Algunos autores, y especialmente el católico Stanley L. Jaki, se han preguntado
por qué la ciencia moderna nace en el mundo europeo occidental cristiano, cuando hubo otros “inicios” en otras culturas anteriores. Sin entrar en lo mucho o poco que esos inicios “fracasados” hayan podido contribuir a “nuestra” ciencia moderna occidental, la verdad es que muchos historiadores de la ciencia reconocen la influencia que el cristianismo (o “la matriz cultural cristiana”) tuvo, ya desde la edad media hasta el siglo XVIII, en los orígenes de la ciencia moderna. Una pregunta que podría formularse es si la ciencia habría podido surgir SIN el cristianismo.
La realidad histórica es que surgió EN una cultura cristiana; pero aunque algunas ideas fundamentales como la desacralización, racionalidad y ordenación de la naturaleza y la capacidad humana para conocerla tienen una clara relación con la cosmovisión cristiana, es posible concebir que esas ideas pudieran surgir también en otras culturas. Afirmar que la ciencia moderna no habría llegado a existir nunca sin el cristianismo sería tal vez ir demasiado lejos…
En cualquier caso, lo que pregunta Manuel es de cara al futuro, ¿puede sobrevivir la ciencia sin el cristianismo?
Creo que ahí también hemos de ser autocríticos. El cristianismo aportó mucho “ideológicamente” a la ciencia; pero la ciencia no necesita un sostén continuo por parte del cristianismo. Siempre y cuando las premisas que he indicado antes, sobre la forma en la que vemos a la naturaleza y al ser humano, se acepten, la ciencia será posible, con independencia de la fe y las ideas del científico. Y precisamente esa es la situación ahora. Hoy hay mucha gente, que sin ser cristiana, sin siquiera planteárselo, acepta que la naturaleza sigue un orden y que nosotros podemos penetrar en ese orden. Y por eso a la ciencia contribuyen hoy muchos más no cristianos que cristianos (no sólo por los muchos agnósticos y ateos que hay hoy en el mundo occidental post-cristiano, sino también por los muchos indios, chinos, japoneses, etc que practican la ciencia “occidental”, y se adhieren a las más variadas ideas religiosas). Esto no debería sorprendernos ni disgustarnos.
En el fondo, deberíamos sentirnos orgullosos de que algo a lo que hemos contribuido, como la ciencia, haya llegado a su mayoría de edad, haya tenido tanto éxito, y ya no necesite de nosotros. En ese sentido, las ideas de ese “radicalismo cristiano” que llevó a la ciencia moderna, según decía el físico von Weizsäcker(4), han llegado a ser hoy día aceptadas por todos, hasta el punto de que ya ni se percibe su sabor cristiano. Eso debería ser motivo de orgullo, al igual que nuestra influencia cristiana (y también la específicamente protestante) en la separación iglesia/estado, la abolición de la esclavitud, las formulaciones actuales de los derechos humanos, o la misma idea de democracia…
Por ello la ciencia podrá seguir su andadura en el futuro donde quiera que sus reglas de juego se acepten. Ahora son mucho más fáciles de aceptar, porque hay tantos precedentes de éxito en la ciencia, que hacen de su aceptación algo mucho más fácil que hace cinco o diez siglos. Por todas estas razones
soy optimista respecto del futuro de la ciencia. Muy profundo (y teórico) tendría que ser el relativismo para que nuestra sociedad abandonase el cultivo de las ciencias. Y, en cualquier caso, aunque sea sólo por el interés tecnológico (que no decae sino que va en aumento) la ciencia seguirá siendo cultivada. Una pena que no sea por sus valores propios; pero al menos la ciencia se ha creado un seguro de vida mediante la tecnología (que interesa a sectores mucho más amplios de la sociedad que la ciencia pura y más teórica).
Pero hay otra lectura de la pregunta de Manuel. Si es que lo entiendo bien, podría referirse al carácter ético de esa ciencia del futuro: ¿la debilitación del cristianismo, producirá cosas indeseables en el futuro? Esto es ya más específico y supone ponerse a adivinar el futuro. En cierto sentido, sin embargo, la respuesta puede que la tengamos en el pasado. Aunque hemos discutido mucho aquí sobre la ciencia del siglo XVII y la confesionalidad de sus practicantes, el panorama cambió mucho en los siglos siguientes, y en el siglo XX ni católicos ni protestantes se puede decir que sean mayoritarios (ni siquiera juntos) entre los científicos occidentales. El siglo XXI es posible que no sea muy diferente en algunas cosas al anterior y, por el momento, esa debilitación de la influencia cristiana entre los científicos no parece que vaya a cambiar (aunque los científicos cristianos están cada vez más organizados y más interconectados).
¿Y qué nos ha deparado la ciencia del siglo XX? Pues en cierto sentido lo mismo que la de otros siglos: una mezcla de lo mejor y lo peor. Hemos visto aparecer la penicilina y la bomba atómica, la guerra química y la vacunación masiva, el agujero de la capa de ozono y el desarrollo de internet. ¡Qué decir! La orientación ética que pueda dar el cristianismo (cuando se aplica genuinamente en el espíritu de Cristo, y no se pervierte para justificar cruzadas, inquisiciones, esclavitudes o apartheid) es algo que va más allá de la ciencia.
Creo firmemente que la ciencia no nos dará la orientación ética para su uso. Ningún libro de ciencia puede decir si debemos apretar el botón o no del holocausto nuclear, si debemos seguir quemando nuestros combustibles y seguir vertiendo todo tipo de basuras al mar, la tierra y el aire, o cómo debemos considerar y tratar a un embrión humano. Y todavía más difícil, la ciencia no nos dirá si debemos invertir en un programa más agresivo de erradicación de la malaria o estudiar a fondo alguna de las lunas de Júpiter en busca de posible vida presente o pasada.
Si el cristianismo no influye en las respuestas a estos y otros muchos dilemas, otras religiones o ideologías lo harán, pero eso no es un problema de la ciencia, es un problema que tiene que ver con la capacidad de la iglesia para impactar nuestra sociedad. Y eso es un desafío para nosotros. Permítaseme aquí enlazar con la siguiente sección (final) de este artículo: si queremos llegar a nuestra sociedad, no podemos pasar por alto la ciencia.
Y por eso, debemos hacer nuestros “deberes”, conocer bien la ciencia, saber apreciarla y también criticar con base lo que sea criticable; pero sobre todo, no cometer errores de bulto que escandalicen a nuestros contemporáneos y socaven nuestra credibilidad, que es lo que creo que ocurre con el tema de los orígenes.
Debemos, en una palabra, “normalizar” las relaciones de la iglesia cristiana y la ciencia.
No quiero mezclar los temas, por lo que no entraré en detalle en el asunto del “diseño inteligente”.
Para mí, como para muchos científicos (tanto creyentes como no), el problema del “diseño inteligente” es que no constituye una teoría científica, ni plantea ninguna pregunta “científica”. No estoy de acuerdo en que la ciencia deba abrirse a todo, por eso tampoco los científicos nos abrimos a la astrología, por mucho que respetemos a sus practicantes y seguidores. Se trata de otra cosa distinta de la ciencia, a pesar de la abundante propaganda que el “diseño inteligente” hace en los medios evangélicos, y que tiene nula repercusión fuera de nuestras iglesias.
Estoy cansado de leer grandilocuentes frases como que lo que el “diseño inteligente” plantea es un nuevo paradigma científico (cosa que el “creacionismo científico” ya decía de sí mismo hace varias décadas), que el darwinismo y la evolución están en crisis y a punto de desaparecer (también esto se nos viene diciendo desde principios del siglo XX) y otros disparates que sólo los escucho en las iglesias. Siento decir a mis hermanos que, de todo esto, no se sabe nada en ninguno de los laboratorios del mundo que he visitado y en los que he trabajado. Ninguna crisis sobre la evolución se divisa en las varias docenas de revistas de Biología y Genética cuyos índices electrónicos recibo. Cualquiera que tenga unos mínimos estudios de ciencias sabe esto y no sé por qué nadie lo ha dicho públicamente en el entorno eclesial evangélico español (¡tal vez sea yo, que no lo he oído!).
Sí, hermanos, el “emperador” del creacionismo científico de los años 60 y el “diseño inteligente” de los 90 “está desnudo”: no tiene ninguna publicación científica en revistas científicas profesionales que los respalden.
En los medios científicos NO hay debate sobre estas ideas porque NO HAY NADA sobre lo que discutir, son sólo palabras que se venden bien entre los creyentes porque están “diseñadas” para sonar bien a nuestros oídos; pero no tienen ningún sustento científico. Y los hechos no se pueden cambiar con palabras. Uno de los padres del “diseño inteligente”, Michael Behe (biólogo católico, por cierto) cada vez acepta más y más conceptos de la evolución. Es más, él mismo afirma que no tiene problemas en aceptar la antigüedad del universo propuesta por el modelo del Big-bang o que todos los seres vivos (incluyendo el ser humano) tienen un antepasado común. Idea, esta última, que la secuenciación del genoma humano ha sacado a la luz de manera obvia, como el propio líder del proyecto público de secuenciación del genoma humano, el protestante Francis Collins, ha puesto de relieve (postura que comparte con gran número de científicos evangélicos de otros países, como los representados en las sociedades: American Scientific Affiliation [EE.UU.], Christians in Science [Reino Unido], Réseau des Scientifiques Evangéliques [Francia] o Christians in Science and Technology [Australia]). Para datos y referencias de todo esto, pueden verse los primeros artículos del 2008 en Tubo de Ensayo.(5)
Autor: Pablo de Felipe es doctor en Bioquímica, investigador, escritor y profesor de Ciencia y Fe en el Seminario SEUT
1) X. Manuel Suárez. Ciencia y cosmovisión: el debate César Vidal / Pablo de Felipe. Protestante Digital 362 (2010)..
2) César Vidal. Protestantismo y revolución científica. Protestante Digital 340 (2010)..
3) Pablo de Felipe. En busca del “origen” de la ciencia. Protestante Digital 360 (2010). Pablo de Felipe. Buscando la “huella protestante” en la ciencia. Protestante Digital 361 (2010).
4) “[...] el concepto de leyes matemáticas exactas de la naturaleza, débilmente presente en el pensamiento griego, alcanzó un poder mucho más convincente gracias al concepto cristiano de creación. Creo, pues, que constituye un don del cristianismo al pensamiento moderno. Ahora vemos que ese don se usa contra la religión, de la que procede. Y ese asesinato del propio padre con el arma heredada de él se hace cada vez más ingenuo. Kepler fue un sincero cristiano que adoraba a Dios en el orden matemático del mundo. Galileo, y aún más Newton, que era más religioso, fueron sinceros cristianos interesados en la obra de Dios. [...] será bueno ver que el árbol del que ha salido esa nueva semilla trashumante de la ciencia, es el árbol del cristianismo; fue un como radicalismo cristiano lo que hizo que la naturaleza, entendida antes como casa de los dioses, pasara a entenderse como el reino de la ley.” Carl F. von Weizsäcker (1966). La importancia de la ciencia. Labor, Barcelona, p. 112.
5) Pablo de Felipe. Diseño inteligente y alternativa apologética en la ciencia. Protestante Digital 246 (2008). Este artículo continua en los siguientes cuatro (todos en 2008).
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