No se trata de que pensemos igual, pero sí de que pensemos juntos; cuando entendemos esto, el amor tiene todas las posibilidades de éxito.
Abordamos ahora el tema de las diferencias de género conscientes de que es un área en la que dependiendo del enfoque que planteemos, podremos entender dichas diferencias como un obstáculo o como un complemento. Asimismo estamos convencidos de que el potencial de calidad en la convivencia matrimonial, depende justamente de la diversidad y características diferenciales entre el hombre y la mujer. Somos seres relacionales, y en base a Gn.2:18 “no es bueno que el hombre esté solo”, deducimos que el ser humano no fue diseñado para vivir en soledad, somos seres gregarios y nos necesitamos, un hombre o una mujer solo pueden alcanzar su plenitud como seres humanos en relación y convivencia con otros, necesitamos un “tu” que nos haga conscientes de nuestro “yo”, pues el auténtico capital de los hombres y las mujeres está en las relaciones y no en las posesiones, como esta sociedad se empeña en postular.
Dentro del ámbito de las relaciones interpersonales el mayor potencial se da en el matrimonio donde se debe buscar el grado máximo de compromiso e intimidad siendo muy conscientes de que habrá riesgos a superar pues las diferencias de género requieren ajustes, lo cual, dicho sea de paso, implica TRABAJO. Los hombres y las mujeres están en el mismo mundo pero lo perciben todo de forma muy diferente, somos física, biológica y culturalmente diferentes, si conociéramos nuestras diferencias naturales, se evitarían muchos conflictos y tensiones en el matrimonio. Esperamos que el sexo opuesto sea como nosotros, piense, sienta y perciba como nosotros, y eso es imposible. SOMOS DIFERENTES. Por tanto un reconocimiento y un respeto de esta realidad diferencial, ha de servir para reducir notablemente las chispas con el sexo opuesto. Cuando el hombre y la mujer aprenden a respetarse, conocerse y complementarse en sus diferencias, el AMOR AGAPE tiene muchas posibilidades de éxito.
Partiendo de la base, ya explicada, de que somos diferentes pero complementarios, vamos adelante con la siguiente ilustración que nos ayuda a entender esta idea de “complementariedad”:
Cuando llega el mes de Octubre y el frío del otoño comienza a sentirse, los erizos se preparan para hibernar durante varios meses hasta la llegada de la primavera. Los latidos de su corazón se ralentizan enviando menos sangre al cuerpo para minimizar sus funciones vitales, lo cual produce una bajada de su temperatura corporal. Para compensar dicha pérdida de calor los erizos se juntan uno al otro para proporcionarse el mayor abrigo posible. Pero los erizos poseen poderosas púas que recubren su cuerpo por lo que dependiendo de cómo se acoplen, al juntarse pueden hacerse mucho daño o pueden darse el calor que necesitan.
En el matrimonio pasa algo parecido, dependiendo de cómo nos acoplemos a nuestra pareja, podemos darnos calor (emocional, afectivo…) o podemos hacernos mucho daño (enfrentamiento, tensiones) Las púas del erizo representan en la pareja las diferencias que dependiendo de cómo se aborden, pueden llevarnos a la complementariedad o al enfrentamiento.
Aunque determinadas corrientes pretendan hacernos creer que somos iguales y que el género es una construcción social y no genética, la realidad es que hombres y mujeres pertenecemos a mundos opuestos en lo que se refiere a cosmovisión, talante ante la vida, respuestas emocionales, etc. El psicólogo John Gray plasmó de forma acertada el tema de las diferencias de género en su best seller “Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus”, abriendo un tema al escenario público, que hoy bastantes años después sigue siendo de máxima actualidad.
Nuestro posicionamiento parte de la base de que el género va unido al sexo, es decir que el sexo (hombre, mujer) con el que nacemos, determina nuestro género (masculino, femenino), esto es justificable para nosotros desde el punto de vista biológico, pero sobre todo desde el punto de vista teológico (Gn.1:27 “varón y hembra los creó”). Este es el orden natural con el que Dios nos formó (la creación de la mujer como complemento ideal y ayuda idónea) por tanto cuando hablamos de diferencias de género nos referimos exclusivamente a las que se dan en los dos únicos géneros con los que podemos nacer: masculino y femenino. Por otro lado debemos aclarar que abordamos el tema de las diferencias de género circunscribiéndolo al ámbito del matrimonio heterosexual (hombre y mujer), monogámico (con un solo hombre o una sola mujer) y con vocación de permanencia (hasta que la muerte nos separe), que es el único modelo de matrimonio en el que creemos y donde las diferencias de género adquieren su máximo potencial de complementariedad.
Ya lo hemos mencionado, el matrimonio es la unión de dos personas con distinto trasfondo, cultura, personalidad, gustos, preferencias, etc. , somos diametralmente opuestos y a menos que conozcamos nuestras diferencias para saber cómo acoplarnos, estas pueden avinagrar el matrimonio y destruirlo. Cuando elegimos pareja, lo hacemos siempre buscando en ella aquellos rasgos que nosotros no tenemos, es decir aquellas características que nos complementan (“si yo soy callado e introvertido”, mi tendencia será buscar a alguien “hablador y extrovertido”) de esta forma se pretende que equilibremos nuestras tendencias y nos beneficiemos mutuamente de nuestros puntos fuertes. Sin embargo son precisamente esas diferencias “complementarias” las que pueden causar roces y tensiones en la pareja. Por ello toda pareja debe ser consciente que tendrá que ceder en algunas cosas para que la relación gane, la idea de “ya no son dos sino uno” debe calar hondo en el corazón de cada miembro de la pareja, ya no se trata de “mi” ni de “tu” sino de una nueva entidad llamada “nosotros”. No se trata de que pensemos igual, pero sí de que pensemos juntos; cuando entendemos esto, el amor tiene todas las posibilidades de éxito. Dentro de la vocación de permanencia que entiendo debe existir en todo matrimonio cristiano, finalizo compartiendo con los lectores el versículo que mi esposa y yo grabamos en nuestro anillo de boda hace 22 años, Salmo 48:14 “Porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre, Él nos guiará aún más allá de la muerte”.
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