El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
La persona y obra de Jesús producen polarización, al ser recibida por unos y rechazada por otros.
“Vemos a personas que han seguido a Cristo, y ha sido gracias a un himno”, nos cuenta Elisabet Suárez, integrante del coro desde sus comienzos en 1974.
El verdadero deleite del necio es hacer ostentación de sí mismo, siendo su protagonismo personal la auténtica razón que lo mueve y el nombre de Dios su utensilio para conseguirlo.
La Biblia ha venido guiando la historia desde el principio del tiempo, venciendo tormentas de odio, apaciguando tempestades de controversia, llevando la civilización a tierras extrañas y la paz a hogares civilizados.
El necio ya lo es, aun antes de menospreciar el consejo. En cambio, el prudente llega a serlo porque primero ha aprendido a guardar la corrección.
La acción del envidioso es taimada y astuta, solapadamente maquinada, para acabar con aquel al que envidia.
Dios “nos confirmará hasta el fin, para que seamos irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesús Mesías”. Sea eso lo que sea, así es para nosotros.
Las estrellas tienen que nacer, producir elementos pesados y luego morir para que estos elementos puedan utilizarse para formar planetas, y luego tienen que pasar unos cuantos miles de millones de años antes de que la vida llegue hasta nosotros.
La lisonja, que es el halago interesado, procede del hombre malvado, cuya intención termina siendo dañina para aquél hacia quien va dirigida.
En esta obra nos proponemos meditar sobre la vida y la obra de Jesús en base a los cuatro evangelios canónicos siguiendo un orden cronológico, siempre que esto sea posible.
No es nuevo este afán de medrar a costa del mal ajeno.
Cuando en verdad se ama, en primer lugar, se ama lo próximo.
Si, incluso, hasta el concepto de verdad se puede debatir, eso significa que somos la civilización más pobre que ha existido.
¿Te ha transformado esta verdad, o sigues fuera del Reino de Dios aunque sepas como llegar?
El acto ha tenido lugar en el marco de la celebración del XXXII Sínodo de la IEPE. Sólo es un episodio más de lo que Dios está haciendo en España.
La verdad última es teológica, no filosófica. Cuando el cristianismo reconoce que Jesús es la Verdad (Juan 14:6), relativa al relativizador y busca la trascendencia de ese Dios infinito que se revela en lo personal.
Los recuerdos se diluyen con sabor a nostalgia.
Por medio de la predicación del evangelio, la acción del “Espíritu de verdad” estuvo, está y estará encaminada a convencer del pecado de no creer que Jesús de Nazaret es el Hijo del Dios viviente; y por otra, a creer y poner la fe en aquel a quien “Dios ha hecho Señor y Cristo”.
Nunca, hasta ahora, se había publicado un libro tan exhaustivo sobre un tiempo esencial y decisivo en la trayectoria de Dylan como este “Slow train coming. Bob Dylan y la cruz de Jesús”, de Ana Aréjula y Luis Lapuente.
Los vaivenes socio-religiosos que dieron origen al movimiento valdense, así como a otros grupos heterodoxos durante la Edad Media fueron reconstruidos de manera extraordinaria por Malcolm D. Lambert, profesor de la Universidad de Bristol.
Los llamados hijos de Dios necesitamos al “Espíritu de verdad” para, mediante su obra santificadora ser limpiados de toda mentira y frente al poder de la mentira y el engaño, adoptar la más firme actitud de rechazo.
El Movimiento Lausana celebra su 50º aniversario con un encuentro virtual que ha reunido a cientos de líderes de todo el planeta. Convicción, fe y unidad son los ejes clave para continuar con la obra.
Este movimiento global, que comenzó en 1974 en Lausana, Suiza, con el liderazgo de Billy Graham y John Stott, ha tenido un impacto significativo en la evangelización mundial.
El orden de la creación, el de los días o períodos en que se crea el universo, la Tierra, los mares y aparecen los continentes, las plantas, los animales y el propio ser humano, coincide sorprendentemente con lo que hoy han descubierto las ciencias experimentales.
Un poema de Salvador Rueda. (Selecciona Isabel Pavón)
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