Calvino trató de testimoniar, en medio de la urgencia y la impaciencia, “una verdad fijada en sí mismo”. Se trataría de un Calvino que relata su historia, pero que no desea convertir su aventura en centro y que elige humildemente la vía de la enseñanza de “algunos rudimentos, mediante los cuales, quienes serán tocados por alguna clase de afecto bueno hacia Dios, serán instruidos en la verdadera piedad”.
Las 516 páginas, en pequeño formato, que salieron de las prensas de Baltasar Lasius y Thomas Platter tradujeron, en opinión de William J. Bouwsma, “la persistencia del ideal humanista” expresado en la palabra
Institutio,(7)
siendo también, según Crouzet, un desafío al
Enchiridion, la obra más célebre de Erasmo de Rotterdam. Calvino es el “abogado de una causa justa que no es sólo la suya: es la causa común de todos quienes, ‘gentes sencillas’, conocen la doctrina de Dios; es la causa de Cristo”.(8) Además, se trata de un “diario indirecto” de alvino, en el sentido de que allí plasmó “la vida de un cristiano regenerado en Cristo”. Es algo así como un inventario teológico y existencial de una vida que progresivamente encontró en la reforma y transformación de la fe y de la Iglesia su razón de ser más profunda. La
Institución, así, debe ser leída como la bitácora de un corazón sincero que, paso a paso, entendió que lo único verdaderamente importante era rendir la gloria a Dios en todas las áreas de la vida.
Es allí adonde Calvino comienza a preocuparse, también, por las complicadas relaciones entre la Iglesia y el Estado, que en su época tenía el rostro de los monarcas absolutistas. A su poder, el reformador francés comenzó a oponer la lógica de una fe invasiva, tal como se aprecia en la respetuosa pero enérgica epístola al rey Francisco I, en donde lo invita a colaborar en la obra reformadora.
No hay que olvidar que la primera respuesta “oficial” a la versión francesa del libro fue la condena unánime del Parlamento de París en 1542. La
Institución, finalmente, “es la obra de un profeta en el sentido de que es la enseñanza de la verdad de la voluntad divina”.(9) Después de todo, en palabras de Crouzet, Calvino se había unido a “una guerra por Dios”, luego de reencontrar el amor divino.
(1) H. Beveridge, “Appendix to introductory notice”, en J. Calvin, Institutes of the Christian Religion. A new translation. Edimburgo, The Calvin Translation Society, 1845, p. lvii.
(2) M. Gutiérrez Marín, introd. y sel., Historia de la Reforma en España. Barcelona, Producciones Editoriales del Nordeste, 1973, pp. 44-45.
(3) M. Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles. Erasmistas y protestantes. Sectas místicas. Judaizantes y moriscos. Artes mágicas. México, Porrúa, 1982 (“Sepan cuantos...”, 370), p. 292.
(4) M. Gutiérrez Marín, op. cit., p. 47.
(5) H. Beveridge, op. cit., p. lxviii.
(6) D. Crouzet, Calvino. Trad. de I. Hierro. Barcelona, Ariel, 2001. El título original en francés es Calvino: vidas paralelas.
(7) Cit. por D. Crouzet, op. cit., p. 105.
(8) Ibid., p. 105.
(9) Ibid., p. 110.
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