El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Una crónica del 50 Aniversario Iglesia de Amara-San Sebastián, celebrado los días 6 al 8 de diciembre. Por Lourdes Otero.
Iglesias AITA (Amara, Irún, Tolosa y Azpeitia) en la celebración del 50 aniversario.
Celebrar cincuenta años de historia no es solo mirar atrás, sino reconocer con humildad que cada paso de este camino ha sido sostenido por la misma mano: “Hasta aquí nos ayudó el Señor”. Con ese espíritu se celebró el 50 Aniversario de la Iglesia Cristiana Evangélica de Amara acompañada por las iglesias A.I.T.A. (Amara, Irún, Tolosa y Azpeitia). Una celebración que combinó historia, gratitud, memoria compartida y una profunda enseñanza bíblica centrada en la fidelidad de Dios.
La historia de esta obra empezó oficialmente en 1975, pero su orígen data de unos años antes, en 1973, con la llegada de Juan y Melinda Miller, junto a su hija Rebeca. En colaboración con Evangelismo en Acción, los Miller retomaron los contactos y el trabajo previo de los misioneros Gary Davis y Jaime Fasold.
En aquellos primeros años las campañas evangelísticas y los estudios bíblicos en casas, fueron dando fruto: personas que conocían a Cristo, una fe que maduraba y una pequeña comunidad que empezaba a tomar forma. En septiembre de 1975 se compró el local de la Plaza Armerías y el 8 de diciembre de ese mismo año abrió oficialmente la iglesia.
Poco después llegarían Manuel y Pili Corral; y en 1980, Rogelio y Paula Prieto. También ese año, gracias al testimonio público de la iglesia en el Día del Libro en la plaza Gipuzkoa, Jaime Ardiaca y Loly Esteban conocieron el evangelio y comenzaron un camino que los llevaría a estudiar teología en IBSTE y a formar parte fundamental del futuro de Amara.
[photo_footer]Los Miller y los Corral junto con otros hermanos.[/photo_footer]
La obra creció y se extendió:
Cincuenta años después, la obra continúa extendiéndose por Guipúzcoa, y la familia de iglesias A.I.T.A. es hoy una realidad: unidas, diversas y conscientes de que quedan muchos pueblos por alcanzar.
Uno de los momentos especiales de la celebración fue una entrevista a los líderes de las iglesias AITA: Amara, Irún, Tolosa y Azpeitia. Un acróstico providencial: en euskera, aita significa padre.
Un nombre que se ha convertido en una declaración teológica: un mismo Padre ha guiado, corregido, sostenido y hecho crecer a sus hijos en estos lugares.
[photo_footer]Equipo pastoral de las iglesias AITA.[/photo_footer]
Durante la celebración también se proyectaron varios saludos que llenaron de cariño y reconocimiento este aniversario. En primer lugar, envió unas palabras Felipe Redondo, presidente de COHAES, a continuación Mark Grotte de la Iglesia Crossroads en Seattle. Seguidos por los mensajes cercanos de Jaime y Carolina Fasold.
También se sumaron Rogelio y Paula Prieto, y finalmente Jeff y Mary Shadowen, quienes expresaron su afecto y su gratitud por el testimonio y la trayectoria de la iglesia en Amara.
Cada intervención recordaba lo mismo: Dios no es injusto para olvidar la obra de amor de los suyos. Muchos rostros, muchos nombres y muchas manos han edificado esta historia. Y todos ellos fueron recordados con gratitud.
José Luis Núñez, anciano de la iglesia de Amara, abrió este momento tan especial recordando que, en la Biblia las genealogías están por algo y los nombres propios son importantes. Y con esta sensibilidad presentó a Benjamín Martín, uno de los testigos directos de los comienzos a través de Evangelismo en Acción.
Benjamín habló con ternura, afirmando que, antes de que muchos llegaran a servir como equipo, “esto ya brillaba en el corazón de Dios”.
Recordó a los dos hombres que marcaron su vida: a su padre, Francisco Martín, en lo pastoral; y a Juan Gili, en el evangelismo. Evocó la llegada de aquel grupo de cincuenta jóvenes de la iglesia de la calle Maragall (Barcelona) que, en los últimos años de la dictadura, recorrieron San Sebastián evangelizando con una valentía que aún hoy conmueve.
Con voz firme y corazón agradecido, Benjamín resumió todo con una frase: “La obra es de Dios, pero nosotros somos sus instrumentos”. Y añadió que, incluso antes de la inauguración oficial de 1975, “ya había iglesia”.
[photo_footer]Recordando los comienzos.[/photo_footer]
A continuación se proyectó un vídeo muy emotivo de Melinda Miller, viuda del misionero Juan Miller, quien junto a su hija Becky llegaron a San Sebastián en 1973 apoyados por CAM Internacional y Evangelismo en Acción. Melinda leyó pasajes de los diarios de Juan, donde relataba los primeros pasos de la obra: el acto público del 13 de abril de 1973, las proyecciones de películas como herramienta evangelística y el inicio de pequeños grupos que se reunían allí donde se abrían puertas.
Volvió a traer a la memoria la campaña de jóvenes de 1974, cuando los cincuenta jóvenes de Maragall se instalaron en el camping de Igueldo para evangelizar la ciudad. Tras la partida de estos jóvenes, las reuniones continuaron en la casa familiar de los Miller, en el barrio del Antiguo. Melinda cerró su saludo con una frase que atraviesa toda esta historia como un hilo de oro: “Unos siembran, otros recogen, pero la obra es de Dios.”
El testimonio continuó con Manuel Corral, quien llegó en 1975 junto a su esposa Pili y su hijo Daniel, enviados por Juan Gili. Llegaron al campo que otros ya habían labrado.
Recordó que, en aquellos años, “iniciar una iglesia en San Sebastián era muy difícil; entonces todo resultaba sospechoso”. Opositó para policía local y aprobó, lo cual le permitió sembrar el evangelio entre sus propios compañeros, entre ellos Alfonso Morcillo, asesinado por ETA en 1994.
Manuel relató cómo recorrieron la provincia predicando y repartiendo evangelios, acompañados por hermanos como José Luis Zumeta, Ángel y Pedro San Martín, entre otros. En Tolosa conocieron a Ramoni Amondarain.
Compartió emocionado que la época más feliz de su vida fueron los quince años vividos en San Sebastián. Una de las cosas que hacían para evangelizar era colocar mesas de libros. Un año, en los bajos del ayuntamiento, a una de esas mesas se acercó un joven llamado Jaime Ardiaca…
El propio Jaime Ardiaca, pastor desde 1990 hasta 2022, tomó la palabra y describió tres etapas en la vida de la iglesia:
1. Etapa de oposición (interna y externa) Años marcados por pruebas profundas. El local llegó a ser precintado y la iglesia tuvo que reunirse para orar en la plaza. El asesinato de Alfonso Morcillo también dejó una herida que tardó en cicatrizar.
2. Etapa de consolidación Marcaron un proyecto de crecimiento basado en el libro de Nehemías. Se fortaleció la predicación expositiva, el discipulado y la vida comunitaria.
3. Etapa de expansión Un crecimiento que Jaime describió como “claramente sobrenatural”: adquisición de nuevos locales, avance misionero y varias encomendaciones: Jaime y Loli (1989), Roger y Xiomara (2018) y Borja y Zuriñe (2022). Mencionó también la formación de las iglesias AITA: 1992: Irún, 2014: Tolosa y 2015: Azpeitia. Y destacó los factores que han dado forma al ADN de Amara: un liderazgo amplio y servicial, una visión compartida, la participación activa de la iglesia y una transición pastoral sana basada en el trabajo en equipo.
Jaime cerró recordando la esencia que sostiene toda esta historia: “Unos han plantado, otros han regado, pero el crecimiento lo ha dado el Señor.”
La sesión concluyó con un mensaje de Borja Ascondo, pastor desde 2022, quien resumió la responsabilidad presente con tres verbos que marcarán el camino por delante: honrar el pasado, administrar el presente y preparar el futuro.
Quizá una de las imágenes más entrañables, y que difícilmente se borrará de nuestra memoria, fue el momento en que más de cincuenta niños llenaron el escenario, desde los pequeños en brazos hasta los preadolescentes que ya van encontrando su lugar en la iglesia.
En Amara, cada año los propios músicos componen una canción lema, y en esta ocasión los niños cantaron uno de esos lemas de años anteriores. Su voz tierna y alegre, recordó que esta iglesia siempre ha sido una comunidad con muchos niños, y que esa realidad no es solo una bendición, sino también una responsabilidad. Verlos allí, celebrando junto a toda la congregación, fue como contemplar la promesa viva de las generaciones que vienen detrás: un recordatorio precioso de que la fidelidad de Dios no solo se honra mirando al pasado, sino confiando en lo que Él seguirá haciendo en ellos y a través de ellos.
La iglesia de Amara siempre ha tenido un marcado ADN misionero. A lo largo de los años ha orado, acompañado y sostenido a diversos misioneros, entendiendo que la misión no es una actividad periférica, sino parte esencial de su identidad espiritual. Semanalmente se celebran cultos dedicados específicamente a orar por las misiones, y existe incluso un grupo de oración dedicado exclusivamente para interceder por quienes sirven en distintos lugares del mundo.
Dentro de este énfasis, destaca de manera muy especial la figura de Ana Roteta, cuyo testimonio ha inspirado a generaciones en la iglesia. Postrada en una silla de ruedas debido a una tetraplejia, conoció al Señor en medio de su fragilidad. Lo que parecía un límite insalvable, Dios lo transformó en un ministerio fecundo: comenzó escribiendo cartas, animando a misioneros, preocupándose por sus necesidades y llevando su carga en oración, acompañada de su esposo Joserra. Con el paso del tiempo, aquel pequeño acto de fidelidad se convirtió en un pilar del ministerio misionero de la iglesia. Su tetraplejia no le impidió extenderse hacia adelante, sino que Dios la usó para abrir caminos que hoy siguen dando fruto.
El tiempo dedicado a las misiones en la celebración del aniversario fue especialmente emotivo. Varios misioneros enviaron saludos por vídeo, recordando el acompañamiento fiel de la iglesia durante años. Participaron Jeff y Mary Shadowen, Guillermo y Rosa Mari Roop, Hadasa, Jassej y Lusana, y Pablo y Ana Nieto, quienes fueron parte de los inicios de este ministerio misionero tan querido. Sus palabras reflejaron gratitud, compañerismo y el privilegio de servir sabiendo que una iglesia ora por ellos.
[photo_footer]Equipo de oración por misiones.[/photo_footer]
La participación de Pablo Martínez en este 50 aniversario tuvo un significado especial para la congregación. Aunque no es miembro de Amara, mantiene desde hace décadas un vínculo cercano con la iglesia, a la que ha visitado en numerosas ocasiones y con la que ha compartido ministerio, amistad y caminos de fe. Por ese motivo, priorizó estar presente en esta celebración histórica, acompañando a la iglesia durante todo el fin de semana.
Sus intervenciones formaron un hilo continuo, una invitación profunda a mirar hacia atrás con gratitud, hacia dentro con honestidad y hacia adelante con confianza. A través de varios pasajes clave de la Escritura, trazó un mapa espiritual que ayudó a la congregación a reflexionar sobre quiénes somos, cómo estamos llamados a vivir y hacia dónde caminamos como iglesia.
En su primera exposición, Pablo se situó en el Salmo 126, un texto que respira memoria y esperanza. “Los que siembran con lágrimas, con regocijo segarán”. Desde ahí recordó que la historia de una iglesia nunca es solo la suma de esfuerzos humanos, sino el testimonio permanente de la fidelidad de Dios. Tres palabras guiaron su mensaje: celebrar, recordar y agradecer. El recuerdo, dijo, puede quedarse en nostalgia o convertirse en autocompasión. Pero cuando se une a la gratitud, renueva el alma y devuelve la perspectiva correcta: “Grandes cosas ha hecho el Señor con nosotros”. Definió el pecado como “una incurable adicción al ego”, que solo encuentra tratamiento en la redención. Y señaló que la historia de una iglesia no es la historia de sus capacidades, sino la historia de la gracia de Dios actuando en vasos frágiles. Aunque el motivo de la reunión era el aniversario, recordó que el centro siempre es Dios: “Dad la gloria a Dios y las gracias a los hombres”.
En su segunda enseñanza, habló de los Salmos 103 y 104 como “el ático y el sótano” de la existencia: lugares de luz y de sombra, de descanso y de lucha. La vida del creyente se mueve entre ambos, y por eso la Escritura presenta el acto de recordar como una disciplina espiritual central.
Desde el Salmo 103 destacó bendiciones fundamentales: el perdón que restaura, la sanidad bajo el gobierno de Dios, el rescate del hoyo —antes y después de la conversión— y la gracia, el hilo que sostiene la vida. Subrayó que algunas dimensiones de la gracia solo se entienden y se experimentan plenamente en comunidad.
En Romanos 12, Pablo trazó un retrato práctico de la vida cristiana: Santidad: vivir a contracorriente, como los salmones que suben río arriba. Comunidad: un cuerpo donde la gracia abunda más que el pecado. Tal y como dijo, la iglesia no es una comunidad donde escasea el pecado, sino una comunidad donde abunda la gracia. También advirtió del individualismo: “Cada uno en su casa y la casa de Dios vacía”, citando la denuncia de Hageo (1:4), tristemente vigente hoy. Amor ágape: un amor sin máscaras, que busca hacer el bien. Perdón y reconciliación: la paz requiere dos partes, pero el perdón solo una. Este mensaje dialogó de forma especial con la memoria de la iglesia, marcada por experiencias de dolor, acompañamiento, pérdida y restauración.
Su última exposición fue una llamada a seguir corriendo con perseverancia. Inspirándose en Hebreos 11 y 12, recordó la necesidad de tener modelos —bíblicos y humanos— que muestren cómo vivir con fe en lo cotidiano. Invitó a correr ligeros de equipaje, soltando pesos que no vienen de Dios; a perseverar, entendiendo que la carrera cristiana dura toda una vida; y a mantener los ojos fijos en Jesús, “como los caballos con orejeras”, sin distraernos por lo que ocurre alrededor.
El mensaje final se centró en la confianza citando a su padre, José María Martínez: “La fidelidad de Dios en el pasado es la base de nuestra confianza para el futuro.”
La celebración terminó con un culto el último día en el local de la iglesia. Los ancianos compartieron un tiempo de reflexión sobre el pasado, el presente y el futuro de la congregación, cerrando así el hilo temático que había atravesado todo el aniversario.
A continuación se dio paso a la lectura de cartas enviadas por hermanos y comunidades de distintos lugares: Marín, Almería, Barakaldo, Burgos, Zaragoza, Hal Lehman (Fellowship of evangelical churches), así como mensajes de entidades como Fondevan. En la carta enviada desde Zaragoza, destacó la nota final de Jonatan Corral, hijo de Manuel Corral, quien escribió unas líneas llenas de cariño y gratitud para la iglesia en la que nació, creció y dio sus primeros pasos en la fe. Sus palabras resonaron en muchos, recordándonos que la historia de una iglesia también se escribe en los corazones de quienes, aunque hoy viven lejos, siguen sintiéndose parte de ella.
[photo_footer]Piedra conmemorativa del aniversario.[/photo_footer]
La jornada se completó con saludos presenciales de hermanos que viajaron para acompañar a la iglesia en esta celebración desde Zaragoza, Ares y Sevilla, un recordatorio vivo de que el impacto de Amara alcanza mucho más allá de su propio barrio.
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