El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
La escuela de la gracia nos proporciona herramientas para que ser una persona altamente sensible se convierta en un don de valor incalculable.
Debemos de ser personas de acero en cuanto a nuestras convicciones, nuestras creencias, nuestras expresiones y nuestras luchas; pero a la vez suaves como el terciopelo, en toda nuestra esencia, nuestro ser.
Texto publicado por primera vez en enero de 2006.
Nuestras obras sociales, nuestras iglesias, el mundo en general, necesitan de personas que se tomen en serio el trabajo de concienciación y sensibilización social que solamente tendrá éxito, si se hace desde la coherencia del ejemplo.
La misericordia nos ancla al prójimo, a ser las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor.
Cuando nos fijamos solamente en el Dios trascendente, en el Jesús glorificado y sentado a la diestra de Dios, mucho de lo humano, también se podría perder.
El seguidor del Maestro, no puede tener un alma sorda, ni unas manos insolidarias, ni unos pies que no estén prestos a acudir allí donde se da ese grito.
Algunas palabras, las buenas, no deberían ocultarse nunca, sino proclamar a todas horas que Aquel que es la Palabra se hizo Hombre y vivió entre nosotros lleno de amor y de verdad.
Los valores cristianos son de acogida, dignificantes, solidarios y justos. ¿Por qué no nos esforzamos más en sacarlos a la palestra pública?
Existen señales más hondas, más íntimas, que regulan el buen funcionamiento del tráfico cardíaco correspondiente a la felicidad y el amor, no podemos obviarlas.
Estamos llamados a arropar, a proveer, a llevar allí donde no hay.
Pude observar como el alma de mi amiga traía enganchada tres arañas espirituales con el espeluznante propósito de ir rodeándola con sus hilos y destruirla poco a poco.
¡Misericordia, misericordia!, sería la palabra base de su teología.
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