Nos toca defender y reivindicar nuestros valores y creencias, y hacerlo con valentía.
Desde el Grupo de Trabajo de Familia de la Alianza Evangélica Española hoy nos toca celebrar más que nunca el Día Internacional de la Familia. El año 2020 cierra la primera generación del nuevo milenio, los primeros 20 años se despiden con un nuevo paradigma mundial que tendrá que ser reinterpretado en la siguiente generación.
Los “estados de alerta” causados por situaciones tan graves como la que vivimos, aceleran los procesos sociales, de tal forma que ciertas decisiones de carácter económico, político o social, que en situaciones normales tardarían años en aprobarse, son legitimadas en cuestión de días. Por eso hoy el matrimonio natural y la familia es el blanco que se quiere abolir en aras de un modelo de estado que cada vez limite más nuestras libertades y asuma competencias que siempre fueron privativas de la esfera familiar. Tal es así que la reclusión al ámbito familiar provocada por la pandemia, puede ser aprovechada por algunos gobiernos, para sobredimensionar los casos de la mal llamada “violencia de género”, esgrimiendo así otra excusa razonable para contribuir a la mencionada abolición del “modelo patriarcal y obsoleto de la familia tradicional”, tal y como los detractores del orden natural catalogan a la familia.
Por todo ello, no podemos ser ajenos a la dura realidad que nos toca vivir en una sociedad donde el matrimonio, la familia y la paternidad/maternidad, no sólo son contempladas como aspiraciones desfasadas y anacrónicas, sino que son opciones que abiertamente se combaten desde las nuevas estructuras de pensamiento, como impedimentos para el nuevo “modelo social” a conseguir en el siglo XXI.
Atrás quedaron los tiempos de sanas tradiciones, donde la familia seguía siendo la institución que aglutinaba y daba sentido de dinastía e identidad generacional. Hoy vivimos tiempos complicados donde los pilares de la civilización occidental están siendo removidos, las bases judeocristianas de Europa y Occidente en general están siendo negadas, mientras los conceptos de la modernidad líquida, el transhumanismo y la posverdad, están contagiando las políticas sociales de la mayoría de nuestros países. La decadencia de nuestra cultura se sucede a marchas forzadas, la familia en muchos casos es vista sólo como un residuo de épocas pasadas, y la maternidad es contemplada por una gran parte de las nuevas generaciones, como algo obsoleto que hay que superar para que la mujer no quede relegada “al papel opresor de simple reproductora”.
Como seres relacionales necesitamos formar parte de redes o sistemas donde poder desarrollar relaciones significativas que otorguen sentido a nuestras vidas. Por ello el valor social de la familia es innegable, constituye la célula básica de la sociedad y el primer marco relacional de todo ser humano. Su trascendencia es absoluta pues en ella las personas adquieren las claves formativas con las que tendrán que desarrollarse en sociedad. Todos los conceptos y pautas para que un ser humano se desarrolle emocionalmente equilibrado, tanto en su mundo interior como en su red social de relaciones, se aprenden en el contexto de la familia, hasta tal punto que podemos afirmar que la familia, como extensión natural del matrimonio, es el destino de la persona. La primera y principal imagen que los niños tienen sobre cómo funciona el universo es su hogar, su familia. Ese es el ámbito en el que se forman sus conceptos de realidad, amor, responsabilidad, y pautas de comportamiento social.
Sin embargo la desintegración de la familia y la nula valoración del concepto de matrimonio son una triste evidencia de un modelo social que hace agua por todas partes. Ahora estamos recogiendo los frutos amargos y podridos de una siembra donde no se plantaron los conceptos troncales de la educación (valores, normas, afectividad, disciplina). Vivimos en una sociedad donde hemos “roto la baraja” en todos estos aspectos de una ética normativa, la apertura hacia los derechos del “individuo” ha restado valor al concepto de compromiso y entrega, como consecuencia, el matrimonio y la familia, son las primeras víctimas de esta sociedad líquida y mutante más preocupada en los derechos personales y aun en el adoctrinamiento de nuestros hijos, que en la búsqueda de relaciones estables y significativas. Hasta hace unas décadas, el enfoque de la sociedad era familiar, pero desde que los conceptos del marxismo cultural y la modernidad líquida entraron en escena, el enfoque es al individuo, desde el egoísmo, el hedonismo y la independencia.
Es evidente, frente a un ataque tan directo y frontal, que hay que defender y reivindicar nuestros valores y creencias, y debemos hacerlo con valentía. Hoy más que nunca nos toca reivindicar el papel de la FAMILIA, su valor innegable, la inmensa bendición de la maternidad, de los hijos, de nuestro rol de padres como formadores de hogar, de la herencia generacional y de seguir escribiendo nuestra propia historia en clave familiar. A esto nos obliga moralmente el Salmo 11 que en su verso 3 dice: “Si fueren destruidos los fundamentos, ¿qué ha de hacer el justo?”, asimismo Hebreos 12:12 dice: “Levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas y haced sendas derechas para vuestros pies”. Ya no podemos ser espectadores pasivos en una actitud conformista. Este es el principio de la “oracción” pues “las manos caídas” nos habla de acción, y “las rodillas paralizadas” nos habla de oración.
El psiquiatra Pablo Martínez comentaba hace poco, que dos de las grandes anclas que sustentan la estabilidad del ser humano son la verdad y la esperanza. Así es, ya que las dos únicas instituciones capaces de transmitir ambos valores son por este orden, la familia y la iglesia. Ya lo estamos viendo, la familia está siendo el refugio “obligado” para todos, pues dónde más seguros estamos es en nuestro nido social de referencia. Por eso los cristianos de cualquier apellido, tenemos ahora los tiempos propicios, siendo los únicos capaces de lanzar los salvavidas de la verdad y la esperanza frente a una sociedad “obligada y sensibilizada” a indagar en el verdadero sentido de la existencia, pues cuando llegan las pruebas, personificadas hoy en el virus y sus consecuencias globales, son estas las que nos detienen en una especie de “selah impuesto”, cumpliéndose la Palabra de Romanos 8:28 “Y sabemos que a los que aman a Dios, TODAS las cosas ayudan a bien”.Ha tenido que irrumpir en escena un agente biológico en forma de virus para hacernos entender el valor de la familia como refugio seguro, ese es nuestro mayor activo y el único lugar donde protegernos, para poder empezar de nuevo. Si hace unos meses nos hubieran dicho que los mensajes de todos los gobiernos del mundo, se iban a resumir en este slogan “quédate en casa” jamás lo hubiéramos creído. Por eso hoy, en el día internacional de la familia, nos toca reivindicar el lugar que esta ocupa como garante de la sociedad, pues todas las involuciones defendidas por políticas sociales influenciadas por la ideología de género, sobre la negación de la biología más elemental, todas sus imposiciones a la libertad de conciencia y de expresión, y todas sus restricciones a la plena potestad de los padres en la educación de sus hijos, acaban en un ataque frontal a este organigrama biológico básico, el que nos ha protegido física y emocionalmente como especie, y el que constituyendo el principal nido social de referencia, nos forma la personalidad y nos da sentido de identidad arraigo y pertenencia: la FAMILIA.
Por todo ello y desde la reflexión que hoy hacemos en el día internacional de la familia, no queremos que termine el año, y la mencionada primera generación del milenio, sin expresarnos. De forma que anunciamos, para el día 24 de octubre, la celebración de una Consulta Global sobre la Familia, pues es imperativo que de dicha consulta se elabore un comunicado sobre la situación actual de la familia, que desde la Alianza Evangélica Española ofrezca propuestas a la altura de los difíciles tiempos que corren.
Puedes encontrar más información en la web de la Alianza Evangélica.
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