El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
La verdadera Iglesia de Jesucristo está siempre preocupada y sufre por la maldad del mundo, vive acongojada ante el dolor que causa tanto pecado y tanta rebeldía a Dios.
No se puede decir que la sequía fue la causante de la situación, pero desde luego es un factor importante.
Las bienaventuranzas se oponen a casi todos los valores convencionales del mundo antiguo, tanto del judío como del griego o el romano, pero también de la sociedad occidental contemporánea.
“Aceptar lo que dicen los científicos sobre el cambio climático y entender que otras especies tienen valor para Dios es una amenaza para nuestro estilo de vida tan egoísta”, piensa David Bookless, miembro del cuidado medioambiental NGO A Rocha.
Más de 170 líderes del país envían una carta a Obama respaldando un plan para reducir las emisiones de dióxido de carbono en las centrales eléctricas.
La comisión de seguimiento del Plan Urbanístico hace una modificación sorpresa el día antes de aprobarse. El cambio elimina la posibilidad de construir viviendas y aumenta el techo hotelero y comercial hasta 600.000 m2.
Jesús les mandó apartarse y tomar asiento a unos metros de distancia, pues era gente que olía a problemas.
La encíclica critica con dureza el sistema económico impulsado por el capitalismo feroz que daña la naturaleza, y por tanto, a los seres humanos más débiles.
La Iglesia de Inglaterra vende, por 16,3 millones de euros, las participaciones en compañías que basan su negocio en los combustibles fósiles.
Mientras mantienen su condición, los verdaderos discípulos de Jesucristo benefician a la humanidad y al medio ambiente; caso contrario, se asemejan a la sal que ha perdido todo su valor y es pisoteada.
Según la tesis doctoral de Steven Van den Heuvel, la teología de Dietrich Bonhoeffer nos puede decir mucho sobre cómo los cristianos deberían cuidar el medioambiente.
El rey David era un hombre conforme al corazón de Dios; sin embargo, porque el Espíritu se lo reveló vio que su condición era la de todo pecador común que necesita ser limpio; entonces pudo clamar: “Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve.”
Los pies del evangelista Lucas echaban sus raíces en el suelo sin dejar por ello de mirar al cielo.
Jesús no vino a aparentar nada ni hizo jamás distinción entre personas, y seguía un principio que sigue hoy también: visita y atiende a quien le abre su casa, su corazón.
Raramente se escucha a alguien quejándose por no poder llorar; más común es escuchar frases hechas blandidas cual verdades absolutas que no dejan bien a los que lloran. Sin embargo Jesús sorprendió a sus discípulos afirmando: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.”
Uno de cada siete habitantes del planeta vive en la indigencia. Los seis restantes: ¿son todos ellos responsables por igual de esta cruel realidad? Las bienaventuranzas enseñan que el Señor Jesucristo otorga el Reino de los cielos a los pobres. ¿Qué recompensa reciben los que no son pobres?
Los que reciben la doctrina de Cristo sufren algún tipo de discriminación, dependiendo de la cultura donde vivan. También sufren persecuciones, encarcelamientos, torturas y muerte a manos de los poderosos de turno. Todo ello por no negar el nombre de Jesucristo bajo ninguna circunstancia1.
Los cristianos tenemos una doctrina del cuidado de la creación que debemos empezar a tomar en serio.
Por razones históricas, el paganismo se asocia siempre con la superstición. Se ve como un fenómeno rural, propio de sociedades primitivas, que desconocen la existencia del único Dios.
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