La política en el Antiguo Testamento (III)En esta tercera y última parte del acercamiento histórico-literario a la política en el Antiguo Testamento veremos –como en el artículo del domingo pasado- dos apartados. En primer lugar a la literatura sapiencial, son su sublimación del ideal monárquico. En segundo lugar. La literatura apocalíptica, que aporta un desengaño político impenitente.
1. LA LITERATURA SAPIENCIAL: LA SUBLIMACIÓN DEL IDEAL MONÁRQUICO
Dos ejemplos de esta literatura pueden servir para explicar cómo abordó el horizonte sapiencial la cuestión política. El salmo 72 es un poema sapiencial referido a la figura del rey ideal. Tiene la forma de una plegaria que solicita justicia permanente para el ejercicio del poder: ésa es la palabra clave desde la introducción. La segunda parte se dirige en segunda persona al rey y expresa el deseo de que su dominio perdure. La tercera incluye un panorama geográfico sobre la expansión del reino y apunta hacia el reconocimiento y servicio de las demás naciones. La siguiente subraya la intervención del rey a favor de los pobres mediante la lucha institucional contra el engaño y la violencia, y concluye con una afirmación que bien vale la pena citar:
“Y la sangre de ellos [del pobre y el necesitado]
será preciosas ante sus ojos” (v. 14b). Esta observación tan diáfana lleva a su culminación, en un estadio bien determinado de la historia de pueblo, el concepto de gobernante derivado de la necesidad imperiosa de rebasar las prácticas autoritarias de los pueblos circundantes, algo que, desgraciadamente no se cumplió en muchos episodios. Finalmente, se anticipan las glorias futuras de un monarca que actúe según la voluntad divina.
El otro caso es el Eclesiastés, el cual, como han demostrado Ellul, Brueggemann y Elsa Tamez, manifiesta un profundo desengaño por la época que refleja, caracterizada por el abandono de las esperanzas. Brueggemann escribe al respecto: “Creo que el talante de hastío, saciedad, aburrimiento y vanidad que se refleja en dicha literatura responde a la situación salomónica. En la medida en que refleja una situación de alineación, el Eclesiastés está probablemente hablando de una situación parecida a la salomónica”.[1] Ellul, a su vez, señala la cínica crítica política que lleva a cabo el libro, pues el propio Salomón (
alter ego del autor) dice que el poder es “vanidad y persigue viento” y discierne el mal que vendrá más tarde: la burocracia, además de que retoma con virulencia el proceso contra cualquier forma de dominio y observa que el poder político tiene espías por todas partes.[2]
2. LA APOCALÍPTICA: EL DESENGAÑO POLÍTICO IMPENITENTE
Estricta contemporánea de la literatura sapiencial, la apocalíptica muestra cómo, simultáneamente al sentimiento de hastío y “horizontes cerrados” (Tamez) la alternativa de la resistencia no desapareció, sino que al contrario, al ser testigos del derrumbe de la monarquía y de la anomia en que se sumió Israel luego del exilio babilónico, los esfuerzos épicos de reconstrucción no satisficieron a porciones de la población que dejaron de creer en la política como vía para relanzar el proyecto original surgido del éxodo. Ahora, lo único que les quedaba era la posibilidad de proyectar e imaginar, mediante símbolos escatológicos, la intervención definitiva de Dios para “corregir” el rumbo de la historia. De esta manera, los documentos apocalípticos no constituyen un abandono o rendición de la fe ante los hechos consumados, pues más bien representan el esfuerzo de la fe para resistir en la esfera que el realismo de la política no había sometido aún.
Se trataba de resistir desde una espiritualidad simbólica que fue capaz de generar todo un imaginario en el que Yahvé derrotaba definitivamente a sus adversarios. El
pequeño rebaño o remanente fiel se refugió en la fe que encontraba e interpretaba los nuevos sucesos históricos como signos de una intervención cataclísmica que no tardaría en ocurrir. El desencanto político no les quitó la esperanza, al contrario, ante coyunturas políticas inéditas (sustitución de una dictadura pagana por otra judía, bandas de guerrilleros violentos, conflictos entre nuevos dirigentes, etcétera), se anunció el
fin del mundo al mismo tiempo que la venida de un Mesías que pondría orden y restablecería el reinado de Dios.
Así concluye Ellul: “Las dos corrientes [la violenta y la pacífica] negaban cualquier valor al Estado, a la autoridad política y a su organización”.[3] En este ambiente fue que apareció Yehoshua ben José, un profeta apocalíptico campesino de Galilea.
[1] W. Brueggemann, La imaginación profética. Trad. de J. García-Abril. Santander, Sal Terrae, 1986 (Presencia teológica, 28), p. 44.
[12] J. Ellul, Anarquía y cristianismo, pp. 72-73.
[3] Ibid, p. 76.
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