El Quijote con fondo bíblico: Dorotea y Andresillo

Desde el capítulo 27 al 29 de la primera parte Cervantes concede todo el espacio a entretener al lector con la historia de Cardenio, Fernando y Luscinda, historia ya tratada brevemente en otro lugar de estas letras. A propósito de Cardenio escribe Diego Clemencín en su comentario a la novela cervantina: «En los escritos publicados en estos últimos tiempos acerca del Quijote se ha dado muchas veces, con poca propiedad, el nombre de episodio a lo que no es más que incidente o trámite de la fábula. Lo de Cardenio es verdadero episodio».

En el capítulo 28 de esta primera parte de la novela, Cervantes introduce a un nuevo personaje femenino, cuyo protagonismo alcanza hasta el capítulo 46: Dorotea.

Cuando el cura se acerca a Cardenio para consolarlo de sus cuitas amorosas, «lo impidió una voz que llegó a sus oídos, que, con tristes acentos, decía desta manera: –¡Ay Dios! Si será posible que he hallado ya lugar que pueda servir de escondida sepultura a la carga pesada deste cuerpo, que tan en contra mi voluntad sostengo. Sí será si la soledad que prometen estas tierras no me miente. ¡Ay, desdichada, y cuán más agradable compañía harán estos riscos y malezas a mi intención, pues no darán lugar para que con quejas comunique mi desgracia al cielo, que no la de ningún hombre humano, pues no hay ninguno en la tierra de quien se pueda esperar quien se pueda esperar consejo en las dudas, alivio en las quejas, ni remedio en los males!».

Todas estas razones percibieron el cura y los que con él estaban, cuando detrás de un peñasco vieron sentado a un mozo vestido de labrador.

El mozo se quitó la montera y sacudiendo la cabeza comenzaron a esparcir unos cabellos de los que el mismo se pudiera tener envidia.

Era mujer, delicada y hermosa, cuyos rubios cabellos le cubrían la espalda. A ruego del grupo que le había hallado, entre los que se encontraba Cardenio, Dorotea contó su historia.

Hija de una familia muy rica, aunque no noble, había sido violada una noche por el hijo menor de un duque andaluz, don Fernando, el mismo pretendiente de Luscinda, el amor de Cardenio. Dorotea llama a don Fernando «traidor y fementido».

La figura e intervenciones de Dorotea en la fábula de Cervantes, se extiende hasta el capítulo 30, en animada conversación con el cura.

El otro protagonista de este capítulo es el niño Andrés, o Andresillo.

Montado sobre Rocinante, al que guiaba camino a su aldea, Don Quijote advirtió que de la esperanza de un bosque salían unas voces delicadas, como de persona que se quejaba. Pensando en una nueva aventura, el Caballero imaginó que aquellas voces serían de «algún menesteroso o menesterosa» que necesitaban su favor y ayuda. Encaminó a Rocinante hacia el lugar donde las voces salían y vio a un niño de unos quince años atado a una encina, desnudo de medio cuerpo arriba.

Un labrador de buen talle lo azotaba sin contemplaciones, al tiempo que le decía: «La lengua queda y los ojos listos». Sin saber a qué se refería, el pobre niño contestaba: «No lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de Dios que no lo haré otra vez, y yo prometo de aquí en delante de tener más cuidado con el hato».

El lector puede anticipar la reacción de Don Quijote ante el abuso que estaba siendo sometido el niño: Dirigiéndose al labrador, con voz airada le dijo: «Descortés caballero, mal parece que tomaros con quien defender no se puede; subid sobre vuestro caballo y tomad vuestra lanza, que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo». (El Quijote, primera parte, capítulo 4).

El labrador, que vio sobre si aquella figura llena de armas blandiendo la lanza sobre su rostro, se defendió diciendo que aquel niño era su criado al que tenía encomendada la guarda de una manada de ovejas, de las que cada día perdía una. Según el niño, no era verdad. Utilizaba aquel argumento para no abonarle la paga que le debía.

No quedó convencido Don Quijote, quien ordenó al tirano: «Pagadle luego sin más réplica; si no, por el Dios que nos rige que os concluya y aniquile en este punto. Desatadlo luego».

Hizo la cuenta Don Quijote de lo que el labrador debía a Andresillo por nueve meses de trabajo y sumó que montaba a setenta y tres reales. Adujo el abusador de niños que debían descontarse tres pares de zapatos y un real de dos sangrias que le habían hecho estando enfermo.

Picó Don Quijote a Rocinante y en breve espacio se apartó de ellos. Nada más desaparecer el Caballero Andante, cuando el labrador tornó a atar a Andresillo a la encina y le dio tantos azotes que le dejó por muerto. Al fin le desató y le dijo que fuese a buscar a Don Quijote. El niño partió algo mohíno jurando ir en busca de su salvador.

Andrés encuentra al Caballero Andante en un capítulo posterior de la novela, el 31. Abrazado a sus piernas comienza a llorar y se da a conocer. Don Quijote le pregunta si el labrador le pagó lo que le debía, a lo que respondió el mozo: «No sólo no me pagó, pero así como vuestra merced traspuso del bosque y quedamos solos, me volvió a atar a la mesma encina, y me dio de nuevo tantos azotes, que quedé hecho un San Bartolomé desollado».

Don Quijote se propuso ir en busca del labrador y castigarlo. Pero desistió ante el comportamiento indigno de Andrés, quien se expresó de esta manera: «Por amor de Dios, señor caballero andante, que si otra vez me encontrare, aunque vea que me hacen pedazos, no me socorra ni ayude, sino déjeme con mi desgracia; que no sea mayor la que me vendrá de la ayuda de vuestra merced, a quien Dios maldiga, y a todos cuantos caballeros andantes han nacido en el mundo».

Y se puso a correr de modo que ninguno se atrevió a seguirle. El niño, los niños.

Los numerosos nombres para indicar las varias edades del niño atestiguan el interés de la Biblia por los pequeños. El Antiguo Testamento contiene numerosas enseñanzas respecto a los niños.

La Escritura afirma que los niños son un don de Dios. Jacob, al ser preguntado por su hermano Esaú cuando ve a sus hijos, responde: «Son los niños que Dios ha dado a tu siervo». (Génesis 33: 5). Cuando Raquel, después de un período de esterilidad da a la luz su primer hijo, exclama: «Me juzgó Dios, y también oyó mi voz, y me dio un hijo». (Génesis 30: 6). En el Nuevo Testamento Jesús pone a los niños como modelo por su sencillez y humildad. Llamando a un niño, dijo a los discípulos: «Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos». (Mateo 18: 3). En otra ocasión, cuando los mismos discípulos reprendían a niños que se acercaban a Jesús, el Maestro les dijo: «Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos». (Mateo 19: 14).

Si Andresillo se hubiera encontrado con Jesús en lugar de hacerlo con Don Quijote, su vida habría sido distinta.

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[title]Por un año más[/title]

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