Estas fechas pueden ser abrumadoras, pero también es el “estiércol” del que brotarán cosas hermosas. Por todo lo que ves, sientes y experimentas hoy, da gracias.
Foto: [link]Alex Shute[/link], Unsplash CC0.
Para la fe cristiana comienza el tiempo de Adviento, el camino que abre la esperanza y prepara el corazón para recordar la celebración del nacimiento de Jesús.
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Un nacimiento que a menudo queda oculto bajo un envoltorio navideño de luces, colores, fantasía e ilusiones que poco tienen que ver con el mensaje profundo que dejó aquel Niño.
Es demasiado fácil dejarnos llevar por lo superficial de una Navidad comercial, más orientada al consumo que a la transformación interior.
Una Navidad que, paradójicamente, puede generar separación y distanciamiento, contradiciendo aquellas palabras evangélicas de “paz a los hombres de buena voluntad”.
Además del notable aumento de los precios en estas fechas, muchos descubren que las circunstancias personales resultan difíciles de sobrellevar.
No todo en la vida es agradable; para algunos, el bullicio navideño se atraganta en medio del caos de su existencia. Hay ingredientes dolorosos que, si no se gestionan, pueden enquistarse durante años y convertirse incluso en motores silenciosos de nuestra vida.
Entre ellos, el duelo, la tristeza y la adversidad.
Gestionado desde la fe cristiana, se vive lejos de la desesperación por la ausencia de un ser amado. Podría decirse que el duelo es el “impuesto” inevitable que pagamos por amar y ser amados.
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La profundidad de nuestro luto es proporcional al nivel de conexión que tuvimos con quien ya no está cerca, ya sea por muerte, separación, distancia o desamor.
Las lágrimas derramadas son un tributo honesto y tangible del dolor del alma. La fe ilumina ese dolor y lo transforma en gratitud: mientras lamentas la ausencia, agradeces por el tiempo compartido.
Es, en el fondo, maravilloso haber tenido a alguien cuya ausencia vale la pena sentir y echar de menos .
El nacimiento de Jesús inaugura una nueva era para el ser humano y nos invita a aceptar la tristeza como parte natural de la vida. No es malo estar triste; lo terrible es permanecer siempre en ese estado.
La nostalgia nos recuerda que el corazón, aunque roto, sigue latiendo. Nuestra capacidad de ser heridos es señal de que las cosas nos importan profundamente.
En un mundo a veces traicionero, la tristeza no es poca cosa: en ella puede haber una catarsis que da vida. Tus lágrimas no son solo dolor; también son un testimonio de que sigues aquí.
Agradece entonces estar vivo, aun con lágrimas y heridas.
En tiempos de crisis, el ser humano activa recursos interiores que a menudo permanecen ocultos en etapas de tranquilidad. Basta pensar en cómo, ante una emergencia, somos capaces de encontrar fortaleza y solidaridad que no imaginábamos tener.
Así también ocurre con nosotros: hay lecciones que solo aprendemos atravesando dificultades, riquezas interiores que solo afloran en el crisol ardiente de la adversidad. Incluso en la lucha, en esas profundidades de batalla, estás siendo renovado.
Aprende la lección y aprovecha la oportunidad para cultivar gratitud.
Estos días puedes estar experimentando circunstancias que parecen indignas de agradecimiento, pero intenta agradecer de todos modos.
Sí, estas fechas pueden ser abrumadoras, pero también es el “estiércol” del que brotarán cosas hermosas. Sigue adelante. Por todo lo que ves, sientes y experimentas hoy —incluso aquello que es realmente difícil—, da gracias.
Ese es, en esencia, el espíritu del Adviento. El espíritu de Jesús.
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