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Diccionario enciclopédico de animales y plantas de la Biblia

En la Biblia se usan 3.500 vocablos para describir 170 especies animales distintas, y aparecen unas 130 especies botánicas diferentes.

ZOé AUTOR 87/Antonio_Cruz 24 DE JULIO DE 2025 20:40 h
Detalle de la portada del libro. / Antonio Cruz.

En el 2022, Clie publicó mi obra más extensa, con casi 900 páginas y muchos años de trabajo detrás. Se trata del primer diccionario completo, en lengua castellana, de todos los animales y plantas mencionados en la Biblia.



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En el Antiguo Testamento se citan unos 3.100 términos referidos exclusivamente a animales, mientras que el Nuevo Testamento esta cantidad se amplía con unos 400 términos más.



En total, estos 3.500 vocablos bíblicos se usan para describir un repertorio de 170 especies animales distintas. Por lo que respecta a los vegetales, en la Escritura aparecen unas 130 especies botánicas diferentes.



A lo largo de cuarenta años, he venido recopilando imágenes propias de todas estas especies biológicas, gracias a mis viajes por Tierra Santa, Egipto y las principales regiones bíblicas. Tales fotografías me han sido muy útiles para embellecer la obra e ilustrar las descripciones que se ofrecen en la Biblia.



En esta obra de consulta, denominada Diccionario Ilustrado de los Animales y Plantas de la Biblia, se pretende ofrecer al público en general una recopilación del conocimiento acumulado a lo largo de los siglos acerca de la fauna y la flora mencionadas en la Escritura bíblica.



Es evidente que los descubrimientos científicos recientes sobre botánica y zoología, así como la correcta traducción de los diferentes términos hebreos, arameos o griegos, han permitido mejorar notablemente la comprensión de los textos bíblicos, así como la identificación de muchos ejemplares.



Teniendo esto en cuenta, en esta guía se procura recoger toda esa información para ofrecer al lector una síntesis rápida y, a la vez, precisa de cada una de las especies biológicas que figuran en los diversos libros, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.



¿Por qué un diccionario enciclopédico de los animales y plantas bíblicos? Ante todo, porque para comprender bien al ser humano es necesario tener un buen conocimiento de los demás seres vivos de la creación.



La Biblia coloca a los animales y vegetales dentro del proyecto creador de Dios. Los incluye también en el sistema legislativo y religioso del pueblo de Israel, empleando su rico simbolismo como una herramienta pedagógica útil para transmitir valores y verdades teológicas.



Dios le revela al pueblo elegido qué organismos pueden servirle como ofrenda en sus sacrificios, de alimento nutritivo para las personas y de qué otros deben abstenerse porque no convienen a su salud. Miles de años después, la ciencia ha corroborado la sabiduría biológica que subyace detrás de tales medidas cultuales y sanitarias.



Por ejemplo, cada uno de los famosos siete alimentos que se proponen en la lista de Deuteronomio 8:8 (trigo, cebada, vides, higueras, granados, olivos productores de aceite y hasta la miel de las abejas) ha sido confirmado por la bioquímica moderna como producto natural curativo de múltiples enfermedades y altamente beneficioso para la salud. 1



De manera que el misterio de las relaciones biológicas entre todos los seres vivos creados constituye, ya de por sí, una poderosa razón para adentrarse en este tema.





La Biblia emplea un principio de clasificación de los seres vivos que no es el propio de la zoología o la botánica científicas. Su taxonomía es la típica del sentido común popular y, por tanto, divide los organismos según el ambiente en que éstos viven: el agua, el aire o la tierra.



Evidentemente cuando el texto inspirado habla de “género” y “especie” su extensión es mucho mayor que la que se entiende hoy mediante los mismos conceptos, que remiten a criterios de semejanza e interfecundidad, definidos por la ciencia moderna miles de años después.



De la misma manera, el relato bíblico de Génesis nunca incluye al ser humano dentro del ámbito de las demás especies animales. La pluralidad de los animales y vegetales se contrapone así a la unicidad y exclusividad del género humano.2



A diferencia del animal, el hombre es un ser capaz de experimentar la soledad y de darse cuenta de ello. Lo que significa también que puede tener una relación personal con su Creador.



A pesar de las muchas semejanzas con los demás organismos, el ser humano posee un estatus particular y una misión que realizar con respecto a los animales y plantas.



La Biblia lo presenta como un ser creado a imagen y semejanza de Dios (Gn. 1:26-27; 5:1-3; 9:6). Pero su dominio sobre el resto de la creación es limitado y no debe implicar violencia. El hombre es gerente más que propietario.



Y, curiosamente, al omitir el estribillo “y vio Dios que era bueno”, el relato genesíaco da a entender que con respecto a la humanidad nada puede decirse por adelantado. El buen o mal uso de su libertad y responsabilidad será lo que decidirá finalmente si sus acciones fueron buenas o no.



Por otro lado, la grave crisis ecológica que sufrimos actualmente y que pone de manifiesto la irresponsabilidad de una visión económico-utilitarista del mundo, así como la manera injusta de explotar los recursos naturales, evidencia que la relación entre el ser humano y las demás especies de este planeta no ha sido siempre de cuidado inteligente y “mayordomía”, tal como propone el texto bíblico, sino de opresión y maltrato continuado.



Creemos que, ante la sensibilidad ecológica contemporánea que se preocupa por los derechos de los animales, métodos de crianza en cautividad, regímenes alimentarios, técnicas de producción, así como por el riesgo de extinción de muchas especies y la consiguiente disminución de la biodiversidad, el conocimiento de los animales y plantas de la Biblia resulta pertinente y viene a llenar un hueco importante en la bibliografía cristiana.



Máxime cuando la ciencia viene anunciando insistentemente los peligros que amenazan a la humanidad -como las epidemias y pandemias de origen vírico- por haber contribuido negligentemente a la pérdida de biodiversidad en los ecosistemas naturales.





En el Antiguo Testamento se ofrecen unos 3.100 términos genéricos que se refieren directamente a los animales. Mientras que en el Nuevo Testamento dicha cantidad se amplía con unos 400 términos más. En total, estos 3.500 vocablos describen un repertorio de 170 especies animales diferentes.3 4



En cuanto a las plantas, en la Biblia únicamente aparecen unas 130 especies 5 distintas ya que los hebreos sólo se interesaban por aquellas que les resultaban útiles para su alimentación, curación u ornamentación.



Estos tres centenares de especies animales y vegetales es lo máximo que se puede extraer del texto bíblico ya que éste no permite una mayor precisión taxonómica debido a ciertas razones.



A veces resulta imposible identificar a algunos animales o vegetales porque su nombre hebreo sólo aparece una vez en la Biblia y no hay posibilidad de contrastarlo con otras fuentes externas, o bien porque la especie en cuestión existía en aquella época, pero hoy se ha extinguido por completo.



En segundo lugar, la existencia del nombre genérico en español y en las demás lenguas modernas no siempre coincide con la denominación en hebreo, que suele ser mucho más rica y variada.



Por ejemplo, a la especie del león se la puede llamar de siete maneras distintas en la Biblia, y lo mismo ocurre con las langostas o los antílopes. Y, por último, también puede ocurrir todo lo contrario.



Especies que en las lenguas modernas se diferencian claramente, pueden agruparse en hebreo y arameo bajo un único término genérico. Uno de los ejemplos más significativos es el del pez.



La Biblia no suele especificar qué clase de pez se tragó a Jonás (Jon. 2:1), ni qué especies del río Nilo consumían los hebreos en Egipto (Ex. 7:18-21; Nm. 11:5) o los pescadores del Mar de Galilea (Lc. 5:1-6).



Probablemente este desinterés bíblico por la ictiología (ciencia que estudia los peces) se deba a la creencia antigua de que los mares eran ambientes peligrosos y hostiles, poblados por seres monstruosos que sólo podían ser gobernados por la omnipotencia del Dios creador (Sal. 104:25-26; 107:23-27; etc.).



Un asunto importante en el Antiguo Testamento es el que se refiere a la pureza o impureza de los animales. Lo puro o impuro en la lógica de la Biblia no suele estar relacionado -en contra de lo que a primera vista pudiera parecer- con lo pecaminoso.



Dios creó a todos los seres vivos y en el arca de Noé entraron tanto especies puras como impuras. Los buitres o los cuervos, por ejemplo, no se consideraban impuros por ser más pecadores o malvados que las palomas.



Entre otras cosas porque los animales irracionales no pecan ni tienen responsabilidad moral alguna por sus acciones, pero también porque el concepto de impureza nada tiene que ver con el ámbito moral sino más bien con el cultual.



Por tanto, lo impuro, desde la óptica bíblica, no es lo pecaminoso sino más bien todo aquello que incapacitaba formalmente para acercarse al santuario del Dios vivo. Es decir, lo que aleja de la vida y, por tanto, se aproxima a la muerte.



Veamos un ejemplo. Una mujer que da a luz a un bebé o que presenta la menstruación periódica es considerada impura en el Antiguo Testamento durante ese tiempo de su biología (Lv. 12) porque la pérdida de sangre -y también de esperma en el caso del varón (Lv. 15)- se entiende como una disminución de la vitalidad que aproxima la persona a la muerte y, por lo tanto, la aleja de Dios, oponiéndose así a su santidad divina, fuente generadora del dinamismo de toda vida.



La emisión de tales flujos corporales se interpreta como una pérdida vital. De manera que la impureza está relacionada directamente con la muerte. Al trasladar esta perspectiva al reino animal, el buitre, por ejemplo, así como todas las demás aves rapaces y carroñeras, son considerados animales impuros por estar mucho más relacionados con la muerte de sus presas que las puras palomas, aves alejadas de lo mortal ya que subsisten consumiendo sobre todo granos vegetales.



No hay connotaciones morales aquí, solamente reflejos cultuales que perfilan con mayor o menor intensidad al “postrer enemigo que será destruido”, es decir, a la odiosa muerte (1 Co. 15:26).



Otro aspecto de la impureza ritual veterotestamentaria es el que se refiere a la noción de mezcla. En la Biblia se rechaza categóricamente toda mezcolanza o hibridación, tanto animal como vegetal, por considerarla antinatural y contraria al carácter de Dios.



Si el Creador conformó al principio los tipos básicos de organismos, el ser humano no debe de ninguna manera confundir dicha singularidad original ya que eso iría contra la voluntad divina.



Por ejemplo, toda persona que presentara una mancha en cualquier lugar de la piel -hinchazón, erupción o descamación como de lepra (Lv. 13)- debía ser declarada inmunda o impura.



Esto podía ocurrir también con las manchas de humedad o de hongos en las paredes de las casas o en las prendas de vestir. Lo cual indica que ni las personas ni los objetos tenían responsabilidad alguna de su impureza.



Y, lo que resulta aún más sorprendente, si la lepra o cualquier otra enfermedad dérmica llegara a extenderse hasta cubrir todo el cuerpo volviéndolo blanco, entonces el afectado era declarado puro (Lv. 13:12-14).



¿Cómo entender que con una sola mancha fuese impuro y con toda la piel manchada puro? La razón se debe a que la impureza estaba relacionada con la mezcla, mientras que la pureza consistía en la uniformidad.



Aunque ningún animal con defectos físicos o imperfecciones podía ser ofrecido en sacrificio al Señor (Lv. 22:17-25; Dt. 17:1; Mal. 1:8, 13-14), el concepto de impureza cultual nada tenía que ver con mutilaciones, lesiones o enfermedades de los animales.



De otro modo, tal como se ha señalado, no se podría entender por qué entraron tantos animales impuros en el arca. De manera que la pureza o impureza dependía de otros factores muy concretos. Veamos algunos de los más significativos.



Los cuadrúpedos puros eran aquellos que tenían hendidas sus pezuñas (bi-ungulados) y además rumiaban el alimento (herbívoros que consumen vegetales en dos etapas, primero tragan y después regurgitan la comida para masticarla).



En esta categoría de puros, entraban animales domésticos como ovejas, cabras o vacas y también salvajes como ciervos, gacelas o antílopes, pero no caballos, asnos, onagros, camellos, cerdos, felinos, cánidos, conejos o damanes ya que no reunían ambas características (Lv. 11).



Los animales acuáticos, considerados puros y comestibles, debían cumplir también dos condiciones: tener aletas y escamas (Lv. 11:10) como las sardinas, boquerones, carpas, truchas, atunes, doradas, lubinas, etc.



Sin embargo, estas dos características anatómicas no las presentaban los “impuros” como las anguilas, congrios, murenas, gambas, langostinos, moluscos, cangrejos, pulpos, etc.



Para las aves no había criterios específicos ya que estaban reguladas por una lista (Lv. 11:13-20), mientras que entre los insectos alados que “caminan a cuatro patas” (aunque en realidad tengan seis) sólo se consideraban puros aquellos que además tenían las extremidades traseras más grandes y capaces de dar grandes saltos como las langostas o saltamontes (Lv. 11:21-23).



Los distintos exégetas y zoólogos bíblicos han intentado durante años interpretar adecuadamente las razones de dicha clasificación animal ya que el texto bíblico no aporta ninguna justificación de la misma.



Se han ofrecido numerosas explicaciones, algunas de las cuales pueden incluso combinarse entre sí. No obstante, ninguna de ellas ha logrado el consenso general entre los especialistas.



Veamos pues, a pesar de todo, algunas de tales hipótesis.



Muchos creen que la razón fundamental de tal discriminación zoológica (zootaxia) responde a preocupaciones higiénicas o sanitarias, pues algunos de los animales prohibidos son portadores de parásitos capaces de provocar enfermedades al hombre.



Ya en el siglo XIII, el gran filósofo judío sefardí Maimónides (1186-1237) sugirió que estas prohibiciones dietéticas se debían a razones estrictamente médicas.



Escribió estas palabras: “insisto, pues, en que todos cuantos alimentos nos han sido prohibidos por la Ley constituyen un nutrimento malsano” 6 



Del cerdo decía que era un animal muy sucio ya que se alimenta de cosas mugrientas. Otros autores ven en tales prohibiciones una manera pedagógica para el pueblo de Israel de inculcar un rechazo a ciertos animales que otros pueblos periféricos idolatraban y adoraban en sus religiones politeístas, a la vez que les permitía afirmar su identidad hebrea como pueblo elegido por Dios.



Algunos creen que los seres impuros serían precisamente aquellos que repugnan de manera natural al ser humano.



Los hay que ven en tal clasificación una alegorización de los vicios y las virtudes humanas trasladadas a los animales irracionales, que serviría para enseñar al pueblo a controlarse y no caer en el desenfreno moral.



En este sentido, un autor apócrifo anónimo escribió: “En cuanto a las aves prohibidas, te encontrarás con animales salvajes y carnívoros que someten por la fuerza a los demás y se alimentan consumiendo brutalmente a los domésticos que acabamos de mencionar; y no para ahí la cosa, sino que echan la zarpa sobre los corderos y los cabritos y atacan violentamente incluso a los hombres vivos y muertos.



Por medio de estas prescripciones, el declararlas impuras significó que aquellos para los que está puesta la ley deben usar la justicia en su dominio interno y no oprimir ni quitar nada a nadie fiados de su propia fuerza, sino dirigir desde la justicia los asuntos de la vida al igual que los animales domésticos de entre los susodichos volátiles se alimentan de legumbres y no oprimen destruyendo a los de su especie.



Así que, por medio de ellos, el legislador dio a entender a los inteligentes que había que ser justo y no realizar nada por la fuerza ni oprimir a los otros basándose en el propio poder''. 7 Es decir, los animales servirían de ejemplo moral para las personas.



También se ha señalado que en la Biblia el consumo de animales se permite como una última concesión ya que lo que se pretende es inculcar el respeto a la vida y, por tanto, se trata de reducir la frecuencia o las ocasiones de matar criaturas.



Otros opinan que tales leyes responden a una práctica sacrificial anterior; o a exigencias económicas; o que son una manera de santificar el acto de comer; o que es solamente una forma de justificar a posteriori la práctica alimentaria hebrea de una determinada época de su historia 8; o, en fin, que son arbitrarias y que el ser humano es incapaz de justificarlas porque sólo dependen de la voluntad de Dios, quien exige obediencia y no comprensión.



En este último sentido, el rabino Najum Braverman, opina que, para el creyente, el hecho de que no existan razones para el cumplimiento de estas reglas dietéticas no constituye un problema, sino más bien una gran ventaja.



Y escribe: “Noten que ambas leyes son áreas donde las necesidades físicas del hombre, más poderosas, toman lugar. Cuando el hombre va detrás de la comida y el sexo, es difícil ser completamente objetivo.



Es por eso que, si las bases de las leyes de kashrut o de las leyes de las relaciones prohibidas fuesen aparentes, el hombre siempre trataría de encontrar razones de por qué se le debería permitir en esta u otra ocasión complacer sus deseos.



Una vez que la obligación pasa al reino de la lógica, el ser humano puede venir con muchas formas de lógica rebuscada para racionalizar lo que quiere hacer (...) O algo está permitido o está prohibido. No hay lugar para el debate o la subjetividad del razonamiento del hombre.'' 9



La antropóloga británica Mary Douglas (1921-2007) planteó una hipótesis, que ha sido muy criticada, en la que argumenta el orden de la creación por separación. Para ella, los animales puros serían aquellos que se conforman perfectamente a su clase y su locomoción se adecúa al entorno.



Lo normal y coherente en la creación es que los animales terrestres sean cuadrúpedos (es decir, que caminen sobre cuatro patas); que las aves vuelen y que los peces naden.



En cambio, los impuros serían aquellos que se saltan estos límites, como cualquier animal marino que camine en vez de nadar (como cangrejos, pulpos, almejas, estrellas de mar, etc.); o peces que carezcan de escamas (como los tiburones, peces gato, morenas, etc.); o aves que no vuelen (como el avestruz), etc.



En su opinión: “el principio subyacente de la pureza de los animales consiste en que se han de conformar plenamente con su especie. Son impuras aquellas especies que son miembros imperfectos de su género, o cuyo mismo género disturba el esquema general del mundo”. 10



Por tanto, las leyes de pureza eran signos del reino animal que le recordaban a Israel la unidad, pureza y perfección de Dios. Mientras que su observancia, que culminaba con el sacrificio en el Templo, era una manera de reconocerle y adorarle.



Sea como fuere, en el seno del propio judaísmo surgió la oposición a esta doctrina de lo puro y lo impuro que tanto defendían los fariseos. El propio Señor Jesús les dijo a sus discípulos que lo que entra en la boca no contamina al hombre: “¿También vosotros sois aún sin entendimiento? ¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre, y es echado en la letrina? Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre” (Mt. 15:16-20).



Y el evangelista Marcos añade: “Esto decía, haciendo limpios todos los alimentos” (Mc. 7:19b). Esta declaración del Maestro galileo fue tan tremendamente revolucionaria que hasta sus propios discípulos le pidieron una aclaración.



Jesús sostuvo abiertamente que ningún alimento hacía impuro al ser humano. Con lo cual, la consecuencia inmediata era que los cristianos ya no tenían por qué cumplir con las prescripciones externas de la comida.



Semejante crítica de la torá, especialmente de las leyes de pureza judía, fue uno de los principales motivos que llevaron a las autoridades hebreas, en connivencia con las romanas, a procesarlo y crucificarlo.



Poco tiempo después, algunos seguidores de Jesús, como el propio apóstol Pedro, tuvieron una revelación especial que los convencería todavía más de que debían quebrantar las regulaciones dietéticas judías para que el reino de Dios se extendiera también entre los gentiles (Hch. 10:9-16; 11:1-18). Si el Altísimo le ordenó, en aquel éxtasis singular, comer todo tipo de animales (puros e impuros) es porque ya no había alimentos prohibidos. De esta manera, se consolidaba la separación definitiva entre judíos y cristianos.



En la presente obra y cuando el animal o la planta lo permite, se emplea habitualmente el siguiente esquema descriptivo: un breve texto bíblico en el que se menciona la especie en cuestión; otros pasajes de la Escritura en los que también aparece y complementan la información bíblica del organismo; explicación de sus caracteres generales así como de posibles curiosidades biológicas, históricas o anecdóticas; y, por último, una aplicación homilética, en función de la razón principal por la que se le menciona en la Biblia.



De manera que este último análisis aproxima el discurso teológico al lector, que puede usarlo así en la preparación de sus estudios bíblicos, predicaciones u homilías.



Notas



1.  http://judios.org/cientificos-descubren-el-poder-curativo-de-deuteronomio-88/



2. Michon, A.-L. 2010, “La Bible et le status des animaux au coeur du projet créateur”, Contacts, 231 (2010): 231-255.



3. Luciani, D. 2018, Los animales en la Biblia, Verbo Divino, Navarra, España, p. 8.



4. https://en.wikipedia.org/wiki/List_of_animals_in_the_Bible



5. http://ec.aciprensa.com/wiki/Plantas_en_la_Biblia



6. Guía de Perplejos, 1983, Tercera parte, cap. 48, edición preparada por D. Gonzalo Maeso, Editora Nacional, Madrid, p. 531.



7. Apócrifos del Antiguo Testamento II, 1983, A. Diez Macho ed., Ediciones Cristiandad, Madrid, p. 41. 



8. Luciani, D. 2018, Los animales en la Biblia, Verbo Divino, Estella, Navarra, p. 35.



9. https://www.tarbutsefarad.com/besalu-recortesprensa/981-animales-puros-e-impuros-ipor-que.html



10. Douglas, M. 1973, Pureza y Peligro. Un análisis de lo conceptos de contaminación y tabú, Siglo XXI, Madrid, p. 79.


 

 


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