El matrimonio y la familia son el primer banco de pruebas de la autenticidad de nuestro cristianismo.
Asumiendo la naturaleza divina del matrimonio y su origen creacional, en este artículo nos interesa conocer con qué finalidad Dios creó dicha institución. Vamos a resumir brevemente en tres, los principales propósitos del matrimonio:
1. Reflejar la imagen de Dios: reproducirse
2. Suplir la soledad por compañerismo: complementarse
3. Dejar un legado digno: multiplicarse
REFLEJAR LA IMAGEN DE DIOS
En Asturias, mi tierra natal, hay una cadena montañosa llamada Picos de Europa, el clima es continental y llueve mucho por lo que hay gran cantidad de ríos y lagos. Cuando en un día claro y sin viento miras la superficie de uno de esos lagos, se ven reflejadas casi a la perfección las montañas que lo coronan, de tal forma que si hacemos una foto y le damos la vuelta, no nos sería fácil distinguir el reflejo de la realidad, la copia del original. Así aspira Dios a que reflejemos su imagen, porque no podemos perder de vista que fuimos creados a “imagen” de Dios y el matrimonio se constituye en el marco ideal creado por Él para que la podamos reflejar. Sí pero… ¿De qué forma práctica debemos reflejar la imagen de Dios?
Dios es amor y el matrimonio es el único lugar donde hombre y mujer pueden vivir su máxima expresión. En otro artículo hablaremos de los distintos conceptos del amor, pero adelantamos que en griego tenemos 3 significados distintos para esta palabra (agape, filia, eros) y es sólo en el contexto del matrimonio donde pueden desarrollarse esas tres vertientes en su plenitud. Esto se consigue viviendo vidas integras y matrimonios estables que sean “escaparate” de lo que Dios quiere, viviendo en el hogar y en primer lugar, los valores del Reino (justicia, amor, misericordia). Recordemos que la primera lectura de la Biblia ha de ser en clave familiar, porque el matrimonio y la familia son el primer banco de pruebas de la autenticidad de nuestro cristianismo: “En la integridad de mi corazón andaré en medio de mi casa”. De los problemas y tensiones para conseguir este propósito hablaremos en otra ocasión.
SUPLIR LA SOLEDAD POR COMPAÑERISMO
Ya sabemos que la soledad no formaba parte del plan de Dios para la humanidad (Gn.2:18 “No es bueno que el hombre esté solo”) También conocemos cómo Dios suple esa necesidad con la creación de Eva (“le haré ayuda idónea”) como el complemento ideal. No fuimos diseñados para vivir en soledad, necesitamos de un “tú” que nos haga conscientes de nuestro “yo” necesitamos un “tú” que nos diferencie y contraste. Pero sobretodo necesitamos de un “tú” que nos complemente y complete, proveyéndonos compañía y relaciones significativas.
En la película Naufrago protagonizada por el actor Tom Hanks, (Chuk en la película) se cuenta la historia de un directivo de una empresa de transportes urgentes que tras un accidente de avión del que sólo sobrevive él, se encuentra solo en una isla desierta. Como no fuimos diseñados para vivir en soledad, Chuk rescata de uno de los paquetes del avión, un balón de fútbol. Con su propia sangre le pinta unos ojos y una sonrisa, lo clava en un palo y lo coloca frente a sí mismo. Acto seguido le pone por nombre el que figuraba en la marca del balón, Wilson, o sea Sr. Wilson. Chuk acaba de hacerse su “ayuda idónea.” A lo largo de la película mantiene una auténtica relación con el Sr. Wilson, le habla, se ríe, y en un momento dado hasta se enfada con él y sacándolo del palo le da una patada, aunque luego va a recogerlo arrepentido, pidiéndole perdón.
¿Acaso Chuk está loco?, en absoluto, sólo está supliendo por compañía una soledad para la que ningún ser humano está preparado. No podemos vivir en soledad, la soledad ha de ser suplida por compañerismo. La etimología de la palabra “compañerismo” es muy interesante pues significa “comer pan con” y alude al clima favorable para las relaciones, que se crea en torno a una mesa, a una comida. El propio Jesús dio sus enseñanzas más significativas en torno a comidas y cenas y por ello fue acusado de “comilón y bebedor.” La satisfacción de esa necesidad de compañerismo y relaciones significativas se da en su máxima expresión dentro del matrimonio y bajo su segundo propósito: complementarse.
DEJAR UN LEGADO DIGNO
Hay un dicho que dice así: “Era un hombre tan pobre, tan pobre, que sólo tenía dinero.” Ya hemos mencionado que el éxito en la vida no consiste en posesiones sino en relaciones, lo importante está en el hogar después del trabajo, la iglesia y otras responsabilidades. El mejor recurso pedagógico para transmitir un buen legado a nuestros hijos es nuestra propia vida. Los padres somos el primer libro de texto que los niños leen, somos el espejo en el que los niños se miran recibiendo el modelo que seguramente reproducirán en sus futuras relaciones de pareja.
Nuestras actitudes, nuestro trato entre nosotros y con ellos, los valores que van aprendiendo en el día a día, nuestro ambiente familiar, nuestra comunicación; todo ello imprime en cada hijo un sello imborrable para toda la vida “es más fácil construir niños maduros que reparar adultos destrozados.” Los niños aprenden por imitación (no tanto por lo que oyen sino por lo que viven y ven), la herencia familiar en cuanto a normas, valores, vivencias y recuerdos forma la mochila que nuestros hijos llevarán toda la vida. ¿Qué herencia les vamos a dejar, qué legado les vamos a transmitir?
De forma que, reproducirse, complementarse y multiplicarse, se constituyen en los 3 grandes propósitos de Dios para el matrimonio. A cada uno nos toca evaluar en nuestra propia familia si estamos cumpliendo con tan alto ideal, pues forma parte de nuestras primeras responsabilidades como hombres y mujeres.
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