El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
La dimisión sistemática de los valores cristianos de la vida pública y privada en Europa lo ha convertido en un árbol que parece que está bien, pero por dentro está podrido y hueco.
La iglesia evangélica contemporánea agoniza porque ha dejado de creer en el poder que la Palabra de Dios tiene para dar vida espiritual, y en lugar de predicarla se dan testimonios o consejos terapéuticos de autoayuda.
La pobreza está detrás de la explotación sexual que sufren miles de personas. Sophia Loibl lo sufrió en su propia experiencia y hoy impulsa un centro de acogida y rescate en Bangkok, una de las capitales de esta forma de esclavitud.
La comunidad cristiana que llama a su pastor tiene la obligación de velar por él también, y en esa obligación el pastor debe de rendir cuentas ante quien se debe, que es su iglesia.
El caso del pastor Atilano Coco fue el detonante para que Miguel de Unamuno actuara de manera diferente.
Una de las experiencias más hermosas de exponer las Escrituras cada domingo es ver la eficacia del poder de la Palabra transformando vidas, familias, y aun barrios enteros –redimiendo, en efecto, nuestra comunidad.
Si el oyente piensa que la autoridad es el predicador y no la palabra de Dios, entonces el oyente buscará seguir al predicador y no a la palabra de Dios.
Un 0%, según los datos de las encuestas, dedican a la preparación del mensaje más de 8 horas de su tiempo semanal; sólo un 9% dedica entre 6 y 7 horas a dicha preparación, mientras que la inmensa mayoría dedica menos tiempo a tan primordial tarea.
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