El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Lo primero que hace el Espíritu de Dios al llenar nuestra vida es irradiar amor. Hacia dentro de nosotros y de nosotros a los demás.
Jesús llora al ver la tristeza de sus amigos. Nuestras lágrimas conmueven el corazón de Dios.
Nadie contrata obreros enfermos. A nadie se le ocurre incorporar a su equipo a personas aparentemente inútiles. ¿A nadie?
El poder no tiene ningún sentido cuando estás destruyéndote a ti mismo.
La gracia y el amor trastocaron el mundo de todo un imperio.
En nuestro mundo la razón se establece por el número de personas que se adhieren a una idea, sea justa o no.
El Salvador crucificado parecía representar para muchos la derrota más humillante, pero significó para la humanidad una victoria eterna.
Dios nos dejó infinitas maneras de divertirnos y sentirnos aceptados sin tener que caer en la destrucción.
Mucho se ha escrito sobre el poder de las palabras, no sólo de lo que decimos sino también sobre cómo lo decimos.
La propia sociedad se irá fragmentando en discusiones y luchas sobre razones y culpas, y si nosotros no somos integradores, derrochando gracia a todos, no tendremos futuro.
Sea cual sea la situación que atravesamos, Dios no nos abandona.
Hemos perdido de vista que Dios no ama el sistema, sino a cada persona en particular.
El desafío es que podamos tomar la iniciativa para ser personas en las que se pueda confiar.
Tenemos que confesar nuestra culpabilidad de no saber agradecer a quienes arriesgan su vida por nosotros.
¿Nos hemos parado a meditar y orar sobre dónde estábamos y hacia dónde íbamos?
De Bernabé aprendemos que vale la pena dar oportunidades y acompañar a otros en su camino de crecimiento.
Dedicamos nuestro programa 7 Días a conversar con Jaime Fernández, afectado por la Covid-19 y ya recuperado.
La esperanza que Dios nos da es definitiva, fiel, confiable, total, indudable e invencible.
Si no leemos la Biblia, quedamos desprotegidos ante cualquier idea que pueda parecer buena sin serlo.
El odiado virus nos está haciendo pensar en lo realmente importante que nosotros pensábamos que era accesorio.
Dios nos ama tal como somos.
Hemos caído en la trampa de creer que lo que merece la pena son los objetivos, los números, las actividades...
Las bendiciones dan vida, las maldiciones la quitan.
¿Qué pasaría si todos nos diéramos cuenta de que lo más importante en la vida es ser nosotros mismos, y no tanto llegar a ser el número uno en algo?
Estas circunstancias nos hacen reconsiderar nuestro camino y desafía nuestro orgullo.
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