Ingenuidad paterna

Al acercarse la Navidad, a Elena y a Dídac les pareció que ya era hora de aclarar a sus padres ciertas confusiones.

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Los pobres — pensaban ellos—, a su edad aún vivían en una ingenuidad preocupante sobre el verdadero sentido de estas fiestas.

Tomándolos aparte con solemnidad infantil, decidieron “desencantarlos”.

— Papás — empezó Elena con aire de experta—, Navidad existe. Dios vino al mundo a salvarnos.

— Sí — añadió Dídac —. Os han hecho creer cosas rarísimas: que Dios ha muerto, que todo es puro azar, que no hemos sido creados, que no existe la eternidad…

Los padres, atónitos, escuchaban con los ojos abiertos como platos.

— El sentido de los regalos —continuó Elena— es recordar la Gracia de Dios para todos, igual que las ofrendas al niño Jesús.

— Y la alegría de estas fechas — añadió su hermano — viene del agradecimiento por el amor que Cristo mostró al mundo.

— Hasta la lotería — remató Elena— hace soñar a las gentes con la posibilidad de recibir algún favor fortuito y gracioso.

Los padres no sabían si reír o tomar apuntes. Aquellos pequeños les estaban anunciando, con total convicción, las mejores noticias.

— El Evangelio es precisamente eso: una buena noticia de la buena voluntad de Dios —concluyeron los dos al unísono.

El padre, todavía sorprendido, confesó:

— Estábamos totalmente engañados… Creíamos que la Navidad era solo juntarnos a comer, y poco más. Pensábamos que era otra fiesta para rendir culto al dios consumo… como el Friday ese, Halloween, las rebajas, los conciertos. Nunca imaginamos que tuviera un sentido trascendente.

A partir de ese momento, liberados del “engaño”, los niños se pusieron manos a la obra: adornaron la casa con pequeños motivos navideños, hicieron postales caseras que enviaron por correo ordinario, dedicaron un rato al recogimiento… incluso alguien se animó a hacer una oración.

Entonces la madre, de pronto, planteó la gran pregunta:

—¿Y los Reyes?

Elena sonrió con picardía.

— Eso nos lo tenéis que aclarar vosotros. ¿Es verdad que los Reyes son los padres?

La madre guardó un silencio prudente. El padre respondió diplomáticamente:

— A ver si este año vienen… no lo sabemos. ¿Os habéis portado bien?

Y así, entre confesiones, risas y verdades a medias, la casa se llenó de ese espíritu que hace que todos — niños, padres y abuelos— volvamos a ser un poco niños en Navidad.

Que nunca dejemos de serlo.

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