Él, con su larga experiencia de haber escrito crónicas y artículos que incomodaron, o francamente molestaron a personas y/o instituciones de distinto tipo, me dijo que de haber querido el amenazante, y quienes protegieron su acción de intimidación verbal, hubiesen llevado su acción a la agresión física con graves consecuencias para mí. Sus palabras me ayudaron a clarificar la situación, a ponerla en perspectiva y pasar con un poco más de tranquilidad mi primera experiencia de recibir improperios directos por algo escrito en mi carrera periodística. Días después le agradecí su acompañamiento de aquella jornada nocturna, su calidez y comprensión manifestada en nuestra charla telefónica a menos de una hora de haber sido intimidado.
Cinco años antes del episodio narrado, en el marco del Segundo Simposio Internacional sobre el Protestantismo Evangélico en América Latina y el Caribe (19-22 de octubre de 2004), en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, los participantes fuimos hospedados en el mismo hotel. Además de coincidir en las sesiones de trabajo, compartimos mesas y sobremesas en el hermoso patio colonial acondicionado como restaurante. Allí charlamos largamente con Carlos y el doctor
Samuel Escobar Aguirre, invitado a dar un ciclo de exposiciones sobre el desarrollo y tendencias del protestantismo latinoamericano.
En esas gratificantes y ricas conversaciones participaron
Carlos Mondragón, Alfredo Echegollen, Obed Arango, Fernando Pérez, Barbara Byer, Juan Merlos, entre otros, y este cronista. Fue muy aleccionador seguir los diálogos entablados por Monsiváis y Escobar. Unas semanas más tarde, ya en la ciudad de México, el escritor mexicano me compartió elogios al libro de Samuel Escobar que había leído con particular atención después de haber conocido personalmente a su autor. La obra a que se refirió fue
Changing Tides: Latin America and World Mission Today (Orbis Books, 2002). Ya antes Monsiváis había tenido la oportunidad de conocer otros libros de Samuel porque Mondragón y yo se los hicimos llegar, entre ellos
La fe evangélica y las teologías de la liberación (Casa Bautista de Publicaciones, 1987).
Durante nuestros desayunos hacia finales del 2008 y los efectuados en el 2009, casi siempre en un restaurante cercano a la casa de Monsiváis, vimos cómo iba mermando su salud. A Mondragón y a mí nos compartió que muy a su pesar estaba, por prescripción médica, pasando algunos fines de semana en Cuernavaca, ciudad cercana al Distrito Federal y cuyo clima cálido y seco debía contribuir a mejorar su estado físico.
La ocasión en que nos acompañó
Gustavo Cajica, que preside la editorial que lleva el apellido de él y de su fundador, José, el padre de Gustavo, logré obtener de Carlos Monsiváis su anuencia para la segunda edición de
Protestantismo, diversidad y tolerancia, a cuya primera edición ya nos hemos referido anteriormente. Él estuvo de acuerdo en que yo adicionara textos de su autoría publicados antes y después del 2002, año en que la Comisión
Nacional de los Derechos Humanos publicó la versión inicial del volumen. También concedió que los textos recogidos en la nueva publicación ya no pasarían antes por su escritorio, porque, le comenté, no queríamos correr el riesgo de que al no resistir la tentación de revisarlos y reescribirlos, el libro quedase en proyecto irrealizable. Me miró y sonriente dijo que siguiéramos adelante. Gustavo se fue muy contento porque él sería el editor del libro.
Doy un salto en el tiempo para evocar nuestra última escena de amistad con Monsiváis. Tuvo lugar en su casa, el 6 de noviembre de 2009. Era casi medio día y nos encontramos a un Monsiváis sentado, en una de las salas de su casa, con una pila de DVD´s a un lado y papeles y libros que no dejaban espacio en la extensa mesa donde se asomaba la pantalla de una computadora. Nos recibió muy afectuosamente y quiso que le pusiéramos al tanto de nuestros planes para el 2010, sobre libros a publicar y conferencias por ser organizadas.
Se notaba muy cansado. En las casi dos horas que permanecimos con él estuvo auxiliado para respirar por un pequeño tanque de oxígeno. La sonda iba del aparato a su nariz, y no desconectó aquella durante todo el tiempo que Carlos Mondragón se la pasó videograbando la conversación de las cuatro personas que nos apretujamos entre tantos libros: el videoasta, Monsiváis,
Oscar Jaime Domínguez y quien trae a la memoria la escena.
Su prima, asistente y administradora,
Beatriz Sánchez Monsiváis, me comentaría después que Carlos no había permitido a nadie que lo videograbara ni fotografiara conectado al tanque de oxígeno. Que no obstante su necesidad del aparato respirador, cuando llegaban reporteros de medios impresos o televisivos, él hacía grandes esfuerzos y se sentaba frente a sus entrevistadores sin el instrumento que coadyuvaba a sus fatigados pulmones. Nuestras fotografías y video con Monsiváis de ese día quedan en nuestro archivo personal, no van a trascender al público.
En la ocasión nos obsequió la segunda edición, sustancialmente ampliada, de su libro
Los mil y un velorios. Crónica de la nota roja en México. La obra inicia con tres epígrafes: uno de
Elías Canetti, la cita bíblica de
Génesis 4:9-10 (
“Y Dios dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y el respondió: No sé; ¿soy yo guarda de mi hermano? Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de tu hermano clama a mí desde la tierra”), y una cita de
C. S. Lewis (“Nunca me dijeron que el dolor fuese tan parecido al miedo”). Su dedicatoria en mi ejemplar fue muy generosa, al leerla quedé conmovido.
El libro de mi autoría, que se encuentra en prensa, y se titula
James Thomson: un escocés distribuidor de la Biblia en México, 1827-1830; del que le hice un resumen en una de nuestras llamadas telefónicas, está dedicado a Carlos Monsiváis. El texto ya había sido terminado cuando él estaba hospitalizado, inconsciente y con visitantes restringidos al círculo familiar. Ya no fue posible que él supiera que el volumen lleva impresa la frase “A Carlos Monsiváis, asiduo lector de la Biblia”.
Concluyo con unas líneas del propio Carlos, que él redactó ante la realidad de ver irse a personas queridas y vitales en la historia personal: “Los amigos muertos son el diálogo incesante y la melancolía de las conversaciones pendientes”, amén.
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