No reconozco la tele de toda la vida, cuando tenías que esperar a una hora concreta para ver dibujos animados o un refrito de noticias del corazón. No es que fuera mejor, es que el zapeo duraba poco. Ahora los dibujos salen en Clan, en Ping, en Disney así, alocados y non stop. Y el corazón ya no es rojo y acolchado; ahora salpica también a todas horas, con la cara de Jorge Javier perdonando vidas o la de Kiko insultando a Matamoros (o al revés, ya no sé), mientras unos señores engominados me quieren convencer que con Franco se vivía mejor (Intereconomía es una mina).
Hace unos días, al regresar de vacaciones, de repente el mando se volvió loco y, como un mensaje de esos antiguos de “Permanezcan atentos a sus pantallas”, apareció un aviso que me alertaba de la necesidad de resintonizar. Es decir, de descubrir qué nuevas sorpresas nos aguarda en la galaxia de la TDT. Como quien abre un paquete el día de su cumpleaños, espero con ansia que finalice esa búsqueda.
El regalo: llegar a los 70 canales (en tiempos de Mayra Gómez Kemp eso no pasaba), entre los que descubro la MTV (que sí, que la venden como algo revolucionario, cuando es una cadena de videoclips y realities horrendos que ya casi ni sirve para amenizar gimnasios), Boing (el canal infantil que lanza Tele 5, donde espero que no salga la hija de Belén Esteban)
y, atención hombres machotes: Nitro, una cadena de nombre explosivo y dirigida a ese público masculino ávido de acción (eso dicen ellos). En apenas dos semanas la cadena (vinculada a Antena 3, por cierto) ha conseguido superar el 1% de share, algo que puede sonar residual, pero que es todo un éxito en esa fragmentación total de la oferta de la pequeña pantalla (o grande, que sin un plasma-LED-XXXXL ya no eres nadie, amigo).
¿Y cómo lo ha superado? ¿Con una programación propia de calidad? Digamos que Nitro, precisamente, no ha servido para dar trabajo a demasiados periodistas (profesión en vías de extinción y con una agonía plagada de precariedad, hipotecas y visitas al Lidl más barato de la ciudad), ya que se nutre, en un 90%, de una decena de series. Sí amigos, lo peor es que es una cadena-trampa en este sentido: es decir, que
no ofrece nada nuevo, pero nos regala series en plan canal nostalgia vintage (
Los vigilantes de la playa, la de rescatadores cachas de bañistas,
Pacific Blue, la de polis cachas en bici, y hasta
Expediente X, una especie de precuela de
Bones pero con temas paranormales), otras en plan series más
recientes pero qué buenas eran (los casos adrenalínicos de Jack Bauer en
24 o los del magnífico Jack Malone en
Sin rastro), además de otras, que no conozco pero que suenan más que bien, como
Rush o
Life on Mars.
El 10% restante de la parrilla lo llenan con ese fabuloso engendro de videos que tanto nos gusta a los hombres:
Impacto Total (y sin necesidad de profesionales del periodismo, aunque al fin y al cabo el video más reciente debe ser del 2002: o sea, el
refritismo elevado a la enésima potencia).
Impacto Total nos puede amenizar cualquier momento del día con eso, tan masculino, de carreras de la Nascar que acaban con un coche espachurrado; de toros que arremeten furibundos con un mozo en las fiestas cutres de cualquier pueblo de nuestro civilizado país; de esquiadores fuera pista que se descalabran montaña abajo; de un jinete en un rodeo de Las Vegas que sale por los aires, o de coches tipo ranchera que, en cualquier carretera de Detroit o Seattle, escapan de la policía mientras un helicóptero filma toda la escena. Pura masculinidad, oigan.
Parecerá, pues, que critico el nacimiento de la cadena, pero ellos saben que caeré en sus redes en más de una ocasión. Y en parte, gracias a la programación más “elaborada” de la hermana mayor, Antena 3, o de sus vecinas de mando, de las que huyo como la peste.
Hay quien ya analiza las estrategias de las cadenas para dar personalidad propia a cada uno de sus canales, pero todo es una gran mentira. A nadie le importa. El único objetivo es arañar décimas de share, encarecer el coste de la publicidad, disponer de la plantilla lo más corta posible y pasar olímpicamente de cualquier atisbo de servicio público o de calidad.
El problema (y ellos lo saben) es que pueden llenar con lo más barato y sencillo: las series. Y el problema es que, entre ellos un servidor, hay público que preferirá adentrarse en los recovecos de
Sin rastro o hasta en las correrías playeras de David Hasselhoff, antes que desesperarse ante la bilis
intereconómica, la bazofia de las dos grandes privadas, los
callejerismos que no conocen la palabra ética de Cuatro o los hoteles caros, las casas caras y las señoras caras de la Sexta.
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